"I will hold you in the depths of your despair"
Mi cierre de semestre estuvo exitoso, por ende, me pude dar el lujo que no asistir a la universidad durante la última semana. Me había eximido de todo, es decir, tuve vacaciones adelantadas. No había nada más gratificante que eso, al menos no para mí en ese momento.
Me sentía bastante alegre cuando bajaba a la sala y veía los adornos de Navidad. Hasta ese momento, en que me senté en la sala con mi tazón de leche caliente con café, sentí que me había movido en “piloto automático”.
Como iba a estar de vacaciones, había dispuesto de mi tiempo para poder ordenar mi habitación, la cual parecía estar atacada por un huracán desde mi cumpleaños; a pesar de que había recibido visitas, el desorden lo ocultaba dentro de mi armario o debajo de mi cama, una por otra.
—Buenos días.
Derrick apareció en la sala arrastrando sus pasos antes de dejarse caer sobre el sofá individual junto a la ventana.
—¿Te sientes bien? ¿A qué hora llegaste anoche?
—A las cuatro.
—Son las ocho, ¿no vas a seguir durmiendo?
—No puedo, tengo que ir a la universidad.
—¿Rindes examen?
—Lamentablemente.
—Lo siento mucho por ti.
—¡No lo digas como si hubiera pasado alguna tragedia!
—Dar examen es una tragedia —asentí para darle seguridad a mis palabras—. Te lo digo por experiencia.
Derrick solo negó con la cabeza y le dio un sorbo a su vaso de jugo de naranja. Conversamos un poco sobre la fiesta a la que fue, y si se sentía preparado para el examen. Aseguró que se trataba de un contenido bastante fácil, que solo debe rendirlo porque no cumplió con el porcentaje de asistencia, pero como tiene una beca deportiva y esa clase se la perdió por un partido, le permitieron rendir el examen para cubrir esa clase faltante.
Se fue casi siendo las nueve de la mañana, uno de sus amigos pasó a buscarlo. Fue entonces que me dispuse a ordenar mi habitación para tener la tarde completamente libre.
Música a volumen moderado, mi cabello amarrado, abrigada con un hoodie pero con zapatillas porque era capaz de perder el equilibrio si ordenaba con mis pantuflas puestas. Ya me ha pasado antes y no es por ser torpe, es la inestabilidad del zapato, no pienso discutirlo con nadie.
Y pues, mientras liberaba espacio junto a mi escritorio, pude encontrar bolsas de mi cumpleaños… que fue a fines de octubre. Sí, todavía esparcidas por ahí. Las tiré sobre mi cama, ya que estaban vacías; también encontré un ejemplar de “El Conde Lucanor” que olvidé devolverle a mi abuela Mary-Lou. Basura, basura, basura, apuntes que ya no voy a necesitar, la fotocopia de un libro que quizás me pueda servir el próximo semestre, más basura, basura, el bolso que llevé a la fiesta de Halloween de UH lo tiré sobre mi cama, todavía tenía cosas dentro de él.
Terminé haciendo la limpieza de toda mi casa, solo me quedó el jardín, pero como no tengo habilidades para la jardinería, solo lo regué. Volví a ver la hora, eran apenas las diez y media.
Volví a mi habitación para terminar con lo que había dejado sobre la cama. Las bolsas vacías las doblé para poder dejarlas en la caja de donde mi mamá saca los envoltorios para todos los regalos de cumpleaños; los libros los acomodé en el pequeño mueble que estaba en la pared de mi escritorio; y luego tomé mi bolso. Encontré los labiales que di por perdidos, un marcador azul, el sticker del murciélago con el borde anaranjado, ¡hasta un broche! ¡Yo no ocupo broches! De seguro es de Mandy.
Pero luego me di cuenta de que había algo más, una pequeña caja. Una pequeña caja envuelta en un papel negro que tenía estrellas dibujadas con marcador blanco. Me senté en el borde de mi cama, pero terminé cruzándome de piernas en medio de ella. Observé los detalles de la caja hasta notar la cinta adhesiva. Tiré de ella para poder descubrir el contenido de dicha caja.
Chasqueé la lengua al ver que la caja de cartón también estaba sellada con cinta. Rasguñé hasta que solté uno de los extremos. Ya me estaba poniendo ansiosa por querer saber qué contenía.
Una nota, eso fue lo primero en lo que me fijé. Era un trozo de papel blanco, cortado como un cuadrado, que tenía escrito: “Feliz cumpleaños, Thurman. No será algo tan caro, pero te prometo que me esforcé en hacerlo. Atte. Andy”.
Mis manos temblaron por los nervios, no pude evitar el morderme el labio. Miré la caja y ahí se encontraba una pulsera con cuentas rosadas y rojas, además de unas negras, pero además de eso, parecía contener varios elementos propios de la bisutería, como pequeños “diamantes”; en el centro, y con cuentas blancas, se escribía “THURMAN”. Con la mano derecha sostenía la nota, con la izquierda, la pulsera. Intercambié miradas entre ambos objetos antes de dejarme caer en el colchón. Sentí que otra cosa caía de la caja, y me di cuenta de que también había un collar. Un collar de plata que tenía un dije con forma de estrella. Era pequeño, delgado, no parecía nada extravagantemente caro, pero me conmovió muchísimo.
¿Por qué no lo vi antes?
La pulsera me la coloqué en mi muñeca izquierda, y el collar, inmediatamente, lo sostuve con cierta altura sobre mi rostro. Lo usaría en Navidad y subiría una foto en redes sociales para hacerle saber que sí aprecié su regalo —aunque notase su existencia más de un mes después de que me lo hubiese obsequiado.
★★★
Siempre he considerado que hablar de las fiestas de fin de año es algo pretencioso, porque no es algo que a todo el mundo le pudiese importar. Sin embargo, no es como que ahora quisiera contar qué tipos de regalos recibí, tampoco sobre los que yo obsequié, sino que, en cierto sentido, algo que pasó en Nochebuena me dejó con la sensación de que el año siguiente, definitivamente, habría un cambio en mi vida, o bien, sería tal y como me lo imaginé a los diecinueve.