Estaba corriendo lo más veloz que podía, porque tenía que tomar este bus sí o sí. Mi cabello estaba despeinado, con un peinado hecho a las justas en mi cabello castaño medio largo, o eso era lo que parecía. Ni siquiera pude echarme un poco de rubor en mi pálida piel; algunas veces pienso que debería hacer algunos castings para ser la próxima Drácula o tal vez hasta aparecer en una nueva adaptación de Crepúsculo como Bella.
Y si hablamos de mi ropa, tenía puesto un jean azul oscuro con rasgados en la basta, un suéter color celeste y, encima, una casaca amarilla. Aún no puedo creer que esté con esto puesto, pero ¿quién, con sus ocho horas descansadas, combina amarillo con celeste? Pues yo. Y eso era lo que me faltaba: ocho horas descansadas, porque el día anterior no pude dormir nada de los nervios por una nueva escuela y gente nueva; además, pensando mi discurso o practicando mi sonrisa, la cual cada vez es peor, y ahora también arruinaría mi… ¡mi primer día de escuela!
Los mejores apodos para mí serían: “vestidor caótico”, “collage andante”…
Hoy, justo un día como hoy, había muy pocos buses en la mañana. O bueno, eso era lo que decían, porque hoy, justo hoy, era un día de protestas. La verdad no lo sé; rara vez veo noticias, solo cuando no tengo batería o cuando dejan una tarea sobre eso. Corría con el viento en mi rostro y el cabello en la cara —a este punto ser atleta no me quedaría mal— cuando vi al bus cerca de llegar a la parada, lleno de gente aplastada contra las ventanas, y lo malo es que no había nadie en la parada. Era claro que el bus iría directo; paré resignada y tomé un respiro.
Pero justo apareció ella: Rory, mi mejor amiga, y alzó la mano y paró el bus. Corrí con ella y logramos subir, tratando de hacernos espacio porque casi no cabíamos. Cuando pude volver a respirar, la miré; ella se veía tan bien con un suéter blanco, unos jeans negros y una casaca negra, con unas pinzas en su largo cabello rojo y sus lentes, claro. Ella sí empezaría bien, muy bien.
Pregunté: —¿Cómo me veo? —dije con una sonrisa.
—Como… un… collage andante.
—Cállate, tú te ves muy bien. ¿A qué hora te levantaste?
—A las 5 a. m.; estaba emocionada. Sé que entramos a las 8 a. m., pero no podía dormir más.
—Wow, sí que estabas emocionada. Yo también, y por eso me quedé dormida.
—Lo sabía, pero sabes, escuché muchas cosas, y sobre todo de chicos; todos son lindos, pero arrogantes. Cada uno hace su grupo… —dijo un poco dudosa.
—Espera, ¿pero para ti qué es “lindos”? —dije molestándola, porque nuestros gustos no eran iguales.
—Créeme, lo son ahora sí.
Cuando bajamos e íbamos entrando, la puerta era grande y había un profesor que controlaba el ingreso y cómo íbamos vestidos. A nosotras nos detuvo por el uniforme, el cual todos lo tenían en la escuela menos Rory y yo, porque el nuestro se retrasó en estar listo o en entregarse. Así que sacamos nuestras justificaciones de las mochilas, explicando por qué veníamos así; el profesor las selló y entramos. Pero Rory tenía razón: no había ninguno que no fuera lindo; todos eran altos, de pelo rubio, negro, castaño, rojo… había mucha diversidad. Yo abría la boca poco a poco y Rory me la cerró.
—Tenías razón, esto es una escuela con los amores de nuestras vidas —dije mientras sacudía a Rory.
—¡Te dijeee!
En las primeras horas nos presentamos, ya que éramos las únicas nuevas, y fue incómodo, muy incómodo. Nos tocó un salón donde estábamos juntas por ser nuevas. Rory empezó, o bueno, le rogué:
—Soy Rory, vengo de la Escuela de Lordon y me gustaría llevarnos bien —dijo con una sonrisa cálida y natural.
Se sentó en uno de los asientos cerca de las ventanas. Luego fue mi turno de presentarme.
—Hola, soy Lily, vengo de la escuela de Rory y, bueno, me gusta hablar. Espero llevarnos bien.
Me senté con Rory; la profesora dio la página y empezaron a participar, acercándose a todas las respuestas. En la hora de receso estuve con Rory y era cierto: ya había grupos. El grupo de las Lisamigas estaba formado por Virginia, Lisa y Lara, que eran las “superiores”, o bueno, ellas lo decían. Y el grupo de los chicos, si no me equivoco: Loid, Richie, Jax, Nico y otros; ellos eran los típicos guapos.
Se me había acabado mi refresco, así que fui a comprar uno a las máquinas y dejé a Rory. Presioné el número 67, que era té al limón, mientras bajaba tan lento que podía morir y revivir mientras caía. Cuando metí la mano en la puertita para sacar mi refresco, la puerta no abría; apreté los botones y no funcionaba, así que le di unos ligeros golpes con el pie mientras la agitaba.
Se acercó un chico con pasos lentos pero decididos hacia donde yo estaba. Era Loid, el “gracioso” —es ironía; él era demasiado serio y su presencia lo decía—. Era alto, muy alto, de pelo negro, ojos cafés y un estilo muy actual, pero no vulgar. Dejé de golpear la máquina.
—¿Vivimos en la misma generación? —me dijo con sarcasmo, burlándose de mí.
Se agachó y deslizó la puerta; pues se deslizaba, no se presionaba. Incluso decía que debía deslizarse.
—Ah… es que no… vi el cartel.
No sabía dónde esconderme de la vergüenza mientras trataba de decir algo para arreglarlo, pero él habló más rápido:
—¿No cogerás tu bebida? —me dijo con una mirada de estrés, decepción o desaprobación.
La cogí, dije gracias y me di la vuelta.
—La nueva, ¿cierto?
—Sí, Lily.
—Las máquinas suelen atascarse; mejor compra en la de atrás de la cafetería.
Iba a responder, pero se fue. Entonces regresé con Rory y le conté todo.
—¿Por qué la pateabas? —dijo mientras reía.
—No lo sé —dije ya estresada de todo—. No sabía a dónde mirar, si irme, correr o mejor volar.
—Ve el lado bueno, hablaste con alguien, y es Loid.
—El sarcasmo debería estar prohibido para ti.
Pasaron todas las horas y seguía pensando en mi momento vergonzoso con él. Las clases acabaron y empecé a empacar mis cosas con Rory mientras le decía qué prepararía su mamá de comer. Cuando íbamos saliendo, se nos acercaron las Lisamigas; nos saludaron mirándonos de arriba abajo y nos pidieron nuestros números de teléfono. Aceptamos y se fueron. Nos miramos y sonreímos; tal vez no había sido un día tan malo, estábamos “integrándonos”.