Talavera. La herencia envenenada

IX

El ascenso hacia la planta superior se hacía a través de una escalera situada en la sala adyacente al vestíbulo. Con sorpresa, pues no me había percatado de ella, subí por ella tras el inspector buscando a la reciente viuda. Un pasillo con tres puertas cerradas nos recibió, y sin saber a cuál llamar primero, el inspector golpeó la primera puerta que había.

Tras ella, nos abrió una señora mayor. Interpreté que se trataba de Carmen Iglesias, madre de la viuda.

— ¿Han venido a hablar con Elena?

— Sí, señora Carmen —dijo el inspector.

— Pasen por aquí.

La señora, vestida con una falda hasta los tobillos y con una manta sobre los hombros, nos condujo al interior de una suite. A pesar de saber que se trataba de una casa de campo, aquello parecía un hotel. Ignoraba si la decoración había sido idea de Elena Iglesias o de Alejandro Talavera, pero la impecable distribución de muebles era de estilo moderno y actual, en contraste con el resto de la casa.

Más adelante, y repito, como si se tratara de un hotel, una puerta conducía al dormitorio principal. No debería de haberme sorprendido su tamaño, ya que, si la planta principal albergaba estancias con tamaño normativo y la planta superior solo tenía tres puertas, debía haber deducido que serían de enormes proporciones. Pero aun así me sorprendí. El dormitorio no solo tenía una cama King Size, sino que había dos armarios enormes, uno a cada lado de esta, cómoda, aseo propio y multitud de cuadros en las paredes.

Sobre el cabecero de la cama había un cuadro pintado de Alejandro Talavera y su esposa. Ambos sonreían a cualquiera que quisiera mirarlos. La imagen de los dos juntos era arrolladora. La joven tenía el pelo largo y negro, y una mirada orgullosa. Su cuerpo, menudo al lado de su marido, vestía un traje ligero pero coqueto. Parecía una estampa maravillosa, tal vez al tratarse de un cuadro y no de la vida real.

Elena Iglesias salió del aseo quedándose parada al vernos en su dormitorio. Vestida de negro, como ya estaba siendo habitual en esa casa, nos miró.

— Hija, han venido a hablar contigo.

— Hola. Por favor, salgamos a la salita. Creo que estaremos más cómodos allí.

No sé si esperaba una voz más congestionada, o unas maneras más inmaduras, pero su actitud no me pareció de lo más normal. Parecía muy entera, como si apenas estuviera sufriendo por la pérdida.

Ya afuera, nos sentamos en un sofá de color turquesa y pinta de caro. El cambio me sorprendió para bien, ya que el color era tan alegre, lo que contrastaba con la humildad de la planta inferior y sus habitantes.

— Mamá, ¿por qué no vas a ver cómo está Álvaro? —dijo Elena Iglesias a su madre—. En unos minutos quiero darle de comer y no quiero que me extrañe.

— Claro hija —dijo Carmen Iglesias, y tras darle un beso en la cabeza se su hija, se fue a cuidar a su nieto.

— Solo queríamos hacerle unas cuantas preguntas.

— Por supuesto, vamos a quitarnos esto de en medio.

Me sorprendió su elección de palabras. Cualquiera pensaría que su serenidad sería producto de haberse quitado de en medio a su marido.

— ¿Puede contarme qué ocurrió instantes antes de la muerte de Alejandro Talavera?

— Era la fiesta de don Jaime y todos estábamos allí, incluida Beatriz. No es que yo no quisiera que ella estuviera allí, ella es la madre de Enrique y Joaquín, hermanos de mi Álvaro, pero siempre me ha parecido muy altiva. ¿Cree que por venir de una buena familia tiene derecho a todo? No. Yo estaba molesta, por supuesto, pero no por su presencia. Me molestaba su actitud, su mirada de yo estuve aquí antes con la que siempre me mira. Yo sé que no soy su primera mujer y que las relaciones sociales no es lo que mejor se me da. Desde pequeña he tenido los amigos justos, ¿saben? Mi hermano y poco más. Hoy en día no se puede fiar ninguno de nadie —Aprovechó su pausa para echarse el pelo hacia atrás, lo que provocó el movimiento en cascada de su pelo—. Pero ella me tentaba con la mirada. Debe ser que tengo un carácter más pasional, o que ella es la única mujer capaz de sacarme de mis casillas, pero no me pude contener. ¿Qué hacía ella en la casa de su exmarido? Aunque la invitara mi Alejandro, ella tenía que haber declinado la invitación por respeto a mí, pero no. Se carcajeaba con don Jaime y repartía sonrisas a todos los Talavera. ¿Tanto poder tenía? Los tenía a todos encandilados con su cháchara.

— Según me han contado algunos invitados, usted increpó a Beatriz Herrera.

— Si, lo hice, y no me arrepiento. Una tiene un aguante y cuando el vaso rebosa, no hay más que hablar. Tuve que decirle cuatro cosas bien dichas a esa mujer. Puede que no fuera el momento, y más cuando era una celebración familiar, pero es que esta familia ya no es suya.

— ¿Diría usted, que Beatriz estaba entrometiéndose en la familia Talavera?

— ¿Entrometiéndose? No lo sé, pero a todos los tenía cautivados. No sé porque todos le tienen tanto aprecio. Sedujo a Alejandro desde bien joven, y consiguió casarse con él. Fastidió su matrimonio por sus ansias de libertad. ¡A buenas horas! Eso tenía que haberlo hecho de más jovencita, no estando casada. Y después de un divorcio, un desembolso de millones a causa de este y de tener a Alejandro más que atado por dos hijos, entonces se la pasa aquí metida como uno más.

Sin duda, en sus palabras derrochaba todo el odio e inquina que sentía ante la primera mujer de su marido. No es de extrañar que ambas tuvieran alguna rencilla, al fin y al cabo, ¿por qué es por lo que suelen pelear más las mujeres?

— ¿Cree que hubo algo sospechoso esa noche?

— ¿Sospechoso? No tengo ni la más mínima idea.

— A propósito de la celebración, he escuchado que usted y el fallecido discutieron antes de que él saliera hacia su vehículo.

— Claro que discutimos. Nos gritamos el uno al otro con alevosía. Yo ya estaba harta de esa maldita mujer y de la atención que despertaba en todos los Talavera, incluido mi marido. Una no es tonta, y sabía que ella tenía algún deseo de volver con él, o al menos de que rompiéramos —Se apoyó en el respaldo del sofá en el que se sentaba—. Fue horrible, nos dijimos cosas espantosas y luego, él se fue y se mató. Que lo último que le dijera antes de morir fueran gritos, acusaciones y rabia acumulada me va a pesar mientras viva.




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