Talavera. La herencia envenenada

XI

Localicé a Elena Iglesias en el mismo sitio donde la habíamos dejado. Tras entrar en la casa y comprobar que mi prima Sonia ya se había marchado en taxi hacia el hotel, subí hasta la segunda planta para hablar con la viuda de nuevo. Esta vez, a solas.

— ¿Dónde está ese insufrible inspector? ¿Va a preguntarme de nuevo esas barbaridades?

— Por ahora, no —dije, intentando tranquilizarla.

— ¿Quién es usted?

A pesar de que se había camuflado muy bien al lado del inspector y nadie había decidido preguntar por mi derecho a estar allí, tuve que responderle.

— Soy un abogado que ayuda en el caso, pero también tengo relación con alguien incluido en el testamento.

— Esa familia son unos inmorales, ¡los detesto!

Me miró con el gesto de desprecio grabado en la cara. Tenía una expresión de repugnancia que predominaba sobre cualquier otro.

— Siempre se han portado muy mal conmigo... siempre. Desde antes de la boda, solían hacerme desplantes. ¿Por qué me trataron de aquella manera? Está bien, yo no soy miembro de una superfamilia como ellos, pero eso no les da derecho a tratarme así. ¿Acaso a alguno de ellos le importaba su hermano en absoluto? ¿Y la felicidad de Alejandro? Lo único que les interesaba era que yo no le sacara más dinero que ellos, para así, poder disponer de todo el que quisieran a su antojo. Nunca les faltó nada, ¡pandilla de consentidos!

<< ¿Por qué no habría de casarse de nuevo? Alejandro era joven, guapo y buena gente. ¿Preferían que siguiera divorciado para así no tener que compartir el dinero? ¡Qué egoístas! Hemos sido muy felices, ¿sabe? Alejandro era un hombre muy sencillo, a pesar de tener tanto poder. Nos queríamos con locura, ¡cuánto le amaba!

— Entiendo —dije.

— Usted no podría comprenderlo. La forma en la que Alejandro me besaba, me tocaba y me hacía el amor. Era un hombre enamorado y yo una mujer muy afortunada. Que no le engañen mis orígenes humildes, yo soy sencilla y llana. A mí esta vida de lujo no terminaba de satisfacerme.

Se recostó sobre el respaldo del sofá sobre el que se sentaba, como apoyándose en la idea de seguridad.

— He sido muy feliz aquí. Incluso mi hijo nació aquí. Cuando me puse de parto tuvieron que llamar a la ambulancia porque mi Álvaro quería salir y conocer el mundo antes de la fecha que le tocaba. Este lugar para mí tiene historia, supongo que para el resto de los Talavera también lo tiene, es su residencia durante varias generaciones. Pero la mía es una historia nueva, que reescribe a las otras.

Miré como cambiaba sus gestos, su entonación. Casi pude creer que le estaba contando un cuento a un niño para dormir.

— Cuando lo conocí no sabía ni quién era. Yo trabajaba en una pequeña tienda y él entró a comprar, nos vimos y se sintió electricidad. La mayoría de la gente opina que el amor a primera vista no existe, pero eso es porque nunca lo han sentido. Sus ojos, su sonrisa, todo de él... Apenas me dirigió dos palabras y yo ya comía de su mano, como suele decirse. Nos vimos unas cuantas veces más. Tan solo hablábamos de la vida, la suerte de habernos encontrado y de encontrar afinidad. Sé que su familia piensa que soy una cazafortunas, pero yo no supe cuánto dinero y poder tenía hasta que no nos casamos. Fue una boda sencilla, sí. Debido a que su primer matrimonio fue por la iglesia, no tenía la nulidad para hacerlo de nuevo. Así que una sencilla boda civil en un juzgado es lo que obtuve. No hubiera pedido más ni en cien millones de vidas. Tras eso, y cuando pudimos instalarnos aquí fue de cuando me enteré de su realidad. Al principio me sobrepasó todo su patrimonio, ¿cómo no sentirme así? Yo me crie en un barrio humilde y con una vida sencilla. Eso sí, con una educación de valores fuertes, mi madre siempre fue muy recta con mi hermano y conmigo. Pero intenté integrarme y solo recibí desplantes, malas formas y algún que otro insulto velado.

— Parece que no le hicieron la estancia muy fácil.

— Si decide usar eufemismos...

Pude sentir la desolación de ser la nueva en una familia, con sus luces y sombras, y sentirte que no perteneces a ella. Y lo peor, que nadie quería hacerte un hueco.

— Y ahora, si no fui yo la que intentó matar a Alejandro es mi hermano. Qué oportuno para ellos.

— ¿Qué me puede contar de su hermano?

— Me da muchísima lástima mi hermano Pedro. Ya ha hablado con él, ¿verdad? Se habrá dado cuenta de que no tiene maldad. Es un chico muy honesto y bondadoso, por eso creo que le cae tan bien a los hijos de Alejandro. Incluso le hacen partícipe de sus juegos y trastadas. Mi hermano es como un niño con cuerpo de hombre, no se le debería tratar como un adulto en mi opinión.

— ¿Está queriendo aludir a alguna enfermedad o retraso mental?

— No, para nada. Podría parecerlo, pero él siempre ha sido un niño. Tiene creatividad y una gran fantasía, por eso conecta especialmente bien con niños. Sé que a los Talavera no le interesa eso, lo ven hasta mal. ¿Pero qué hay de malo en ello? Pedro se ocupa de ellos cuando a ninguno se le ocurre hacerlo. Demasiado ocupados gastando dinero, disfrutando de placeres que no se han ganado.

Tras unas palabras de despedida, bajé a la primera planta a buscar a Beatriz Herrera, si todavía se encontraba allí.

Cuando me disponía a entrar en el salón, choqué con la mujer de frente.

— Disculpe, iba a por los niños.

— No se preocupe.

— ¿Ha visto a Elena? —preguntó sin paños calientes—. ¿Qué le ha parecido?

— Honestamente, me ha dado pena.

— ¿Conque te ha convencido?

Sus palabras me irritaron.

— Yo diría que no os habéis molestado en empatizar con ella. Suerte que yo que soy ajeno a esta familia puedo serlo.

— Así que te ha camelado con dos palabras y vienes a contarme que no he sido empática...

— Solo sé que nadie se ha molestado en intentar conocerla ni en incluirla en la familia.




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