El olor a desinfectante y el murmullo constante del hospital eran un contraste brutal con el silencio helado que había dejado atrás en el apartamento. Mi uniforme blanco, habitualmente un símbolo de mi vocación y mi esfuerzo, hoy se sentía como una armadura pesada, intentando ocultar las marcas invisibles que Alan había dejado en mí.
La noche anterior había sido un borrón de lágrimas silenciosas y kilómetros recorridos sin rumbo fijo por las calles nevadas de Moscú. Había regresado al amanecer, agotado y helado hasta los huesos, encontrando a Alan dormido en la cama como si nada hubiera pasado. La negación en su rostro me había dolido más que el propio golpe.
Ahora, mientras revisaba el goteo intravenoso de un paciente anciano, intentaba concentrarme en las cifras y las lecturas, pero mi mente volvía una y otra vez a la imagen de su puño, a la sorpresa y el dolor que me habían atravesado. La vergüenza me quemaba por dentro. ¿Cómo había permitido que llegáramos a esto? ¿Cómo podía seguir fingiendo normalidad ante mis compañeros, ante los pacientes que confiaban en mi cuidado?
Durante el descanso para el café, me encerré en el baño, encendiendo la luz fluorescente que revelaba la palidez de mi rostro. Toqué con cuidado mi mejilla, donde aún persistía una ligera hinchazón y una sensibilidad molesta. Lo había cubierto con maquillaje, esperando que pasara desapercibido.
Pero la tensión en casa no había disminuido. Alan seguía distante, aunque ahora con una especie de culpa tácita flotando en el aire. Evitaba mi mirada, sus respuestas eran monosílabas y la atmósfera entre nosotros era densa, cargada de reproches no dichos. Cualquier roce accidental nos hacía tensarnos, cualquier intento de conversación terminaba en un silencio incómodo.
Una noche, mientras cenábamos en silencio, la frustración me superó.
—Tenemos que hablar, Alan —dije, intentando mantener la voz firme a pesar del temblor interior.
Él levantó la vista de su plato, sus ojos oscuros evitando los míos.
—¿Sobre qué? —preguntó, con un tono que intentaba ser casual pero que sonaba áspero.
—Sobre lo que pasó —respondí, el nudo en mi garganta haciéndome tragar con dificultad—. Sobre el golpe.
Su rostro se endureció.
—Ya pasó, Lian. No quiero volver a eso.
—¿No quieres volver a eso? —exploté, la rabia finalmente rompiendo la barrera de mi contención—. ¡Me golpeaste, Alan! ¿Cómo puedes simplemente ignorarlo?
La discusión escaló rápidamente. Su voz se elevó, acusándome de dramatizar, de victimizarme. Yo le recriminé su violencia, su falta de remordimiento. Las palabras se convirtieron en un torrente de dolor y resentimiento acumulado. En un momento de furia ciega, me agarró del brazo con fuerza. Intenté liberarme, forcejeamos torpemente y sentí un dolor agudo en el cuello.
Cuando finalmente se soltó, jadeando, llevé una mano a mi cuello. La piel ardía. Me miré en el espejo del pasillo y vi el enrojecimiento marcándose rápidamente, los dedos de Alan impresos en mi piel pálida. Un moretón incipiente, una prueba visible de su rabia, de mi vulnerabilidad.
Las lágrimas brotaron sin que pudiera detenerlas. No era solo el dolor físico, sino la humillación, la sensación de estar atrapado en una espiral de violencia y silencio. Alan me miraba, con una mezcla de sorpresa y arrepentimiento en sus ojos, pero ya era demasiado tarde. Algo dentro de mí se había roto.
Me encerré en el baño, temblando incontrolablemente. El moretón en mi cuello era una marca visible, una señal de alarma que no podía seguir ignorando. Sabía que esto no podía seguir así. Sabía que merecía algo mejor que este miedo constante, esta tensión asfixiante.
Mientras me miraba en el espejo, las lágrimas cayendo silenciosamente sobre el lavamanos, una pequeña chispa de determinación comenzó a encenderse en mi interior. Tenía que encontrar una salida. Tenía que encontrar una manera de sanar, de recuperar mi propia voz. Aunque ahora mismo el futuro se sintiera oscuro e incierto, sabía que no podía seguir viviendo con el peso de este uniforme blanco manchado por la violencia y el silencio. Tenía que buscar mi propio "también mañana", lejos de este dolor.
Editado: 03.05.2025