No tenía idea de hacia dónde estaba conduciendo, lo único que si sabía era que no quería ir a mi casa o a la de ella.
—¿A dónde me llevas? —preguntó con curiosidad.
—No tengo idea —respondí entre risas.
—¿Por qué no vamos al Puente del lago clara?
—me parece excelente —sonreí y me desvié por el camino hasta el lago. No quedaba lejos, de hecho estaba en pleno centro de la ciudad. La noche estaba hermosa, pareciera que se hubiera puesto de acuerdo con la temática de la fiesta, porque había una enorme luna llena en el cielo.
Estacioné el auto frente al lago para poder mirar todo desde allí. El lugar era hermoso, me hacía sentir en calma.
—Gracias por el mejor baile de mi vida. —Amalia tomó mi mano y volteó directamente a verme. A la luz de la luna su cabello parecía de plata, sus ojos resplandecían.
—Gracias por perdonarme.
—Por más que lo intente no puedo odiarte. —Hacía particularmente frío esa noche, pues podía ver el vapor de su aliento saliendo cada vez que hablaba.
—Te prometo que no voy a volver a ocultarte nada —acaricié su mejilla y ella bajó la mirada, luego tomó mi mano y me dio un tierno beso en la palma.
—Lo único que quiero que me prometas, ya lo hiciste. Lo demás no importa.
—Pulga, no puedo dejar de pensar que te comportas muy extraño.
—Pensé que ya sabías que era extraña —sonrió y no pude contener más lo que estaba deseando desde hace horas.
Amalia también parecía sentir lo mismo que yo, pues toda esa tensión acumulada entre los dos explotó de pronto. Ambos nos lanzamos el uno contra el otro, fundiéndonos en un beso apasionado. Recorrí delicadamente mis dedos por la piel de sus hombros; el contacto la hizo estremecer, y eso me provocó más a mí.
Nos pasamos a la parte de atrás de mi auto y la tumbé con suavidad en el asiento. Su respiración era agitada, igual que la mía, podía ver su pecho subiendo y bajando repetidamente, incitándome a recorrerla por completo.
—Te amo Lucas —susurró. Me tomó del cabello y acercó mis labios a los suyos besándome con dulzura, el aroma de su boca me volvía loco, bajé mis manos por sus caderas, comenzando a subir su inmaculado vestido poco a poco, mientras ella se despojaba del elaborado smoking que traía.
Los espejos del auto comenzaron a empañarse, y por mi mente pasaba el fugaz pensamiento de ser descubierto. Sacudí mi cabeza porque no quería pensar en eso.
Continué desvistiéndola con destreza y cuando estábamos completamente desnudos, nos miramos por un instante.
—Te amo Amalia —le dije, retomando el curso de lo que ya estábamos haciendo, volví a besarla, descendí por su cuello, luego su pecho, acaricié y besé cada centímetro de sus senos, escuché sus gemidos de placer y eso me excitó aún más.
Estar con ella era la gloria, y en ese momento supe que de haber iniciado con alguien más, no habría disfrutado tanto el sexo como con ella.
Nuestros cuerpos se unieron en una faena placentera durante toda la noche, la hice mía de todas las formas posibles que pudiera imaginar, y, finalmente, nos quedamos dormidos en el auto.
Cuando desperté la mañana siguiente, ella no estaba por ningún lado.
—¿Amalia? —pregunté desde la ventana. No era posible que se hubiera ido. Me puse la ropa lo más rápido que pude y salí del auto, a lo mejor ella estaba dando alguna caminata por ahí.
Pero mi intuición me decía que no, que realmente ella se había ido. Entré de nuevo al auto para ir hasta su casa, antes de arrancar, un sobre blanco puesto sobre su asiento llamó mi atención.
No quería hacerle caso a lo que mi corazón me estaba gritando, tomé la carta con los latidos desbocados y la abrí sin más rodeos.
Era su letra, de eso no había dudas, la nota decía:
“Princeso, mi Lucas, nunca dudes cuánto te amo, sé que vas a odiarme después de esto, pero necesitaba despedirme bien de ti, no podía irme enojada contigo. Lamento tener que despedirme así, pero simplemente no puedo mirarte a los ojos y decirte que me iré muy lejos.
Mi madre ha decidido llevarme con ella a Inglaterra, terminaré el año de estudio que me falta allá, y así podré estudiar en Cambridge, como quería.