Tambores en el bosque

Preludio

★★★

Las flores de los árboles dejaban pasar entre ellas la luz, creando una burbuja violeta hilada de pétalos empujados por la brisa. La madera oscura de los troncos y ramas, que tanto había resaltado durante el invierno, había pasado a segundo plano. 

Este motivo llenaba a los niños de ganas de jugar sobre las raíces descubiertas e intentar conseguir el mayor número de capullos sin abrir.

—¡Rosa! —llamó el crio a su hermana mayor—. Aúpame que quiero subir a esa rama.

—¡Vale! Luego me ayudas a mí a subir.

Rosa agarró al otro por las piernas y lo cargó recto sobre sus hombros, sin pensar en si tendría la fuerza suficiente para sostenerlo. El niño chillaba intentando alcanzar la rama más cercana, divertido por los vaivenes que creaba su hermana, cuanto más inestable parecía, más reía y estiraba los brazos hacia las copas violeta.

Un hombre joven se encontraba a una distancia prudente de ellos. Llevaba vigilando desde que cruzaron el linde y ahora estaba recostado en uno de los troncos que habían caído durante la época de nevadas. No se había molestado en esconderse para espiarlos, no le parecía necesario.

Rosa comenzó a dar traspiés más largos y el juego dejó de producir carcajadas. El niño se agarró al cuello de su hermana y esta perdió el equilibrio, chocando ambos contra la madera rugosa de un árbol.

El grito de dolor fue ensordecedor e hizo que el hombre se levantara de golpe. Rosa se separó del cuerpo de su hermano, el cual lloraba y apretaba el codo contra él, ocultando la herida con su brazo sano.

—Déjame ver.

Rosa extendió la mano hacia su hermano.

—¡No! Llévame con la abuela.

—¿Y que nos eche la bronca?

—¡Me da igual!

El niño se levantó de entre los pétalos y se sorbió los mocos, girando la cabeza en busca de la dirección a seguir.

—Vale, vamos. Pero déjame ver cuánto te has hecho.

—¡No! La abuela dice que las pupas tienen que estar escondidas hasta que ella las cure.

—Eso son tonterías de vieja. Venga, vale. Creo que es por aquí.

La chica lo guió un par de metros entre los árboles y se detuvo, mirando los árboles que les rodeaban.

—Espera, creo que me he liado... Hemos debido de cruzar el límite que nos puso papá, no recuerdo el camino.

El niño soltó un sollozo y se encogió sobre sí mismo.

—No te preocupes, solo tenemos que fijarnos en el sol. —Intentó animar ella.

Las pisadas de alguien acercarse hizo que se giraran. Un hombre caminaba tras ellos y al ver que lo observaban, se detuvo. El dolor del chico se volvió un suave runrún.

—¿Quién eres?¿Sabes cómo volver al valle?

—Niño, no puedo decirte quien soy. Pero si me dejas curar tu herida, puedo acompañaros hasta la salida de este bosque.

—¿Por qué harías eso? No me fío de ti. Llevas ropa rara —soltó Rosa.

—¡No es rara! —protestó su hermano—. Es una túnica como la de la abuela.

—Pues eso.

—Vosotros decidís. No soy yo el que se ha perdido —interrumpió la discusión el hombre con una sonrisa ligera. Hacía mucho tiempo desde la última vez que había conversado con los humanos.

El niño miró a su hermana y destapó la herida que antes cubría con la mano.

—¿Qué?¿Vas a dejar que ese te toque?

—¡No quiero morir aquí!

—No vas a morir...

Rosa agarró de la muñeca al niño e impidió que se acercara al hombre.

—¡Oye, suéltame! —exclamó su hermano intentando zafarse.

Una mano invisible forcejeó con los dedos de Rosa hasta que la muñeca del niño quedó libre. La chica abrió mucho los ojos y quiso chillar, pero sus labios no se movieron y el sonido quedó amortiguado.

—Tu hermana es muy molesta.

—Es demasiado protectora, si yo ya soy mayor.

—Claro. —El hombre acortó la distancia entre ellos y señaló unas piedras que sobresalían entre los pétalos y la tierra—. Ahora los tres nos vamos a sentar mientras yo te curo eso. Es un buen espellejón, te quedará cicatriz.

Rosa se sentó contra su voluntad donde indicó el hombre y volvió a soltar un grito atenuado, los otros dos la siguieron con calma.

—¿Sabes? Parece que en tu familia tenéis tendencia a lastimaros los brazos.

—¿Conoces a mis padres? —preguntó el niño sobre los chillidos de su hermana.

—Puede. También sois temerarios. —Tomó el antebrazo con suavidad e inspeccionó el corte—. Va a llevar más tiempo del que creía y me has caido bien. ¿Quieres que os cuente una historia mientras tanto? Igual así tu hermana se tranquiliza un poco.

—¡Sí! Pero... ¿dolerá mucho?

El hombre puso su mano libre sobre la herida y unos hilos de luz verde salieron de ella. Una punzada de dolor atravesó al accidentado.

 



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En el texto hay: fantasia, amistad, magia

Editado: 05.02.2023

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