No he vuelto a dormir dentro de mi casa, no la sentía un hogar.
Todas las noches me iba al patio trasero a dormir, envuelto en un montón de mantas para no “enfermarme”, y con lo mismo que me llevaba a la habitación: una bebida caliente, medio amarga y fuerte pero dulce llamada café, y un libro para pasar el rato. Leia, a veces dibujaba, a veces solo me quedaba dormido, y otras… me quedaba mirando las estrellas. Me dolía verlas, estar tan lejos de ellas. No poder escucharlas.
Un par de noches me quedé hablando con papá, me mantenía tranquilo escuchar una voz familiar. Una noche me quedé cerca de la pared del vecino, muy mala idea que nunca repetiré. Digamos que el vecino no es soltero, ni delicado.
Una noche me quedé hablando solo. Miraba el cielo y hablaba, le conté como había sido mi día, entre otras cosas. Todo en búsqueda de que volviera a hablar, pero fue en vano.
A la noche siguiente volví a intentarlo, fallando rotundamente como la primera. Y así seguí. Seguí y seguí, llorando y suplicando que me respondiera. Los vecinos empezaron a quejarse todas las noches, ya que mis suplicas terminaron en penas al aire, a los gritos. Tenían razones para quejarse, yo intenté controlarme, pero volvieron a quejarse. Me trataban de loco, me amenazaban con llamar a la policía. Volví a dormir adentro.
Las noches de insomnio eran terribles, lloraba en mi cama mientras miraba por la ventana. Llamaba a mi padre, ni el me creía, pensaba que estaba alterándome por la soledad y me decía que tratara de calmarme. Talvez él tiene razón, pero no logre controlarme.
Volví afuera, llorando lo más suave posible para evitar más problemas. Me quede mirando al cielo, una noche nubosa sin una sola estrella a la vista.
- por lo menos aparece y dime si estoy loco o no – murmuraba entre lágrimas, mientras limpiaba mis mejillas.
- no estás loco, pero no tengo la fuerza suficiente para aparecer siempre – resonó esa dulce voz femenina en mi mente, lo cual causó la vuelta de mi llanto.
Lloraba feliz, sabía que no estaba loco. Lo que no esperaba era que salieran carcajadas entre mis sollozos. “tenía razón, tenía razón” lo repetía y repetía en voz alta, pero por dentro intentaba controlarme.
Y así fue como en menos de media hora termine subido a un auto patrullero. Los vecinos llamaron a la policía, entraron a mi casa a la fuerza y me agarraron. Uno de ellos inyectó algo en mi cuello, me dejo muy tranquilo, casi diría que parecía inconsciente estando despierto. No reaccionaba, apenas oía, y lo poco y borroso que veía era como me llevaban a la comisaria, y como me metían a una celda.
Ya estando en la celda, aun medio inconsciente de la realidad, vi como entraba un policía a ese lugar, más precisamente el mismo que me dejo en este estado. Yo permanecía sentado en la dura y fría cama del lugar, y este tipo dejo en mi regazo un cuaderno y un bolígrafo, los cuales en ese instante no noté lo familiares que eran.
- lo encontré entre tus cosas, creo que te será útil en el manicomio. Dicen que es bueno que los locos se expresen, así calman de otra forma su pequeño cerebro – se puso en cuclillas frente de mí, sonriendo – talvez en el manicomio se pasen más rápido los próximos 85 días, hermanito. Es solo una ayuda, porque tampoco quiero que Tristan te gane, perdóname gemelito – se levantó y salió de la celda.
Me quedé mirándolo. Aun no reaccionaba, mucho menos viendo a Ryan en este mundo. No sabía si enojarme o agradecerle, o talvez llorar. La situación esa fue muy extraña, y realmente estaba confundido.