Talavera. La herencia envenenada

IV

Ni siquiera había apoyado la cabeza sobre la almohada cuando el teléfono sonó.

— ¿Diga?

— Daniel, soy Sonia. Estoy en el hotel donde tú también te encuentras, voy hacia tu habitación.

— De acuerdo.

Colgué el aparato, cansado de ese día tan extenuante. ¿Cuál sería el propósito de su visita a Sevilla? ¿Habría recibido ella una de esas cartas?

A los pocos minutos, Sonia y su luto entraron en mi habitación. Portaba una pequeña maleta en tonos oscuros que solía llevar en sus giras europeas. Sin decir nada, la arrojó sobre la cama del cuarto y me miró.

— ¿Has leído el mensaje que te he dejado en recepción? —dijo sin muchos artificios.

— Em...—dije, recordando que su nota seguía en el bolsillo de mi chaqueta y que no le había echado ni siquiera un vistazo—. La verdad es que no.

 

— Vaya Daniel, te creía una persona más centrada.

— Lo soy —dije, sacudiéndome la desilusión de su voz—. Hoy ha sido un día especialmente duro, el viaje al tren y la conversación con el inspector Baeza me han dejado agotado. Pero, ¿qué haces en Sevilla?

La escuché aclararse la garganta para luego decir:

— He recibido una carta del abogado de la familia Talavera. Tal y como te decía en esa nota que no has mirado siquiera.

El sonido de su maleta abriéndose y el de Sonia sacando varias mudas de color negro, por supuesto, ella no iba a dejar de vestir el luto riguroso.

— Esta es la carta —Y me ofreció el sobre abierto de color blanco roto de sus manos.

Lo cogí con cuidado y saqué la misiva de su interior.

<<Sevilla, 17 de diciembre de 1984

Estimada Sonia Bravo,

Me pongo en contacto con usted con la intención de hacerle saber que la lectura del testamento y legado del fallecido y mi representado, Alejandro Talavera, se realizará entre el 18 de diciembre y el 19 de diciembre de 1984 en la finca Los Olivos, última residencia del susodicho, situada en Sevilla.

Con esta carta le hago saber que su nombre figura como heredera del señor Alejandro Talavera.

Cordiales saludos,

Sebastián Martínez, abogado>>

Lo leí una segunda vez, pero esta vez con ojo de abogado y lo volví a meter en el sobre.

— Es una locura, ni siquiera había hablado con él desde hacía años —dijo mi prima, algo confusa.

— Por lo que parece eres una heredera y has de presentarte en la finca para su lectura.

— Dios mío, ¿en qué me he metido? Parece una broma. Ni siquiera me imagino en su finca, ni rodeada de su venenosa familia y de su esposa...

— ¿Venenosa?

— Si, maldad pura. Apenas los conozco y todos los rumores que escucho sobre ellos me dejan claro el tipo de gentuza que son.

— Aclárame esos rumores, ¿qué tipo de cosas se cuentan?

— Lo típico. Rivalidad entre hermanos y excesiva sobreprotección sobre la hermana pequeña. Y si a eso le añadimos que la familia de su segunda mujer vive con ellos, incluido el hermano díscolo...

De sus palabras pude sacar varias sensaciones. Aunque a Sonia no se le había dado el derecho a caminar entre la familia de su examante, conocía más que de sobra la historia de todos. También pensé que, si Alejandro Talavera había incluido a mi prima en su testamento, eso afirmaba la profunda relación que ambos habían mantenido. Ella me había contado la verdad.

— Mañana tienes que ir allí a ejercer tu derecho.

— Lo sé, aunque me cueste entrar en esa casa, lo haré.

Una vez que Sonia se hubo instalado en mi habitación, a pesar de que muchas habitaciones del hotel estaban disponibles, nos metimos en la cama a descansar. Aquello me trajo recuerdos de nuestras andanzas por Madrid, las noches en vela, las fiestas sin fin, pero también me recordó a nuestras confesiones entre sábanas. Durante mi exilio había echado mucho de menos alguien con quien hablar.

— Otra vez juntos —me dijo.

Ahora sin maquillaje, Sonia se veía frágil. Aquello era lo que más me gustaba de ella. Era fuerte en el escenario, ninguna podía compararse con ella ni con su talento, desbordaba profesionalidad. Pero también tenía esa parte sensible, esa parte en la que podías confiar plenamente. Sin duda, mi prima era una mujer de contrastes.

— Si, lo había añorado.

— ¿Por qué no me cuentas qué tal te ha ido con el inspector?

Le conté grosso modo toda la conversación, inquiriendo en el hecho de que esperaba una llamada suya permitiéndome ayudarlo en el caso.

— ¿Me acompañarás mañana a la finca? Creo que no seré capaz de hacerlo sola.

— Por supuesto —le respondí, antes de que ambos nos dejáramos vencer por el sueño.

A la mañana siguiente, ambos nos dirigíamos a la finca Los Olivos en taxi. A pesar de que la mañana se había levantado nubla, no esperaba que lloviera o, al menos no antes de que volviera al hotel a pasar la noche.

Sonia se mantenía a mi lado, nerviosa y algo temblorosa. Puse una de mis manos en su rodilla para que se calmara y miré hacia el retrovisor para sorprender al conductor del taxi mirándonos. 

La finca era inmensa, ni siquiera hubiese sido capaz de calcular su tamaño, mucho menos el dinero en el que estaba valorada. Varias parcelas de tierra se esparcían alrededor de la majestuosa casa, donde se podía ver ganado y varios jornaleros.

Salimos del taxi y, tras abonarle la carrera, accedimos al camino que se abría desde la carretera para su acceso. Allí, dos oficiales de policía hacían guardia para evitar la entrada de curiosos o de periodistas. Tras ofrecerles nuestros documentos de identidad, avisaron por radio y no tardamos en ver aparecer al inspector Baeza, acompañado de un subalterno.

Al llegar a nosotros, lo hizo con autoridad, quizá desquitándose de la actuación del día anterior.

— Buenos días Daniel Sánchez. He llamado a su hotel para ponerme en contacto con usted, pero ya se había marchado —me dijo, mientras miraba de hito en hito a mí y a mi acompañante.




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