Tasting Of God

Alexander

El silencio llenó el parque mientras Alexander reflexionaba sobre las palabras de Natalia. La tristeza se reflejaba en su mirada mientras continuaba hablando.

  • Pero tú, que has sufrido tanto, debes dejar de huir. Ahora nos tienes a nosotros. Puedes confiar en mí. Juro que haré todo lo posible para ayudarte. —decía Natalia.

Alexander suspiró y respondió con pesar: —Ya me he esforzado. He pensado en soluciones y he sufrido por ello. Pero me he rendido.

Natalia le miró con determinación y dijo: —Es fácil rendirse.

Alexander frunció el ceño y replicó: — ¿Es fácil rendirse?

El parque se llenó de un silencio incómodo antes de que Natalia hablara de nuevo. —Alexander...

—No me vengas con eso—, interrumpió Alexander. —No fue nada fácil. ¿Crees que no hago nada, que no pienso en nada? Separarme de todo y olvidarlo, ¿eso es todo lo que se necesita para rendirse? No me es fácil rendirme. Era más sencillo pensar que podía hacer algo, pero no hay nada, no hay salida. El único camino me lleva a rendirme. Si pudiera hacer algo, lo haría… lo haría.

Natalia le miró a los ojos con emoción y le dijo: —Alexander, es fácil rendirse, pero eso no va contigo. No puedo comprender el dolor por el que has pasado, ya que no lo he vivido, y sé que estaría mal decir que te entiendo. Pero, aun así, hay algo que sé. Sé que eres alguien que no se rinde ante nada. Sé que eres alguien que puede sonreír al hablar de sus deseos para el futuro. Lo sé, sé que eres alguien que no se rinde ante el futuro.

Alexander luchó contra las lágrimas y murmuró: —No… no soy así.

Natalia le respondió con firmeza: —Te equivocas. No te has rendido con nadie. No lo hiciste con Clara, ni con mi Gabriel, ni con Rodrigo, ni con Isidora, ni con Susana, ni con Cristóbal ni con nadie.

El parque se llenó de una sensación de esperanza mientras Alexander contemplaba las palabras de Natalia. Quizás, después de todo, la rendición no era una opción para él.

El aire estaba cargado de emotividad mientras Alexander compartía sus pensamientos más oscuros y autorreflexiones con su amiga Natalia. Sus palabras eran un torbellino de autocrítica y desesperación, y Natalia escuchaba atentamente, con los ojos llenos de lágrimas.

  • Lo hice… ¡me rendí!, desde un principio todo fue imposible hacerlo, mis manos son tan pequeñas que todo se me escapo de los dedos y no quedo nada.

Natalia, con voz suave pero llena de convicción, respondió: —No, eso no es cierto, tú.

Alexander se sintió abrumado por sus emociones y explotó: — ¡¿Qué vas a saber tú, ¡¿qué vas a saber sobre mí?! ¡Esta es la clase de tipo que soy! No tengo fuerza, pero lo quiero todo. No sé nada, pero no hago nada más que soñar. No puedo hacer nada, pero me resisto en vano. Yo…, yo..., yo mismo me detesto. No hago más que hablar intentando soñar como alguien que lo puede todo. Nunca hice nada más que quejarme sin parar. ¡¿Quién crees que soy?! ¡Es increíble que pueda vivir así sin avergonzarme! ¿Verdad? Estoy vacío, no hay nada dentro de mí. Lo sé…, es obvio. Sé que es obvio. Antes de venir aquí, antes de terminar en esta situación contigo, ¿sabes lo que hacía? No hacía nada. ¡Nunca hice nada! Tenía tanto tiempo, tanta libertad… ¡pude hacer cualquier cosa, pero nunca hice nada y este es el resultado! Lo que soy es el resultado. Toda mi impotencia, mi incompetencia, es producto de esa estupidez. Querer conseguir algo sin haber hecho nada rebasa toda arrogancia. La factura de mi pereza y todos mis hábitos excesivos solo terminó matándolos. Sí… no tengo carácter, incluso al creer que podía vivir aquí, nada cambió. Tu padre lo vio a la perfección, ¿verdad? No quería hacerme más fuerte o tratar de mejorar las cosas. Solo me justificaba con una idea obvia para decirme que intentaba algo. Que no seguía sin hacer nada. Quería decir que era inevitable. ¡Quería que me lo dijeran! Solo fingía presionarme hasta el límite para hacerlo posible. Incluso cuando me ayudabas a estudiar, solo fingía para cubrir mi vergüenza. En el fondo, soy una basura insignificante y cobarde que siempre se preocupa por cómo me ven. Nada de eso ha cambiado. Siempre lo supe. Todo era mi culpa. Soy lo peor que hay. Me desprecio.

Natalia, con lágrimas en los ojos, continuó: —Sé bien que no importa lo profundo que caigas en la oscuridad, tienes el valor para extender las manos. Me gusta cuando me acaricias la cabeza; siento que podemos entendernos por el contacto de tu mano y mi pelo. Me gusta tu voz; con escuchar una palabra tuya, mi corazón se siente más cálido. Me gustan tus ojos; suelen ser duros, pero cuando eres dulce, me gustan cómo se suavizan. Me gustan tus dedos; para ser un chico, son dedos bonitos, pero cuando toman los míos, sé que son los dedos fuertes y largos de un hombre. Me gusta cómo caminas; cuando caminamos juntos, me gusta que a veces voltees a ver que sigo el paso.

Alexander intentó interrumpirla, pero Natalia lo detuvo con firmeza: —Para.

Ella prosiguió: —Me gusta cómo te ves al dormir, desprotegido, como un niño, con tus pestañas tan largas. Al tocarte la mejilla, te calmas, y al tocar tus labios por curiosidad, ni siquiera lo notas, y mi pecho me duele tanto… Te quiero.

La confesión de Natalia dejó a Alexander sin palabras, y ella continuó con determinación: — ¿Por qué? Porque eres mi héroe, Alexander. En ese edificio lleno de gente, cuando me quedaba toda la semana ocupada con los trabajos de la universidad, tú me acompañaste y me ayudaste en el trabajo y estudios, sabiendo lo ocupado que estabas tú. Pero te quedaste. Cuando ya ni siquiera sabía qué estaba pasando y solo pensaba en escapar, me salvaste. Enfrentaste al enemigo para que escapáramos y volviste aún cálido a mis brazos. Cuando desperté por quedarme dormida en los estudios, sonreíste y dijiste lo que más quería escuchar, cuando más quería escucharlo y del que más quería escucharlo. Mi tiempo se había detenido hace mucho, desde una noche cuando lo perdí todo, menos a mi familia. Mi tiempo se detuvo. Tú derretiste mi corazón congelado e hiciste que mi tiempo volviera a moverse. Seguro que no sabes hasta qué punto me salvaste o lo feliz que fui en ese momento. Por eso lo sé, no importa lo doloroso que sea todo, incluso cuando creas que vas a perder, cuando nadie más en el mundo crea en ti, cuando ni siquiera tú creas en ti mismo… yo creeré. Con terminar esa frase, Natalia se acercó, puso sus brazos alrededor del cuello de Alexander y lo besó. —El Alexander que me salvó es un verdadero héroe.



#2804 en Fantasía
#3407 en Otros
#577 en Acción

En el texto hay: fantasia, accion, fantasía romance acción aventura

Editado: 03.11.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.