La revelación de la conexión entre Isabella y Marco me dejó aturdido. El mundo, que hasta hacía poco se sentía vasto e impersonal, de repente se encogía, tejiendo hilos invisibles entre personas que, de otra manera, nunca se habrían cruzado en mi camino.
Isabella, con su energía juvenil y su corazón generoso, se mostró genuinamente preocupada por mi situación. Después de la sorpresa inicial del vínculo con Marco, me ofreció su ayuda sin dudarlo.
—Lian, no tienes que volver a ese infierno —me dijo con firmeza—. Alan no tiene derecho a tratarte así. Te ayudaré a encontrar otro lugar donde quedarte, algo seguro.
Su ofrecimiento fue un bálsamo para mi alma herida. Sentir que alguien, aparte de Marco, se preocupaba por mi bienestar y estaba dispuesta a ayudarme, me dio una fuerza renovada.
Pasamos esa tarde hablando en su acogedor apartamento. Me contó sobre su novio, Paul, un joven coreano que conoció mientras estudiaba inglés y que ahora trabajaba como traductor. Su relación parecía llena de cariño y respeto, un contraste doloroso con la toxicidad que había marcado mi vida reciente.
También me habló de Marco, describiéndolo como un amigo leal y creativo, a veces un poco despistado pero con un corazón de oro. Sus palabras confirmaron la impresión positiva que ya tenía de él.
Juntos, Isabella y yo comenzamos a buscar opciones para que pudiera mudarme. Ella conocía a otros inquilinos en el edificio y se ofreció a preguntar si alguien tenía una habitación libre. También buscamos en línea, explorando pequeños estudios o habitaciones en casas compartidas.
Mientras tanto, intentaba mantener la calma en el apartamento con Alan. Su actitud había cambiado ligeramente después de la intervención de Isabella. Estaba más callado, más tenso, como un animal acorralado. Sabía que la amenaza seguía latente, pero la presencia de Isabella como testigo parecía haberlo frenado, al menos por el momento.
Un día, Marco me llamó, emocionado por una nueva exposición de arte coreano que quería visitar conmigo. Acepté de inmediato, ansioso por pasar tiempo fuera del ambiente opresivo del apartamento y por refugiarme en la compañía luminosa de mi amigo.
Mientras recorríamos las galerías, admirando las obras vibrantes y llenas de significado, le conté a Marco sobre mi conversación con Isabella y el inesperado vínculo a través de Paul. Marco se sorprendió y se alegró a la vez.
—¡Qué increíble! Isabella es genial. Paul siempre habla muy bien de ella. Y me alegra mucho que tengas su apoyo, Lian. No estás solo en esto.
Sus palabras me reconfortaron profundamente. Sentir su apoyo incondicional, sumado a la ayuda inesperada de Isabella, me dio la valentía para dar el siguiente paso.
Esa noche, al regresar al apartamento, encontré a Alan esperándome en la sala, con una botella de soju a medio terminar sobre la mesa. Su rostro estaba sombrío.
—¿Dónde estabas? —preguntó, su voz pastosa.
—Estaba con un amigo —respondí, intentando sonar firme.
—¿Un amigo? ¿Desde cuándo tienes amigos aquí?
—Desde hace poco —dije, evitando su mirada.
Alan se levantó tambaleándose y se acercó a mí. —Te dije que eres mío, Lian. No vas a ir por ahí haciendo amigos a mis espaldas.
—No eres mi dueño, Alan —respondí, la rabia y la desesperación luchando por salir—. Y tengo derecho a tener amigos.
La discusión se encendió rápidamente, volviendo a los viejos patrones de acusaciones y control. Pero esta vez, sentía una fuerza diferente dentro de mí, alimentada por el apoyo de Isabella y Marco. Ya no estaba completamente solo.
En medio de la pelea, mi teléfono vibró en mi bolsillo. Era un mensaje de Isabella: "Tengo noticias. Creo que encontré algo para ti."
Esa pequeña notificación, ese hilo de esperanza en la oscuridad, me dio la certeza de que no tenía que seguir viviendo así. La red invisible de la amistad y la ayuda inesperada comenzaba a tejerme un nuevo camino, lejos de las sombras de Alan. El siguiente capítulo de mi vida, aunque incierto, comenzaba a vislumbrarse con una luz tenue pero persistente.
Editado: 07.05.2025