Te compró tú amor

5.

Capítulo 5: Guerra de ego.
POV Luna

—Y yo no quiero hablar con usted de absolutamente nada. Ni hoy, ni nunca.

Creí que eso bastaría para que diera media vuelta, se subiera a su auto ridículamente caro y desapareciera de mi vida para siempre.

Pero no.

Noah Ha ni siquiera se movió.

Se acercó un paso.
Solo uno.
Pero fue suficiente para que mi respiración cambiara, como si mi cuerpo reaccionara antes que mi cabeza.

—Se equivoca —dijo con esa voz baja que siempre sonaba a sentencia.

—¿Perdón?

—Hay algo que debe saber. Y preferiría decirlo aquí, donde nadie más pueda escuchar.

Mi estómago se tensó. Las alarmas se encendieron solas.

—Si va a ofrecerme un “arreglo”, olvídelo —lo corté, levantando una mano—. No vuelvo a esa empresa. No vuelvo a trabajar para usted. No vuelvo a—

—No es eso.

La firmeza en su voz me obligó a callar. Lo odié por eso.

—Entonces, ¿qué demonios quiere? —pregunté, cruzándome de brazos.

Noah sostuvo mi mirada con una expresión que nunca antes le había visto: frustración, orgullo herido… y obligación.

—Su renuncia no fue procesada —dijo.

Me reí, seca.

—Pues qué lástima, porque me fui igual.

—No puede irse.

—¿Disculpa?

Él respiró hondo, como si se preparara para una cirugía sin anestesia.

—Mi abuela ha tomado una decisión. Una que la implica a usted. Directamente.

El silencio del jardín fue brutal.

—No me interesa lo que su abuela decida —respondí—. No soy parte de su familia.

—Lo será.

Mi corazón se congeló.

—¿Qué?

Noah sacó un documento doblado de su abrigo. No me lo entregó: solo lo sostuvo, como quien sostiene una amenaza contenida.

—La presidenta ha dividido el conglomerado.

—¿Y eso qué tiene que ver conmigo?

Un silencio espeso.

—La mitad está a mi nombre —dijo—. Y la otra mitad… al suyo.

Me quedé fría.
Hielo puro.

—Eso no es gracioso —susurré.

—Tampoco lo creo —respondió.

Mi pulso se descontroló.

—Explíquese. Ya.

Él avanzó otro paso, lo suficiente para que el perfume caro que usaba invadiera mi espacio.

—Para que la división sea válida —dijo despacio— mi abuela exige… un matrimonio.

Me quedé sin voz.

—¿Un… qué?

—Un matrimonio —repitió, con los dientes apretados—. Entre usted… y yo.

El mundo se borró alrededor.

—¿Está enfermo? —logré decir—. ¿O lo está su abuela?

—No es una solicitud. Es una obligación legal.

Tragué aire como si fuera veneno.

—¿Y usted vino a anunciarme que piensa casarse conmigo? ¿Así? ¿Como si fuera una notificación?

—No pienso casarme con usted —aclaró, helado—. Pero si no lo hacemos, ninguno recibe su parte. Ni usted, ni yo.

Me reí. No sé cómo.

—No quiero su dinero, ni su empresa, ni su apellido, ni su vida.

—Lo sé —respondió—. Por eso vine a poner las cosas en orden.

Sacó un documento perfectamente doblado. Lo extendió hacia mí.

—Firme esto —dijo— y todo vuelve a ser como debería haber sido desde el principio.

No moví la mano.

—¿Qué es?

—Una renuncia. A la herencia. A las acciones. A todo lo que mi abuela, inexplicablemente, decidió entregarle a usted.
Su voz subió apenas un milímetro en arrogancia.
—Usted firma… y yo recupero el control absoluto. Su padre permanece en el área de mantenimiento, como siempre. Y usted regresa a su vida, sin interferencias. Sin intrusos. Sin realidades alteradas.

Las palabras me perforaron.

“Intrusos.”

“Regrese a su vida.”

“Como debería haber sido.”

Una humillación con traje de cortesía.

—O sea que… solo tengo que firmar… para desaparecer de su ecuación —dije lentamente—. ¿Así de simple?

—Exacto. Usted nunca quiso nada de esto. El mundo de los negocios no es lo suyo, no tiene lo necesario. Lo suyo son otras cosas más… Bueno, usted sabe.
Y yo… tampoco la quiero involucrada.

Mi orgullo ardió.
Mi dignidad tembló.
Mi corazón no. Ese ya estaba blindado.

—Perfecto —susurré.

Tomé el documento.
Él creyó que iba a firmarlo.
Lo vi en sus ojos: esa satisfacción silenciosa de quien cree que todo vuelve a su lugar.

Así que…

Lo rasgué.
En dos.
En cuatro.
En ocho.

Los pedazos cayeron como nieve sucia entre nosotros.

Noah parpadeó. Una sola vez.
Victoria moral: mía.

—Yo tampoco estaba interesada —dije, dando un paso hacia él—. Pero ahora…
Dejé caer los últimos trozos sobre sus zapatos brillantes.
—Ahora cambié de opinión.

La mandíbula le tembló.

—¿Qué significa?

—Que no firmo nada. Y menos porque usted lo pida.

Mi voz salió baja, afilada.

—Y ahora… largo de mi casa.

Noah no se movió.

—Luna…

—Dije largo —espeté—. Antes de que decida romperle algo más. Como la cara.

Vi el temblor en su mandíbula. Pero también… algo más.
Rabia.
Respeto.
Y ese algo imposible de definir que siempre odié notar en él.

Se dio la vuelta. Caminó hacia su auto. Se detuvo antes de entrar.

—Esto no termina aquí —dijo sin mirarme.

Yo inhalé, lista.

—Exacto —respondí—. No termina. Empieza.

El motor rugió. El coche desapareció calle abajo.

Y mi mundo siguió igual.

Excepto por una cosa:

Ahora yo quería el poder.
Y él lo sabía.

---

POV Noah

El bar estaba casi vacío. Las luces cálidas iluminaban la barra mientras el whisky dejaba un rastro dorado en su vaso. Noah rara vez salía a beber, pero esa noche lo había pedido él mismo. Tenía la mandíbula rígida desde hacía horas.

Jason levantó su vaso, con una sonrisa burlona.

—Bueno, cuéntame —dijo—. ¿Cómo te fue con la ladrona?

Noah bebió un sorbo lento, intentando mantener la compostura.

—Está desquiciada —respondió finalmente—. Me tiró un café. Literalmente.

Jason soltó una carcajada sonora.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.