Tal vez, para Siempre (bilogía) Libro 1

CAPÍTULO 44

Conduje deprisa hasta su casa, pero me tardé más de lo esperado. Cuando me había despertado ya había pasado media mañana, y para cuando llegué ya estábamos cerca al medio día.

Su casa se veía tan familiar, y al mismo tiempo se veía tan distante, igual que ella. Aparcado afuera se encontraba un taxi del aeropuerto. Pensé que quizá todo era una broma de mal gusto, como esas que nos hacíamos al principio, y se había esmerado mucho en montarla.

De repente la vi saliendo con su madre y dos enormes maletas.

Ella no se había percatado de mi presencia, pero no pasó mucho tiempo antes de que volteara y me viera.

Caminé directo hacia ella, su madre también me vio y le dijo algo en el oído; entonces avanzó hacia mí, acortando la distancia entre los dos.

—¿Qué significa esa maleta? —el corazón me latía rápido, tenía la terrible sensación de que no me iba a gustar la respuesta.

Ella no quería mirarme, realmente estaba actuando muy bien esa broma, pero ya era suficiente.

—Me voy con mi madre —respondió al fin.

—¿A dónde? —pregunté casi suplicando que respondiera; ella desvió la mirada y no respondió—Amalia, ¿a dónde te irás?

—Ya te lo había dicho…en la…—su tono de voz había cambiado, sentí incluso; que se le había quebrado.

—¿La carta? ¡es una buena broma! ¡pero ya basta! —exclamé suplicante.

—Lucas…me voy a Inglaterra —sentí un terrible retorcijón en mi corazón, ella no podía irse. ¡No podía irse!

—¿Qué? ¡dime que estás bromeando! ¡por favor!

—No estoy bromeando —sus ojos seguían clavados en el suelo.

—No puedes irte, Amalia ¡no!, ¡no puedes irte! —la tomé de los hombros—¡mírame! ¡dime que no es verdad!

Sus ojos estaban empañados y unas lágrimas rodaron por sus blancas mejillas.

—Debiste volver a Berkeley —susurró.

—¿Es porque te oculté lo de tus padres? ¡Por favor, perdóname! —El nudo que se había formado en mi garganta no me dejaba hablar bien. Quería llorar y no lo evité, las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos sin control, ella volteó el rostro para no verme.

—No es eso, Lucas.

—¿Entonces qué? ¿Por qué me dejas? Amalia, te amo.

Ella rompió en llanto y se apartó de mí.

—Lucas, tenemos sueños muy diferentes. Yo quiero ir a Cambridge, tú a California. Simplemente, no podemos seguir juntos.

—Podemos intentarlo, sé que podemos. —Sentía que mi corazón se partía en mil pedazos, que me moría por dentro. Amalia se dio la vuelta y me miró; por un segundo, imaginé que ella se sentía igual.

—Sabes que no. Ni siquiera podemos mantener la relación estando en el mismo país, mucho menos en otro continente.

La abracé, no me importaba que estuviera rompiendo mi corazón en mil pedazos; ella me rodeó con sus brazos también y lloró en mi pecho.

—Te amo, te amo Lucas, te amo. Pero tengo que dejarte ir.

—No por favor…—no podía hablar mientras lloraba; el nudo en mi garganta amenazaba con ahogarme. —¿Por eso me hiciste prometerte todo eso?

El taxista que las esperaba sonó la bocina del auto. Amalia volteó y la madre le hizo señas con la mano de que ya era tarde.

—Tengo que irme —anunció entre lágrimas.

La tomé del rostro y le di un beso, un beso que me supo a despedida, porque sabía que no la volvería a ver.

—No me dejes, te lo pido —supliqué una vez más.

—Dijiste que sería un tal vez —susurró. Recordé las palabras que siempre le decía cuando me lo preguntaba.

—Pero estaba seguro de que era para siempre.

—Adiós, Lucas.

Se alejó lentamente de mí hasta que ya no pude sostenerle la mano. Corrió al auto y se subió sin mirar atrás.




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