La ausencia de Alan se había convertido en una presencia silenciosa en mi nueva vida. Aunque el miedo a su regreso acechaba en los márgenes de mi mente, la libertad que sentía en mi pequeño apartamento era un bálsamo demasiado preciado para ser empañado por la ansiedad constante.
Poco a poco, comencé a reconstruir los fragmentos de mi identidad que se habían perdido bajo el peso de la relación tóxica. Redescubrí el placer de leer sin sentirme juzgado, de escuchar la música que Alan detestaba, de pasar tiempo a solas sin sentir culpa.
Mi trabajo en el hospital seguía siendo exigente, pero ahora lo enfrentaba con una renovada sensación de propósito. La calidez de mis compañeros y la gratitud de los pacientes eran un recordatorio constante de mi valía. Incluso comencé a socializar más, aceptando invitaciones a tomar algo después del trabajo, sintiéndome parte de una comunidad por primera vez en mucho tiempo.
Marco se había convertido en un amigo indispensable. Su optimismo contagioso y su perspectiva artística me ayudaban a ver el mundo de una manera diferente, a encontrar belleza incluso en los detalles más pequeños. Nuestras conversaciones eran un refugio seguro donde podía ser vulnerable sin temor al juicio.
Isabella también se había convertido en una amiga cercana. Su apoyo incondicional y su firmeza me habían dado la fuerza para dar el paso de alejarme de Alan. A menudo pasábamos las tardes juntas, compartiendo historias y sueños para el futuro. Su relación con Paul era un ejemplo de lo que significaba el respeto y el cariño mutuo.
Un día, Isabella me contó que Paul había hablado con Marco sobre mi situación. Marco, sin dudarlo, se había ofrecido a ayudar en lo que fuera necesario. La conexión entre ellos, tejida por la amistad y la preocupación, me hizo sentir aún más arropado por esta red inesperada de apoyo.
Sin embargo, la sombra de Alan seguía presente. Sabía que su orgullo herido y su necesidad de control no lo dejarían tranquilo. Cada vez que sonaba mi teléfono con un número desconocido, mi corazón daba un vuelco. Cada vez que escuchaba pasos en el pasillo, tensaba los músculos.
Una tarde, mientras regresaba a casa, lo vi. Estaba parado al otro lado de la calle, observando mi edificio con una expresión sombría. Mi respiración se aceleró, el miedo helándome la sangre.
Intenté ignorarlo, caminando con paso firme hacia la entrada. Pero él cruzó la calle rápidamente, bloqueando mi camino.
—Lian, tenemos que hablar —dijo, su voz era un hilo de desesperación y rabia contenida.
—No tenemos nada de qué hablar, Alan —respondí, intentando mantener la calma a pesar del temblor en mis manos.
—Por favor… solo escúchame. Estoy sufriendo.
Su vulnerabilidad momentánea me tomó por sorpresa. Por un instante, dudé. Una parte de mí recordaba los buenos momentos, la persona de la que me había enamorado.
—Me hiciste daño, Alan —logré decir—. Mucho daño. Necesito tiempo para sanar.
—Puedo cambiar, Lian. Te lo prometo. Volveremos a ser como antes.
Sus palabras sonaban huecas, vacías de la sinceridad que alguna vez creí ver en sus ojos. Las cicatrices invisibles que llevaba dentro eran demasiado profundas para ser borradas con promesas vacías.
—No creo que eso sea posible —dije finalmente, mi voz firme—. Necesito seguir adelante.
Su rostro se ensombreció, la desesperación transformándose en rabia. —Te arrepentirás de esto, Lian. Te juro que te arrepentirás.
Su amenaza heló el aire. Sabía que no estaba diciendo palabras vacías. Pero esta vez, no me paralicé por el miedo. Tenía amigos, tenía un lugar seguro, tenía la determinación de reconstruir mi vida.
—Aléjate de mí, Alan —dije con una firmeza que no sabía que poseía—. Déjame en paz.
Lo rodeé y entré rápidamente en el edificio, cerrando la puerta a sus espaldas. Subí las escaleras corriendo, con el corazón latiéndome con fuerza. Al llegar a mi apartamento, cerré la puerta con llave y me apoyé contra ella, respirando con dificultad.
El miedo seguía ahí, acechando en las sombras. Pero también sentía una nueva fuerza, una determinación nacida de la libertad recién descubierta y el apoyo incondicional de mis amigos. Sabía que el camino hacia la sanación sería largo y difícil, que la amenaza de Alan podría seguir presente. Pero por primera vez en mucho tiempo, sentía que tenía la capacidad de enfrentarlo, de construir un "también mañana" donde la paz y la felicidad fueran posibles. Los fragmentos de mi vida comenzaban a unirse, lentamente, pero con una firmeza creciente.
Editado: 07.05.2025