Abby
Cuando abro la puerta de mi dulce hogar, prácticamente corriendo, cruzo hacia mi habitación. Al entrar a mi vestidor me dirijo hacia un área del closet en donde se encuentran los vestidos que uso específicamente para asistir a las reuniones familiares. Trajes de las marcas más caras que son versiones de la familia real de cualquier monarquía —no pertenezco a ninguna familia real—, pero es el tipo de vestimenta cuando hay reuniones con los amigos y conocidos de la familia de mis padres. Yo les llamo trajes de abuela.
Empiezo a pasar vestidos tras vestido. Soy malísima para escoger este tipo de trajes, ya que mi estilo es otro.
Ya no me queda mucho tiempo, por lo que escojo un vestido color celeste con un elegante lazo de bufanda. Lo lanzo sobre el sofá diván dorado que está ubicado en el centro del vestidor y con pasos rápidos hacia el cuarto de baño empiezo a quitarme las prendas del disfraz sin importarme el desastre que dejó atrás. Abro la regadera y entro, pero cuando el agua toca mi piel pego un brinco al sentir las gotas frías sobre mi piel.
—¡Ah! —brinco suave y empiezo a controlar la temperatura y cuando el agua comienza a ser tibia, libero un suspiro de alivio.
Luego de una ducha rápida, salgo del baño con un rayo y empiezo a ponerme mi ropa interior, luego me voy a mi peinadora y comienzo a preparar mi rostro para el maquillaje sutil que me pondré. Me seco el cabello mojado, me hago un maquillaje natural y hago un peinado recogido. Por último me pongo ese elegante y recatado vestido formal, lo complemento con unas zapatillas de tacón bajo de charol en color azul y unos accesorios delicados de oro amarillo.
Me observo en el espejo, examinando cómo me queda el vestido. Está confeccionado en un material ligero de gasa que le da una caída fluida. El diseño es largo a media pantorrilla que deja ver mi silueta definida. La parte superior presenta mangas largas y transparentes con un sutil diseño de puntos bordados. La parte del pecho tiene un panel opaco también con los mismos bordados de las mangas, mientras que en el cuello, el notable lazo de bufanda que se ata bajo la barbilla, lo que le da un aire romántico y sofisticado. Por último la falda es entallada a mi cintura, es plisada y también está cubierta por una tela transparente con los mismos puntos bordados.
Me veo recatada, elegante y como si anoche no hubiese acostado con un extraño antes de mi matrimonio.
Me giro para volver de nuevo a esa área del closet, pero está vez hacia los sombreros extraños con figuras terribles y dramáticas que están perfectamente acomodados. Agarro uno del mismo color del vestido: es de ala ancha, tiene una copa redonda y está decorado con un adorno grande y escultural de plumas. Añade drama y conjunto.
En ese momento mi teléfono suena sobre el tocador, mientras me acomodo el sombrero lo voy a buscar y puedo ver que es mi madre, respondo enseguida y activo el altavoz.
Llamada.
—¿Cómo estás, mamá? —me voy a la repisa donde tengo esa colección específica de perfumes para eventos con los Harrington.
—Abby, cariño ¿Por qué no has llegado? —escucho su voz calmada y pacífica a través de la línea.
—Voy en el auto, mamá —miento mientras agrego perfume—. El tráfico está terrible.
—¿Seguro? Cindy ya está aquí y su novio, por fin lo estamos conociendo, es un amor.
—Sí, mamá —alejo el teléfono de mi oreja—. ¡Oye, acelera, idiota! —vocifero en todo el vestidor.
—Abby, cariño no seas tan ordinaria, eres una dama —me reprende con voz suave—, Solo te basta decirle que avance.
—La fila de autos ha vuelto a marchar, una anciana estaba cruzando.
—Oh, que mal, Abby —puedo escuchar en el fondo la melodía suave tocada por un violín y miles de voces—. A esa edad se tiene problemas en las rodillas.
¿A qué edad? Tengo más de 20 años y ya los estoy teniendo.
—Si… Llegaré pronto, adiós.
No la dejo decir lo demás y cuelgo la llamada.
Escojo una cartera de mano color dorado, guardo mi teléfono y ya lista, me voy.
***
Una hora después, ya me encuentro entre el gentío y la música clásica que es tocada en vivo. Como es de esperarse mujeres con trajes elegantes y rescatados, los hombres con sus trajes de gala.
Busco a mis padres o a mi hermana, mientras recibo y correspondo a saludos. Por suerte veo a mamá. A lo lejos la veo usar vestido de tul amarillo cálido y un sombrero pequeño sobre su cabello recogido y perfectamente peinado. Está conversando con una mujer que viste igual de elegante.
—Buenos días —saludo, con amabilidad y una sonrisa suave.
Ambas me miran y sonríen.
—Hola, hija —escucho la voz pacífica de mi madre—. Que bueno que ya estás aquí —mira a la otra mujer—. Es Abigail, mi hija menor —dice mi madre—. Abby, ella es una amiga, nos conocimos en el hipódromo, en Londres, el otro fin de semana.
La mujer de ojos cafés que debe tener no más de cuarenta años, me sonríe y extiende la mano.
—Un gusto conocerte, Abby. Soy Anastasia Filmintonh.
—Mucho gusto, señorita Filmintonh —estrechó su mano mientras le sonrío amable.