Talavera. La herencia envenenada

V

Mientras atravesábamos el camino de tierra, gravilla y polvo, una figura se acercó a nosotros. Vestía un anticuado abrigo de pelo de algún animal, y bajo este se podía apreciar una falda de tubo color negro.

— Señora Herrera —dijo el inspector.

La figura se detuvo y se giró. Estaba rodeada de la vegetación del seto que se adivinaba a su derecha. Se acercó a nosotros con lentitud, como si se hallara presa de algún maleficio.

— Señora Herrera, este es Daniel Sánchez. Daniel Sánchez, ella es Beatriz Herrera, primera esposa del fallecido.

Beatriz Herrera era una mujer que parecía no haber cumplido los treinta, pero con más sabiduría en los ojos de lo que cabría esperar. Su belleza era innegable, pero la tristeza que se adivinaba en su rostro la ensombrecía.

— ¿Cómo está? —dijo ella, de manera muy formal.

— Señora, eso debería de preguntárselo yo.

— Lo siento, han sido unos días muy intensos, me cuesta habituarme a... a esto.

— No se preocupe, señora Herrera.

— Llámame Beatriz —me dijo.

Sus labios finos se arrugaban cada vez que dejaban de hablar, puede que fruto de la tristeza. O puede que fuera un tic nervioso.

— El señor Sánchez ha venido a ser de ayuda en la investigación —le dijo el inspector.

— Espero servir de ayuda.

La mujer hizo un leve asentimiento con la cabeza.

— No vendrá mal un poco de ayuda, la situación es francamente complicada. La presencia de las autoridades está creando malestar, o puede que ese malestar ya estuviera de antes. Apenas he salido de la casa para ver a los animales, que es lo único que me relaja y se ha formado un lío enorme con la entrada de esa cantante de ópera.

Los tres pusimos rumbo de nuevo hacia la casa, y una vez que llegamos al punto donde habíamos visto a la señora Herrera, me asomé para ver a los animales. Unos toros de color marrón oscuro se paseaban en su corral, ajenos a la muerte de su dueño y de todo lo que se había despertado a consecuencia.

— Mal asunto la muerte de Alejandro —dijo ella, a nadie en particular—, ¿qué opina la policía? Todavía me cuesta acostumbrarme al hecho de que esté muerto, en realidad, solo pensarlo ya me parece cosa imaginaria. Hace cinco años que estamos divorciados, pero el cariño que tenía por él no ha cambiado. Quería a sus hijos y respetaba las decisiones que tomaba, es imposible que esté muerto, imposible.

No contesté. A pesar de su actitud apática, estaba siendo invadida por los recuerdos.

— Estaba pensando en la llamada que me hizo para invitarme al cumpleaños. Acepté encantada pues le tengo un gran cariño a Jaime, y mucho respeto. Durante el tiempo que estuvimos casados fue un gran suegro, de hecho, dudo que encuentre alguien que le pueda hacer sombra. A los niños les encanta estar aquí, y no me extraña. Durante los años que estuvimos juntos, ellos se criaron aquí. Se conocen cada esquina, cada habitación y todo el personal de servicio los quiere mucho. Pero lo nuestro duró hasta que me vi más mayor de lo que en realidad me tocaba. Conocí a Alejandro recién salida de la escuela de señoritas en la que estudiaba. Diecisiete añitos tenía, fíjate. Pero verme casada y con dos niños después de haber salido de casa de mis padres... No, eso no está en mis genes, a mí me gusta la libertad, ¿entienden?

Ninguno de los dos queríamos romper ese momento, pero no pude evitar preguntarle:

— ¿Usted siempre ha estado muy unida a la familia Talavera?

La cara con la que me miró el inspector fue de querer matarme, pero no me importó.

— Ambas familias han sido cercanas desde siempre. Si algo hizo que mi padre diera el consentimiento para que me casara con diecisiete años fue la familia. Con otro, mi padre hubiera puesto impedimentos. Además, los niños pasan mucho tiempo aquí y es inevitable esa sensación de familiaridad. Ángela es prácticamente su segunda madre.

— ¿Y a qué se dedica Ángela Talavera?

Había pasado definitivamente de las miradas asesinas del inspector, seguiría preguntando y ella contestando.

— Ella es soltera, y no estudió nada debido a la sobreprotección de Jaime. Es verdad que no tiene oficio, pero actúa de colchón entre los hermanos. Santiago y Andrés a veces pueden ser muy batalladores, sobre todo en temas que sean de Alejandro, como dirigir Talavera Motor Company. Todavía andan un poco escocidos de que su padre lo pusiera como jefe de empresa a él y no a ellos.

— ¿De modo que había disputa familiar por el liderazgo de la empresa?

— Disputa como tal, no. Rencillas familiares, tal vez. No es fácil vivir a la sombra de un hermano millonario y con poder. Andrés, al ser el mayor de los hermanos, siempre ha creído que ese puesto le pertenecía. Para él ha sido difícil quedar relegado a un segundo puesto sin honores. Puede que no lo entienda —me dijo directamente a mí—, pero el hombre andaluz es muy pasional y eso sería considerado como una afrenta.

La entendía más de lo que ella parecía ver. En mi familia solo existía un tipo de persona, la que acataba todo lo que le ordenaban. Si te salías del tiesto, salías de la familia.

— ¿Y el otro hermano?

— Santiago está demasiado ensimismado gastándose el dinero de la familia como para batallar por ser el líder de la compañía, pero eso no le priva de quejarse al mismo son que Andrés.

— De modo que los hermanos obtienen alguna ventaja de la muerte de Alejandro —afirmé.

Beatriz Herrera me miró de forma extraña.

— Claro que existe una ventaja para ellos. De hecho, puede que, hasta algún beneficio, pero no creo que no hubieran tenido la oportunidad de labrarse su propio porvenir. Y Alejandro no era un hombre tan cerrado, quería mucho a su familia.

El inspector, harto de que monopolizáramos la conversación, añadió:

— Se ha hallado que el cinturón del vehículo fue manipulado.

— ¿Qué? ¿Me está diciendo que alguien provocó su muerte?




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