Te atreves a amarme

Capítulo 11

CAPÍTULO 11

Leah se sentía presa cada segundo por su mirada, y le costaba conectar su mente con la realidad mientras él no podía evitar admirar cada gesto, cada acción que la chica realizaba. La entrepierna exigía otra cosa, pero sabía no era la persona adecuada, ella no. Debía desahogarse, algo tendría que hacer, no podía permitir que la relación avanzara entre ellos. Lo cierto era que entre más tiempo pasaba con esa joven de mirada misteriosa, sonrisa contagiosa, menos podía concentrarse en conquistar a otra persona.

¿Quién era Leah Ferrer?

La alerta de los documentos para la reunión del día después vibró en su celular.

—Ya los tengo —comentó mirándola.

—Bien,  necesita ayuda  —cuestionó

—Sí, mejor porque no me empiezas a llamar de tu y no de usted, tampoco soy tan viejo o ¿sí? —ella asintió con una mueca.

—Está bien Maciel.

Y en ese momento entendió que había pecado. Daria todo por escuchar de sus labios su nombre cuantas veces quisiera.

Tres horas después llegaban a un hotel, era muy noche, estaba nevando, por lo cual decidieron hospedarse cerca, Maciel estaba feliz de tenerla más tiempo cerca mientras la chica solo podía pensar en que Lolitha cuidaba a sus hermanos.

Dentro de la suite, en la exótica y elegante sala comenzaron a revisar papeles por papeles.

La noche estaba sobre ellos a todo dar. Leah se levantó con la espalda cansada de estar en la misma posición. Se alejó un poco pensando en cocinar algo, moría de hambre pese a no tener mucho tiempo sin comer, mientras él revisaba unas ultimas pautas del contrato que iban a realizar, la observó por encima de la hoja andar hasta la pequeña cocina y abrir el refrigerador de dónde sacó una barra de almendras. Luego vio colocaba en la barra harina, miel, y un par de platos. La joven giró ladeando la cabeza con una sonrisa y la barra en la mano.

—¿Te gustan? —preguntó regresando al lugar donde se encontraba anteriormente de pie, lo abrió y llevó una parte a la boca al tiempo que Maciel negaba intrigado al verla comer.

—¿Nunca dejas de comer? —Se encontró preguntando él con curiosidad.

Casi gimiendo al probar de la barra Leah asintió haciendo un mueca que a él le dio gracia.

—No mientras tenga que ingerir —confesó.

El hombre alzó las cejas con intriga. ¿Qué quiso decir con aquellas palabras? Un tanto afectado por los movimientos de sus labios saboreando el cereal también se incorporó y tomó una lata de gaseosa que estaba en la puerta del refrigerador que se encontraba en la  pequeña cocina a poco menos de unos tres pasos de la chica.

—Tengo entendido que comer en exceso no es bueno —Ella soltó una risita que lo dejó aún más confundido.

—¿Se ha cuestionado que no todos tienen siempre que llevarse al estómago? —preguntó girando los ojos, a punto de explotar de tanta tensión retenida en el cuerpo y es que teniendo a semejante hombre al frente ¿quién no?

Recargando su pequeño cuerpo sobre la pared del mesón Maciel dejó un suspiro, esa chiquilla lo estaba volviendo loco. Debía ser mucho menor que él, no podía, debía contenerse.

Pero todo se fue al diablo cuando la volvió a observar girando los ojos, tan distraída y mordiendo aquella barra de almendra como si fuera lo más delicioso que hubiera comido en días.

 

¡A la mierda todo!, pensó él.

Estiró una mano sin poder  evitarlo, sujetó su cintura y la pegó a su cuerpo.

Leah no se esperó esa acción por lo que soltó un grito de sorpresa.

Lo observó con los ojos lleno de sorpresa, de inmediato su mejillas se enrojecieron, su olor a canela inundo el aire que respiraba y la ansiedad por sentir sus labios pegados a los suyos la embargó.

—Eres astuta, sabes lo que provocas en mí y no dejas de hacerlo —Leah alzó su mirada llena de inocencia hasta topar con los suyos sumidos en la profundidad y en el deseo.

¡Joder! tenía una mirada tan pura.

—¡Maldición Leah! —profirió antes de juntar su boca con la suya.




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