Habían pasado un par de meses ya del día más doloroso de mi vida. Si me preguntan como estaba la respuesta es que estaba intentándolo.
Decidí mudarme solo con Jade a un pequeño apartamento cerca de la universidad. Y aunque mis padres y los padres de Ayra se preocuparon muchísimo por nosotros y al principio se opusieron, después cedieron y dejaron de acosarnos cuando les dejé claro de que solo necesitaba que me dejaran hacer las cosas bien.
Tenía que conocer a mi hija de ya casi 4 años, que acaba de perder a su madre. Tenía que conectarme con ella, y de crear lazos que por supuesto no teníamos y ambos necesitábamos. Y al mismo tiempo tenía que lidiar con la depresión y el vacío que significaba para mi haber perdido a Ayra.
Pesé a todo lo malo despertaba cada mañana persiguiendo a Jade para vestirla, peleando con ella para poder hacerla comer y soportando berrinches que solo acababan cuando encendía la TV y yo podía entonces tener 5 minutos de paz para sentarme a observar mi vida en retrospectiva y darme cuenta del giro de 360 grados que había dado.
¡Y sí ! De repente había pasado de un enamorado apasionado, con una prometida fantástica, un futuro prometedor en la universidad, y amigos geniales. A un padre joven de 21 años, Viudo, estudiante estancado en el mismo año universitario, con pocos pero verdaderos amigos. Y que jamás en la vida quería volver a enamorarse de nadie más.
Esto sin duda era definitivamente una historia totalmente diferente que contar.