Prologo

Prologo

Era una tarde con el cielo rojizo, el viento silbaba, los arboles bailaban, y la paz que se sentía era profunda; pero esto era solo una ilusión. El viento chocaba contra unas enormes murallas, y el viento más frio, chocaba contra los soldados encima de esas murallas. El sol les cegaba, y no podían ver que en las sobras de los árboles se escondía una amenaza.

Talazás estaba arrodillado, detrás de un árbol, a su lado estaban dos francotiradores; y detrás de él, estaba un grupo de gente que esperaban ordenes, este grupo estaba lejos de ser considerado un pelotón. Si bien era un grupo de gente que tenía armas, que esperaba órdenes, que estaban dispuestos a matar; los diferenciaba una sola cosa, no buscaban medallas, ni engrandecer a nadie; solo querían libertad para aquellos quienes estaban dentro de las murallas. Es difícil describir lo que una persona piensa en estas situaciones; hay quienes mantienen la sed de sangre en todo momento, hay quienes piensan en sus seres queridos e intentan aguantarse las lágrimas, hay quienes solo quieren levantarse, que les disparen y morir antes de que se den cuenta.

Aun así todos ellos, todas esas personas estaban quietas, eran como una serpiente acechando a su presa, nadie quitaba ojo de lo que tenían en frente, tanto como la muralla, como a los guardias, como a Talazás.

La tarde parecía morir cuando el sonido del viento fue interrumpido por el sonido de alarmas, el sonido de disparos y explosiones. Todos tomaron sus armas, se santiguaron y permanecieron a la espera de órdenes; Parecía imposible que un grupo tan numeroso estuviera quieto en una situación así. Los francotiradores no perdían de vista a sus objetivos, las personas detrás de Talazás estaban rezando y mentalizándose. Talazás era el único que parecía conservarse sereno y alerta.

Fue cuando los guardias parecían apuntar a alguien que Talazás dio la orden, ambos guardias cayeron muertos, y una explosión logro destruir esa gran muralla; Talazás corrió a la muralla, todos se levantaron y corrieron, algunos disparaban, algunos solo corrían, otros buscaban cubrirse; todo era un caos.

El rugido de los rifles ensordecía a todos, las alarmas empezaron a sonar en coro, los guardias se amontonaron; desde adentro de la muralla se escuchaban gritos, tanto de dolor como de rabia. No paso mucho tiempo para que el polvo se dispersara, y vieran lo que estaba detrás de esas murallas, militares disparando a diestra y siniestra, gente mordiendo y rasguñando a cuerpos inmóviles; Talazás disparaba, abriéndose paso entre los militares, su mirada estaba centrada únicamente entre la mira de su rifle, y sus enemigos, escuchaba el llanto de la gente detrás, sabía que había muertos; pero no le importó, en momentos así no se puede sentir algo más que no sea una furia ciega y un desprecio total.

Aun así, cuando Talazás se cubría, logro escuchar como alguien gritaba de dolor, no por un balazo, sino porque había otra persona encima de su espalda, mordiéndole el cuello e intentando arrancarle la mandíbula; escucho como disparaban, escucho como los cuerpos caian, y vio como una persona ahora con el pecho destrozado había rodado hasta donde él estaba. Fue lo último que vio antes de que una explosión lo cegara y ensordeciera.

Talazás solo recuerda como lo llevaban arrastrado, vio el charco de sangre que dejaba, vio como aun había gente mordiendo, disparando, muriendo, matando y quizás lo más importante, gente que escapaba de ese infierno.

Cualquiera que hubiera visto a Talazás lo hubiera dado por muerto; pero él no moriría ese día. Por fortuna o por desgracia Talazás viviría para ver las consecuencias de su error, y viviría también para poder iniciar una nueva era, la era que se marcaria en la historia como la paz después de la tormenta. Como una brisa calurosa después de un crudo e inhumano invierno.