Abby
En medio de teléfonos sonando y conversaciones sobre asuntos de la empresa, mi corazón se mueve salvaje dentro de mí, voy caminando hacia la oficina de Nate, mi jefe y también amigo, ya que desde hace un año que empezó su trabajo en la empresa, él y yo nos hemos llevado muy bien, pero en ese tiempo que transcurrió, me enamoré de él, y hoy, justo el día de Halloween, he decidido confesarle lo que siento ya no puedo guardar este secreto.
Mis manos sudan, mis ojos están puestos sobre las paredes de cristal de su oficina, en donde su apuesta e imponente presencia se encuentra. Su ceño está fruncido mientras sus dedos bailan sobre el teclado del ordenador.
Al llegar junto a la puerta, inhalo y exhalo, luego, la empujo y entró al sitio. Su perfume varonil llega a mis fosas nasales y por unos segundos, lo disfruto como todos los días, —menos los fines de semana que no salimos de fiestas—, continúo avanzando hasta detenerme delante de su escritorio.
Sus ojos marrones suben hasta mí y esboza una sonrisa amistosa.
—Dime, ¿pasa algo? —baja la mirada hasta una carpeta transparente donde hay unos documentos.
—Ah… Si… —balbuceo y trabajo mi garganta.
Sus ojos marrones vuelven a mirarme con atención.
—¿Qué? —su ceño se acentúa más de lo normal, como cuando algo le empieza a preocupar.
—Yo… Quiero hablar contigo, Nate —trago y empiezo a caminar hacia su lugar.
—Abby, me estás preocupando —gira la silla para posicionarse frente a mí, ya mirándome mortificado.
Agarro mis manos sin apartar mis ojos de él.
«Tú puedes, Abby, tú puedes»
—Nate, quiero decirte que durante todo este tiempo que hemos salido a fiestas, compartido momentos íntimos, alegres, tristes y contarnos muchas cosas el uno del otro, yo… —trago y continúo—. Para mí fue imposible no empezar a sentir algo distinto, A… —parpadeo, ya sin paciencia y decirlo todo de una vez—: Estoy enamorada de ti. Tú me gustas mucho y tenía que decírtelo —se queda quieto en su lugar y su expresión es de completo shock.
Al final culminó con el último consejo que me sugirió la aplicación de inteligencia artificial qué usé para poder tener una idea de cómo confesar mis sentimientos.
Me inclino y como si un sapo besara a la princesa, así pego yo un fugaz beso en los labios de Nate.
Nate sigue igual de quieto, ni siquiera parpadea, y yo necesito que diga algo.
—Abby… —lo veo levantarse y agarrar mis hombros. Sus ojos me observan con suavidad—. Yo te quiero mucho, en verdad. Eres la mujer más hermosa e inteligente que he conocido, pero, no me gustas de esa forma.
Bajo los hombros, sintiendo como el corazón se me rompe y el mundo se me viene abajo.
¿Me acaba de rechazar? ¿A mí?
—Yo no te lo quería decir, porque sé que tú y Miranda no se llevan bien, pero hace un mes estoy saliendo con ella y realmente me gusta —su rostro es comprensivo—. Lo siento, Abby. No soy el adecuado para ti y… Sé que pronto vas a encontrar a alguien con quien puedas ver tus maratones de Harry Potter y Juego de tronos, ver a Shrek y tener tu luna de miel en Noruega que tanto sueñas. Yo… —lo interrumpo.
—No —levanto las manos, con ganas de llorar, pero no le doy ese gusto—. Está bien.
En ese momento veo que entra José, uno de los vigilantes con un ramo de rosas rojas.
—Señorita Harrington, esto es para usted.
—Si… Se Me había olvidado —me acerco a él y agarro las flores—. Gracias, José.
—A su orden, señorita —se marcha.
—Las flores que me pediste que te comprara —con cuidado las dejo a un lado de su escritorio.
Nate las mira con una sonrisa.
—Gracias, Abby —se encorva y me abraza—. Sé que a ella le van a encantar.
¡¿A ella?! ¿Compres unas flores para mi competencia? Entonces lo entiendo todo.
—De nada —dejo de abrazarlo y le sonrío como si no hubiese pasado nada.
Me agarra de los brazos y me observa solemne.
—¿Estás bien?
—Por supuesto —mientras sonrío hago un gesto con mi mano de que no se preocupe.
Nate sonríe.
—Qué bien, Abby —se pasa la mano por su cabello negro, expresando alivio—. ¿Asistirás a la fiesta de esta noche?
—Sí, nos vemos —me giro y me voy hacia la puerta.
—Nos vemos en el almuerzo —vocifera detrás de mí.
—Si —trato de que mi voz no suene como el mal gusto y enojo que sostengo en mi rostro.
¿Miranda? ¡Está saliendo con esa! Ay, sí, la delgada y bonita chica alta. Si supiera quién es su Mirandita.
En ese momento mi teléfono suena y enseguida lo agarro.
—Dime.
—¿Qué haces?
—Esperando mi hora de salida para irme a llorar mientras escucho Como nadie te he amado de Bon Jovi y me hago gorda comiendo chocolate —refiero con voz triste hacia mi hermana—. Jamás confieses en halloween.