Talavera. La herencia envenenada

XIII

Entré en el despacho del inspector, en la comisaría de Sevilla, y lo encontré acabando de narrar lo que había ocurrido en la casa.

— Y eso es lo que hay —estaba diciendo—. Los he presionado, hablado con cada uno por separado y, ¿qué es lo que consigo? Nada en absoluto. Todo lo que hemos sacado a la luz son los celos de los familiares hacia la segunda esposa. Eso no serviría ante un tribunal y tampoco justifica un asesinato.

— Vamos, vamos Baeza —dije—. Puede que tenga algo mejor para darle.

— Así que usted tiene algo que darme. ¿Quieres decir que a un inspector consolidado como yo se le ha escapado algo?

Me senté en la primera silla que alcancé, siendo consciente de que aquello podría herir la sensibilidad y la profesionalidad del inspector.

— Santiago Talavera le había pedido a Alejandro algo de dinero para empezar un negocio. Ambos hermanos discutieron porque Santiago le había mentido acerca de cómo había empleado el dinero prestado.

Baeza se puso del color rojo ira.

— ¿De dónde ha sacado usted tal información? —preguntó—. Estuve presente delante de todos los interrogados, yo...

— No lo he sabido por ninguno de ellos —declaré—. Lo he sabido por alguien que no se encuentra en su radar.

— ¿A qué se refiere? ¿No me irá a decir que ha hablado con el fallecido? —Las risas del inspector llenaron la oficina. Sí, prefería pensar que había sido algo sobrenatural a admitir que no había hecho el trabajo correctamente—. No tengo tiempo para inventos.

— Ni he hablado con el fallecido ni es algo que me esté inventando. Me lo dijo Enrique Talavera, su hijo. Al parecer es muy dado a escuchar conversaciones ajenas.

Baeza abrió la boca y volvió a cerrarla. Quería preguntarme con tanta rapidez que se bloqueó.

— ¿Santiago? —dijo—. De manera que el pequeño de los Talavera nos ha mentido, y eso que dijo que había dejado atrás su mala fama.

Sentí un nudo en el estómago al contarlo. Puede que Santiago hubiera tenido mala suerte en su inversión, y podría ser que la información de Enrique fuera falsa. Pero algo en su forma de decirlo me había hecho pensar que no.

— Así que te lo ha dicho el chiquillo... —dijo Baeza—. Parece ser el único que está verdaderamente informado en esa casa.

— Los niños suelen cometer ese tipo de picardías.

Si el niño había dicho la verdad, eso colocaba a Santiago Talavera como principal sospechoso. Un problema de dinero y una discusión fuerte... Por menos habían ido otros a parar a la cárcel. Pero, ¿cuán creíble era la información de un chico de diez años?

— Esto podría cambiarlo todo —dijo el inspector—. Alejandro llama a Santiago, este confiesa su mala gestión. Se descubre que el dinero no era para ningún negocio, sino para otros menesteres ¡Qué sé yo! Se pelean a gritos y discuten. Santiago, siendo totalmente avaricioso y queriendo más si tener que pedirlo a su hermano, raja el cinturón del vehículo de Alejandro y tiene la esperanza de que se estrelle y se mate, tal y como ocurrió.

Asentí ante su reconstrucción de los hechos. Parecía totalmente factible que aquello hubiera podido ocurrir y a la vez, todo lo contrario. Por mi trabajo de abogado, no era yo el que debía de investigar si no el que demostraba la inocencia o no culpabilidad de alguien gracias a las pruebas que otros encontraban.

— Creo que es hora de invitar a Santiago Talavera a comisaría.

Una media hora más tarde, el susodicho entraba en la comisaría con una mirada interrogante. Tropezó con varias sillas en su camino hacia el despacho de Baeza.

Si me quedé allí, ignorando a mi estómago anhelante de comida, fue por saber a dónde iba a parar todo esto. Al fin y al cabo, aquella situación la había propiciado yo y quería saber en qué terminaba.

— Muchas gracias por acudir a la llamada tan rápido —le dijo Baeza.

Me paré en el quicio de la puerta, sin saber si me estaba permitido presenciar aquel interrogatorio. Vi como Baeza me hizo un gesto para que cerrara la puerta y, ni corto ni perezoso, la cerré conmigo dentro.

— ¿Quería verme inspector? —preguntó al verse encerrado en el despacho—. ¿Han encontrado algo?

— Le he pedido que venga aquí, señor Talavera —dijo el inspector— no para actualizarle información sobre nuevas pruebas, sino para solicitar información de usted que ha mantenido oculta.

Santiago Talavera pareció aturdido.

— ¿Oculta? ¡Pero si les he contestado a todo!

— Me parece que eso no es cierto. ¿Tuvo usted una discusión con el fallecido acerca de un dinero que él le había prestado?

— Sí. Cuando se trataba de dinero, Alejandro siempre quería estar al tanto.

— ¿Y por qué había pasado por alto aquella discusión, señor Talavera?

— Bueno, ese tema pertenecía a mi vida privada. Mis negocios eran de mi entera responsabilidad y son privados.

— No lo son cuando ha discutido con su hermano por ello y él ha muerto en extrañas circunstancias.

Hasta ese momento, había confiado en que aquella información proveniente del niño fuera equivocada. Pero tuve que darme de bruces con la realidad.

— ¡Madre de Dios! —dijo Santiago, apoyando su espalda en la silla.

— ¿Admite que ha mantenido oculta cierta información sensible para la resolución del caso?

— ¿Cómo se han enterado? Creía que aquello había sido entre él y yo solamente...

— Los inspectores tenemos maneras de saber hasta los más mínimos detalles —dijo Baeza, y calló para crear una pausa dramática—. Ahora, ¿será tan amable de contarnos la verdad acerca de lo ocurrido?

— Si, lo haré, porque no es nada de lo que están pensando.

— De acuerdo, ahora tiene la oportunidad de contarlo todo.

El pequeño de los Talavera se aclaró la garganta y dijo:

— Vi una oportunidad de negocio. Un buen amigo me contó un soplo para la inversión en una nueva empresa que importaba gasolina desde algún país árabe —Tragó saliva audiblemente—. El caso es que me fie de ese amigo, pero este me estafó desconsideradamente. ¡Qué calamidad! Mi fama me precedía en mi familia y aquello no le sentó nada bien a Alejandro. ¡Se puso hecho una fiera! Me gritó, diciéndome que era un inútil y un cabeza hueca, pero eso había acabado. Lo hice porque vi la oportunidad y me engañaron, solo fue mala suerte.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.