En lo alto del cielo se muestra el sol brillante, sin embargo, el viento helado nos priva de su calor. Estamos a nada de la primavera, aún así, parece tan lejana debido a este crudo invierno.
—¿Todos de acuerdo?
—Sí —confirmo.
Este primero de Marzo será el aniversario luctuoso de Esteban, el padre de Frida. Cada año conmemoramos ese día pasando la tarde en el lago y aunque aun falta casi un mes para eso, ella prefiere planearlo con anticipación, ya que cuando falta poco no le da la mente para ello.
—¿No prefieres que esta vez hagamos algo casero? Igual voy a faltar al trabajo ese día. Puedo al menos hacer las bebidas —sugiere Ezra.
—Bueno, me gusta mucho el té verde con jengibre que preparas —comenta Frida.
—No es difícil. Llevare un par de termos entonces.
—A mi me gusta el atole de mandarina —menciona Thiago.
—Pues cuando llegues a casa y estés sentado en tu sofá, puedes sonar la campana y pedirlo —alega Ezra.
—Asi no funcionan las cosas en mi casa. Y por si tenías curiosidad, no tengo un mayordomo que se llame Sebastián.
—Que extraño. Hasta podría jurar que tu perro se llama Max.
—Ni siquiera tengo un perro.
—Ya basta los dos —intervengo.
Sin rechistar, tranquilizan las aguas no sin antes lanzarse una mueca. A veces me pregunto como es que se volvieron amigos.
—¿Qué tal si antes de regresar a casa pasamos a la librería? —sugiere Frida.
—Yo te apoyo. —Poniéndome de pie, extiendo la mano hacia Ezra invitándolo a hacer lo mismo—. ¿Vamos?
—Por supuesto. —Sonriente, se levanta tomando mi mano.
Al sentir mis dedos helados, sin decir una palabra, guarda ambas manos dentro del bolsillo de su abrigo.
La banca donde estábamos sentados se queda cada vez más atrás mientras caminamos hacia la salida del centro comercial.
—Mira, ese collar es hermoso. —Indica ella el accesorio al detenerse frente al escaparate de una tienda—. Quedaría bien contigo.
—Mmm, es lindo, pero prefiero las gargantillas —comento acercándome—. Mira esos relojes. ¿No dijiste que querías uno? —me dirijo a Ezra.
—No me gustan —expresa despegando la vista de uno de ellos.
Su rostro naturalmente es serio, pero en esta ocasión, esa seriedad se ve forzada.
Seguimos nuestro camino hasta que luego de tres cuadras, llegamos a la librería.
El edificio de dos plantas luce su fachada en un tierno azul pastel, mientras agrega un toque especial a sus ventanales con margaritas a sus pies.
Las puertas están abiertas, asi que entramos.
—Nos vemos en quince minutos —anuncio.
Falta poco para que Ezra entre al trabajo, asi que para ahorrar tiempo nos separamos.
Cada cual elige su pasillo. Yo por mi parte, me dirijo al de fantasía. Hace poco vi una película que me cautivó hasta el alma, pero al ser la primera parte, se quedó incompleta. Debido a eso, estuve investigando y resulta que está basada en un libro. Por suerte, la trilogía ya está disponible en papel.
No tardo mucho en encontrarla, ya que al parecer, es bastante popular. Tomo los tres libros y al no necesitar nada más, doy la vuelta rumbo a la caja.
Desde que entré me causó curiosidad el ruido proveniente de la segunda planta, asi que aprovecho para preguntarle a Malena, la cajera.
—La dueña quiere abrir una biblioteca en la parte de arriba. Ya sabes, tiene corazón de pollo y quiere que cada libro llegue al alma que lo necesita, pero como no es posible para todos los bolsillos, se le ocurrió la idea de hacer una biblioteca. Ahora tengo que aguantar el ruido de las remodelaciones por quién sabe cuánto tiempo.
Poco después llega Thiago con un libro, Ezra con dos y Frida con cinco dentro de una canastilla.
—Te apuesto que los termina en un mes —comenta Ezra.
—Tres semanas —asegura Thiago.
—Denme una y media —les reta ella.
Satisfechos, pues encontramos lo que queríamos, con once libros en total salimos de la librería rumbo al bar “Tequila y Limón”, lugar donde trabaja mi pareja.
Al llegar al sitio, lo primero que vemos es al dueño caminando de un lado a otro mientras agita las manos.
—No puede ser ¡estoy perdido! —se lamenta—. ¡Ezra! ¡Muchacho! Que alegría verte —grita al notarlo.
—¿Qué pasa? Luce muy agitado.
—Reservaron el bar hace dos semanas. Van a celebrar un cumpleaños, pero ninguno de tus compañeros vendrá a trabajar.
—¿Y eso por qué?
—Ayer salieron a comer juntos y se indigestaron. Ninguno va a venir porque no pueden ni siquiera salir de baño.
—¿Cuántas personas vendrán al evento?
—Treinta, cuando mucho cuarenta.
—Ya no se preocupe, yo puedo…
—Lo lamento, pero mi amigo se niega a trabajar en esas condiciones —interviene Frida.
—Oye.
—¿Tiene idea al estrés al que le está pidiendo que se someta? ¿Qué va a hacer si colapsa por su culpa? Cuarenta personas son demasiadas y mañana trabaja turno doble.
—¡No! Que se tome el día. Además, le pagaré el doble —propone—. ¡El triple! Le pagaré el triple. —Es su oferta desesperada al ver la expresión de desaprobación de mi amiga.
—Hecho —acepta cerrando el trato con un apretón de manos.
Aliviado, el dueño entra a su local.
—Bueno, nosotros ya nos vamos. Que tengas lindo día. Esfuérzate y trabaja duro. —Despidiéndose, Thiago se da la vuelta con intención de marcharse.
—¿A dónde crees que vas? —habla Frida deteniéndolo—. Entra y ponte un delantal.
—Ya decía yo —rezonga.
—No es necesario. Suficiente hiciste con que me diera un día y el pago extra —le comenta a Frida.
—No nos estás obligando. Lo hacemos porque queremos. Asi que acepta nuestra ayuda —le pido.
—Con una condición.
—¿Cuál? —cuestiono curiosa.
—Una cita. Mañana al mediodía. —Su sonrisa de lado, sus hoyuelos y esos mechones de cabello que le caen por la frente me parecen tan irresistibles que mi respuesta es evidente—. ¿Qué dices?
—A esa hora no puedo. Tengo cita con el dentista —opina Thiago.
—¿Y a ti quién te invitó? —ataca.
—No empiecen —exige Frida—. Mejor dinos cómo podemos ayudarte.
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Editado: 15.12.2025