Tardes de olvido

CAPÍTULO 8

Llevada por la adrenalina de la última vez, Julieta se encaminó a la Reserva el sábado por la tarde. Tenía el presentimiento de que allí encontraría otra vez a Ariel con su flauta traversa. Estaba animada y, por demás, intrigada. Lo que más le emocionó era esa sensación de tener un objetivo: escuchar su música. Aquello era lo más interesante que le había ocurrido en mucho tiempo, y no pensaba desperdiciar esas oportunidades de entrar al bosque, aunque no abriese para visitas por causas que ignoraba.

Eludió la guardia del vigilante por debajo del alambrado al pasar rápidamente y en esta ocasión lo había conseguido mucho más fácil que la primera vez. De a poco, se fue internando dentro de la Reserva. Sorteó varios caminitos y bancos de hierro que estaban dispuestos para el descanso del turista.

Al cabo de algunas vueltas comenzó a escuchar su música en algún lugar cercano, irrumpiendo con la paz del bosque.

Él estaba sentado al pie de un árbol, totalmente desabrigado en comparación con ella, que todavía podía sentir los estragos del resfrío. Llevaba una camisa blanca arremangada y unos gastados jeans negros con roturas y zapatillas de lona negra. La vio acercarse pero la ignoró, continuando lo que hacía, practicar escalas y mezclarlas con pedazos de canciones. Cuando pareció cansarse le dedicó una mirada fría, analizándola como a un espécimen de laboratorio. Julieta le correspondió con inquietud, mientras intentaba descifrarlo.

Parecía tener rabia contenida. Sus ojos tenían una expresión dura, como una pared que bloqueaba el interior de su alma.

—¿Otra vez acá? —refunfuñó Ariel.

—Sí, estoy otra vez acá ¿Por qué me mirás así?, ¿qué tengo?

El joven alzó sus hombros para reír con diversión un segundo después.

—¡Buenas tardes! —saludó él.

—Disculpame, buenas tardes —se sonrojó—. ¡Ey!, ¿por qué me saludás solo cuando a vos te dan ganas?

Ariel repitió su gesto indiferente.

—¿Qué hacés hoy por estos lares?

—Te hice una pregunta primero. Es de mala educación no contestar —objetó Julieta. ¿Siempre sería así de peleador? Esa forma de reaccionar la animaba un poco, curiosamente se sentía viva. Y lejos de hacerla enojar, le agradaba, muy en el fondo de su alma.

—No me preguntaste nada. Solo me encaraste de manera agresiva —respondió.

—¿Qué dijiste? Nada que ver. Solo vine a dibujar. Yo también puedo hacer arte. ¿Y vos?

—Tenés ojos para mirar,, creo que no hace falta mi respuesta.

—Sí, veo lo ocupado que estás —contestó, fijando su mirada en la flauta plateada.

—Por lo menos no necesito de una excusa para entrar en la Reserva ilegalmente —retrucó.

—¡Ay, Dios…! —tomó aire con exasperación—, fue mala idea venir —se dijo.

—«¿Ay,Dios?» —se burló Ariel, imitando su tono de voz con una sonrisa—. ¿Por qué decís eso? Sos una chica muy impaciente, ¿sabías? Y este lugar no inspira inquietud. ¿No te parece?

—Con gente como vos es difícil —le dijo Julieta contenta de poder contrariarlo.

—Y cómo podés saber cómo soy, si ni siquiera me conocés.

—Bueno…, quién sabe… —se desilusionó con su respuesta. No tenía tampoco interés en hacerlo, ¿o sí?

—Ah… tenés ganas de conocerme mejor… —dejó arrastrar las palabras con una sonrisa irónica—. Lástima que no muestre el mismo interés que vos. Yo acá vengo porque quiero estar solo —reconoció Ariel.

—¿Es que me estás echando? —dijo, con una inesperada angustia.

—Y no deberías estar acá, en realidad. Ya lo sabés. Dudo que esta vez hayas pagado la entrada —puso sus ojos en blanco sin observarla, y a Julieta le pareció tan engreído.

—Entonces, me voy.

—¡Qué cobarde!

—¡No soy cobarde! —exclamó ofendida.

—Demostralo.

—¿Y qué querés que haga?

—Quedate —desafió cuando le clavó sus ojos grises.

Nadie trataba de cobarde a Julieta. Quizá antes, cuando se escudaba tras Carolina. Pero los tiempos cambiaron y ella era capaz de defenderse sola. Ella podía enfrentarse al mundo si lo deseara y enfrentarlo a él con esa actitud arrogante.

—Por supuesto que me quedo. No necesito que me lo ordenes vos.

—¿Qué apostamos iglú? —preguntó con malicia al ver cómo se enfadaba cada vez más la adolescente.

—¿Có… Cómo me dijiste?

—Iglú. Sabés lo que es, ¿no?

—¡Por supuesto! —respondió, aunque no tenía ni idea.

Tendría que consultarlo en Wikipedia.

Julieta tomó asiento a su lado, aunque podría haber ido a otra parte a dibujar, pero la verdad es que de casualidad tenía el volante de una rotisería y un lápiz sin punta guardado en el bolsillo de su abrigada campera quién sabe por qué misterio de la vida. Por su parte, Ariel se dedicó a repasar con un paño su flauta y luego se la colocó con suavidad sobre sus labios. Ubicó los dedos con soltura sobre la zapatilla y se lanzó a interpretar algo tranquilo y bello. Se concentró en lo suyo, para disgusto de Julieta, que intentó dibujar algo con su torpe lapicito. Luego de un rato, cuando se dio cuenta de que no podría hacer nada, porque no tenía un soporte sobre el que apoyar la hoja; entonces, se dedicó a contemplarlo de forma inconsciente, cuando la música comenzó a hacerla viajar.

Sus ojos marrones recorrieron sus manos y sus dedos, y Julieta los encontró grandes y delicados a la vez, mientras se movían sobre las tapitas de la flauta con una ligereza asombrosa. Sus mejillas se arrebolaban cada vez que soplaba con presión para que el sonido escapara como el canto de un ruiseñor. Sus pestañas se mezclaban unas con otras ya que la mayor parte del tiempo, sus ojos permanecían cerrados. Entre ellos, el sutil entrecejo fruncido resaltaba la profundidad de su concentración y, tal vez, de su inspiración. Nada de lo que interpretaba le sonaba conocido a Julieta, aunque escucharlo era como subirse a una nube en el cielo, en paz.

De repente, el aire se puso muy frío, y corrió paseándose entre los árboles, porque venía de las montañas que tenían los picos blancos, como un presagio de invierno.




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