Tambien Mañana

Capitulo 5

El choque cultural fue inmediato al salir del aeropuerto de Incheon. El aire vibrante, la mezcla de idiomas desconocidos, la arquitectura moderna fusionándose con templos ancestrales... Corea del Sur era un universo aparte de la Moscú gris y silenciosa que había dejado atrás. Una punzada de soledad se mezcló con la excitación nerviosa de estar en un lugar completamente nuevo.

Había contactado a una organización de apoyo a enfermeros extranjeros que le había conseguido una pequeña habitación compartida en un barrio tranquilo de Seúl. La mujer que me recibió, una enfermera coreana llamada Hana, tenía una sonrisa dulce y una paciencia infinita con mi torpe coreano inicial.

—Bienvenido a Corea, Lian —me dijo, con una inclinación de cabeza amable—. Espero que te sientas cómodo aquí.

Mi habitación era pequeña pero limpia, con una ventana que daba a un callejón lleno de vida, con el constante murmullo de conversaciones y música filtrándose. Era un sonido diferente al silencio opresivo de mi antiguo hogar, un sonido que, extrañamente, me hacía sentir menos solo.

Los primeros días fueron una vorágine de trámites, intentos fallidos de comunicación y la abrumadora sensación de estar perdido en una cultura fascinante pero desconocida. Encontré un trabajo como enfermero en un hospital internacional, donde el inglés era la lengua principal, lo que alivió gran parte de mi ansiedad inicial.

Mis compañeros de trabajo eran amables y curiosos. Algunos preguntaban tímidamente sobre mi origen, pero nadie indagó demasiado en mi pasado. Agradecía esa discreción, la oportunidad de construir una nueva identidad sin el peso de la vergüenza y el dolor.

Una tarde, mientras almorzaba solo en un pequeño café cerca del hospital, escuché a alguien hablar en un inglés familiar en la mesa de al lado. Era un joven con gafas redondas y una energía palpable mientras hablaba animadamente por teléfono sobre una exposición de arte.

Al colgar, notó mi mirada y me sonrió tímidamente.

—Disculpa, ¿te molesté?

—No, para nada —respondí, sintiendo una curiosidad repentina.

—Soy Marco —se presentó—. Soy estudiante de arte. Acabo de llegar a Seúl para un semestre de intercambio.

—Lian —dije, estrechando su mano—. Soy enfermero. Vine de… lejos.

Marco tenía una calidez y una apertura que me recordaban a la esperanza que creía haber perdido. Hablamos durante un largo rato sobre arte, sobre las diferencias entre nuestras culturas, sobre la extraña sensación de ser un extranjero en una ciudad vibrante. Su entusiasmo por la vida era contagioso, y su visión del mundo, llena de colores y metáforas, me ofreció una perspectiva nueva.

Me contó sobre su fascinación por el arte coreano, por la forma en que los artistas tradicionales incorporaban la naturaleza en sus obras. Me mostró fotos de sus propias pinturas en su teléfono, lienzos llenos de una energía abstracta que me resultaba intrigante.

Al despedirnos, Marco me invitó a visitar una galería de arte contemporáneo al día siguiente. Dudé por un instante, la vieja costumbre de aislarme aún presente. Pero había algo en su genuina amabilidad, en la chispa de su mirada, que me impulsó a aceptar.

Mientras caminaba de regreso a mi habitación compartida bajo las luces brillantes de Seúl, sentí una pequeña grieta abrirse en la coraza de dolor que me había rodeado durante tanto tiempo. La ciudad era un torbellino de estímulos, una mezcla de lo antiguo y lo moderno, de ruido y silencio. Y en medio de todo ese caos, la posibilidad de una nueva conexión, de una amistad inesperada, comenzaba a florecer. Quizás, en las luces brillantes de Seúl, lejos del frío de Moscú, podría encontrar un nuevo camino hacia ese "también mañana" que anhelaba, un mañana donde las sombras del pasado comenzaran a desvanecerse.



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En el texto hay: amor

Editado: 03.05.2025

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