Tardes de olvido

CAPÍTULO 12

—¡Guao Juli! ¿Qué te hiciste en el pelo? ¡Te queda divino! —chilló Caro tomando una hebra entre sus dedos.

Julieta Fellon sonrió en silencio y se lo acomodó con un tímido gesto. Varios días después de su última clase, había decidido por voluntad propia, regresar a La Inmaculada. Se había cortado y planchado el pelo y llevaba unas trencitas cocidas al costado de la cabeza que caían sueltas con el resto. Quizá el peinado, quizá su esbozo, pero se la veía mejor. Todos se alegraron por ella.

—Vida nueva, espero —les dijo.

—¿Viniste caminando sola? —le preguntó uno de los chicos.

—No, me trajo mamá, hoy da clases acá —contestó con modestia. Vio las expresiones de la mayoría y agregó—: No se preocupen por mí. Yo misma decidí regresar. Esta vez no va a ser como el otro día, prometo ser lo más fuerte posible.

Tomó asiento en su lugar y se observó en el empañado cristal de la ventana. Así se gustaba bastante, al menos, no parecía pedir compasión por parte de los compañeros. Sin evitarlo, echó una ojeada al pupitre vacío de Sergio cuando entró la profesora y todos se ubicaron en sus sitios. Después de unos momentos, el monótono sonido de una voz, comenzó a nombrar a cada alumno.

—Fellon, Julieta… ¿Faltó nuevamente?

Juli reaccionó cuando Caro le dio un codazo, su voz brotó fuerte y asustada, la habían sacado de sus pensamientos. Contestó con torpeza, un poco ajena. Jamás lograría concentrarse si no ponía un poco de esfuerzo.

—Me gusta mucho cómo te quedó el pelo, Ju’ —aprobó Carolina con un gesto positivo.

—Gracias, Caro… Tenía que cambiar algo en mí sí o sí, para sentir que avanzo…

—Es un buen primer paso —le guiñó un ojo con una sonrisa.

Mientras estaban haciendo algunas actividades, se acercaron al pupitre Juanito y Fernando con cualquier excusa, con tal de salirse de sus lugares, Juli arrugó la nariz. Desde el lugar que los observaba Fernando se veía imponente viniendo hacia ellas. Enseguida se
tensó. Ese chico no le caía bien. Tenía —y podía comprobarlo porque no se molestaba en esconderlo— fama de mujeriego. Pero salía con Caro, y Caro, era su mejor amiga.

—¡Estás repartible, Fellon! ¿Saldrías conmigo? —exclamó alegre el muchacho.

—¡Ay, Fernando! La vas a asustar a Julieta. No seas tarado.

—¿Qué? Si está hermosa. Hay que decírselo.

—Gracias —murmuró Julieta, y las mejillas se le arrebolaron un poco.

—¡Yegua, potra! —gritó Juanito con exageración, y se ganó un rechiste de la profesora, que levantó la mirada del escritorio enojada.

—¡Chicos, basta! —dijo Caro, aún sabiendo que lo hacían para levantarle el ánimo a Julieta.

Dentro del aula de 4° A, los dos chicos siempre habían sido los líderes del curso. Nunca estudiaban y se llevaban todas las materias a diciembre y marzo. A pesar de eso, eran dentro del colegio los más lindos y los más populares. Llegaban siempre sobre la hora, o tarde. Y muchas veces eran los encargados de hacer divertir al resto de sus compañeros con bromas que pecaban de ingenuas o de pesadas.

Cada mañana, Fernando Flores tenía por costumbre «estacionar» su caballo donde daba la ventana del aula, y a veces las clases transcurrían entre los relinchos de Centella, molestando a su profesora de Literatura que era una obsesiva del silencio. Tenían un sentido del humor propio de los adolescentes: molestar a los adultos hasta sacarlos de quicio.

A Julieta, siempre le parecieron dos chicos haraganes y que carecían de ganas de hacer algo productivo con sus vidas, pero no podía juzgarlos tampoco, menos en ese momento, ella estaba haciendo cosas parecidas, se había metido en la reserva sin pagar, se la pasaba deambulando por Carillanca y faltaba al colegio, y aunque le pasaban los deberes, no ponía demasiada atención en ellos. Después de un momento, recordó algo, saltando en su asiento.

—Hoy hace el mes de Sergio —dijo, y con rapidez buscó la fecha en el almanaque para confirmarlo.

Carolina se sobresaltó a su lado. Creyó que a su amiga iba a darle otro ataque de llanto, pero solo suspiró con nostalgia, tal vez aguantándose.

—Supongo que hoy harán una misa en su memoria, ¿no? —interrogó.

—Eh…, este…, no sé, Ju’. Seguramente que sí —tartamudeó. Caro era tan amiga de los actos religiosos como Hitler de las festividades judías. Las detestaba con todo su ser, sobre todo, porque iba obligada a un colegio religioso. El solo saber que harían uno ese día ya le había causado repulsión.

A media mañana, suspendieron las clases de toda la institución para hacer una misa extraordinaria por el recuerdo de Sergio Robles. Esos momentos en que el silencio se hace dueño de la presencia de los chicos y de los maestros, alteraron un poco los nervios de Julieta, que sin poder evitarlo, se acercó un pañuelito a los ojos, con discreción. La hermana de su novio estaba allí también, en representación. Luego salieron todos al patio y se hizo un homenaje con una placa y un retoño que plantaron entre dos o tres alumnos.

Cuando el homenaje hubo finalizado, tenían permiso para retirarse del colegio. Como en los actos escolares. Cuarto año volvió a su aula de clases mucho más descontracturados y hablando en voz alta a buscar sus pertenencias, pero se encontraron con que estas no estaban allí.

—¿¡Dónde están mis cosas!? —gritó Faustina, una de las mejores alumnas de La Inmaculada—. Yo tengo libros que me dan con la beca. ¿Se las robaron?

—Calmate, nena —le contestó uno de sus compañeros, riéndose. Sabía, como todos, que habría sido alguna travesura de Fernando, Juanito y Carolina. Solían hacer ese tipo de cosas.

—¡Quiero mis cosas! —chilló Faustina.

—¿No querés que te calme yo? —se acercó Fernando con su actitud seductora—. Con unos mimitos te saco todos los nervios.

—¡Salí de acá, tarado! Ni se te ocurra o te golpeo con una silla —lo amenazó su compañera, histérica. La ponía nerviosa con su cercanía.




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