Éste mundo nunca será lo que hemos esperado.
y si no perteneciera a él ¿cómo lo habría supuesto?
No abandonaré lo que quiero.
Mira que no es demasiado tarde.
Nunca es demasiado tarde.
Aún cuando te digo que todo estará bien
te escucho susurrar que quieres acabar con tu vida
Ahora vamos a intentarlo nuevamente;
sólo vive.
Puede ser que las cosas cambien,
porque nunca es demasiado tarde.
Nunca es demasiado tarde.
Three days grace – Never too late.
* * *
Así tuvo que regresar a casa, sola, empapada de agua y a tardes horas de la noche. El espejo reflejaba una mujer de estatura mediana, ojos verdes y cristalizados. Esa noche la fiebre la torturó aún más, su madre por suerte prefirió no preguntar demasiado, Aurora solo dijo que Alexander se había ido, para siempre. Así que se dedicó únicamente a prepararle un té y administrarle los medicamentos básicos para calmar aquello. Esa noche se hizo larga y no logró conciliar el sueño ni cinco minutos seguidos.
Cuando amanecer comenzó a dar las primeras señales luego de una fría y tormentosa madrugada que no dejaba de martillearle la cabeza, sus ojos estaban hinchados, enrojecidos y con notables ojeras. Sentada sobre la cama abrazó sus piernas, colocando la barbilla sobre las rodillas y manteniendo la mirada totalmente ausente. Sobre la mesa en su cuarto yacían cuadernos y lápices con libros de universidad, de modo que hizo lo propio de cada día luego de levantarse y se sentó ante la mesa, pretendiendo analizar el tema del próximo examen de estadística, pero a pesar de intentar interpretar algo no conseguía sino estar más frustrada y con malestar general.
Su madre fue breve al darle ánimos cuando le dedicó el detalle a su hija de llevarle el desayuno a su cuarto, en cambio su padrastro mantenía los codos sobre la mesa del comedor, apoyando su mentón sobre el dorso de sus manos, ingeniando como darle a Alexander su merecido; era notable que Aurora la estaba pasando muy mal. Ahora estaba sola en la habitación, con el zandwich sin terminar y un sorbo de té dentro de su boca.
La hora estaba sobre el medio día, cerró el libro y decidió arreglarse para salir, tenía que hacer algo, tenía que intentarlo nuevamente. Dentro de una mochila colocó un pequeño termo con agua, una navaja automática de manga roja y una linterna, se preguntó qué más podría hacerle falta, vio la Biblia sobre la mesa y aunque no lo consideró tan necesario igual la agregó al morral. No se dedicaba a practicar las enseñanzas de la Iglesia, pero si le gustaba leer bastante de una cosa y de otra para tener su propia opinión acerca de las religiones de mundo y Dios. Aunque, últimamente los creyentes cristianos se habían visto atemorizados por una oleada de muertes, parecía ser que alguna persona o grupo anticristiano se dedicaba a quitarles la vida de una manera bastante terrible. Nuevamente ante el espejo se colocó el collar del cual pendía un sutil crucifijo dorado, porque a pesar de muchas dudas tenía Fe.
Salió de su habitación luego de cerrar la ventana que dejaba una amplia y excelente vista hacia la calle y las casas del otro extremo. Posteriormente se despidió de su madre y su padrastro, quien se dedicaba a brindarle el mayor bienestar a lo que se podía considerar una familia y además de eso consentía a Aurora como todo padre cariñoso, razón por la cual ella lo calificaba como un hombre intachable.
Avanzó hacia la calle. No estaba segura de conseguir lo que buscaba pero era confortante imaginar que existía una posibilidad prometedora. Luego de minutos llegó a Parque Verde y cruzó la autopista después de esperar a que terminara de pasar un auto de carga gigante, la joven escuchaba sus propios pasos conforme caminaba, dobló los brazos para enganchar sus manos en las correas del morral como si fuese a caerse de su espalda y escaneó todo con la mirada. Entonces se adentró en el bosque, fijando la vista a la lejanía y decidiendo no acobardarse ahora que había avanzado bastante.