El frío viento que estaba a su alrededor esa noche superaba con creces a todas y cada una de las anteriores. Hayden podía escuchar cómo la brisa mecía las ramas resecas, muertas por fuera y moribundas por dentro.
Había intentado dormir durante un largo rato, pero los sonidos a su alrededor, tan alienígenas y extranjeros para sus oídos, no la dejaban descansar en paz. El caminar de las hormigas en el marco de la muerta, el crujir de la madera a medida que se movía, el sonido del viento chocando contra las paredes de su habitación.
Además, también estaban los malditos recuerdos, las imágenes que la torturaron durante los últimos tres siglos. Se repetían siempre, una atrás de la otra, en un martirio sin un final predecible. Bien podía acabar llorando, como bien beber la sangre de tres hombre en menos de una hora. Cualquiera de los dos extremos era tan posible como el otro.
Los humanos siempre decían que el tiempo lo curaba todo. ¿Qué había pasado con sus heridas, en todo caso? ¿Acaso esa misma regla no aplicaba para los de su raza? ¿Estaba condenada a permanecer con aquél día plasmado en su mente por siempre?
La sola idea le hacía temblar, llorando amargamente lágrimas de sangre sobre la madera corroída del suelo donde estaba acostada. Podía revivir el tacto de su piel con la suya, despidiéndose de forma definitiva, luego de que le clavaran una estaca en el bosque.
La había seguido, y ella no había sido lo suficientemente rápida para anticipar los ataques. Sí hizo rodar varias cabezas, unas veinte, y así lograr una muerte fue digna, respetable, pero el cazador que quedaba, aprovechando que dos chicas la estaban distrayendo, la hirió mortalmente por la espalda, atravesando su corazón en menos de un segundo.
Su piel se arrugó y resecó a toda velocidad, su cuerpo comenzó a contorsionarse, los cabellos, ahora canos, caían como paja al suelo, los ojos se quemaban por sí solos, dejando cuencas vacías en su cara. Lentamente, Natsuki se convertía en nada.
Hayden se mantuvo a su lado mientras la muerte alcanzaba a quien había prometido quedarse a su lado durante la eternidad, un alma que según mucho estaba condenada pero que para ella representaba toda la bondad y luz que una criatura de la noche podía necesitar.
Un vacío en su pecho la hizo regresar, devolviéndola a la realidad, llorando la muerte de su chica. La lluvia comenzaba a caer, suave y tranquila, pero sin pausa, como la sombra que se apoderaba de la vampira.
Sin embargo, cuando escuchó las campanadas de la iglesia, anunciando la medianoche, y por ende la llegada de la Navidad, algo en su cabeza reaccionó, haciendo corto circuito por medio segundo, poniéndola a trabajar a medida que la segunda campanada sonaba, con poco o nada de separación de la anterior.
Hace cincuenta años conseguido un conjuro vampírico para ser usado específicamente en ese momento del año. Los primeros segundos del solsticio de invierno. Necesitó una inhalación para recordarlo.
Tomó la pluma, un pedazo de papel y un cuchillo. A este último le rompió el mango de madera, dejando un extremo repleto de astillas y varias motas de polvo en el aire. La segunda campanada llegó a sus oídos en cámara lenta.
Se hizo un corte limpio el brazo con el cuchillo destrozado, dejando que su sangre fluyera sin preocuparse y llenando con esta el depósito de tinta en la pluma. Tercera campanada, dos segundos después.
Antes de la quinta. Antes de la quinta. Antes de la quinta. Antes de la quinta. Antes de la quinta. Antes de la quinta. Antes de la quinta. Repetía ella como un mantra mientras se movía por el lugar.
Natsuki Hira. 25 de Diciembre del 1716, dijo a medida que escribía. Sus trazos comenzaron a volverse automáticos cuando hizo los primeros para dibujar el rostro. En pocos segundos tuvo la mitad superior y en menos de lo esperado lo completó.
El pánico se apoderó de ella cuando escuchó la cuarta campanada. La pluma se quebró al instante y en un parpadeo tomó el papel, evitando que se manchara con la inusual tinta. Ya no le quedaba casi nada de tiempo, pero no iba a esperar otro año. No más.
—Sangre antes mía, mi alma te necesita. Ven a mí, Natsuki Hira, que sin ti estoy perdida. Te conjuro.
Apenas y pudo entender lo que hacía dicho, pero estaba segura de que cada sílaba fue correctamente pronunciada. Al sonar la quinta campanada, dando inicio oficial a la noche más larga del año, esa en que un vampiro podía invocar a cualquier ser, vivo o muerto, de cualquier raza.
El papel comenzó a encenderse en fuego negro con un extraño olor a hierro, levantándose en el aire y volviéndose una bola devorada por las llamas. Las ascuas que se desprendían de esta, lejos de apagarse y desaparecer, se mantenían en el aire, flotando, cada vez más brillantes.
Lentamente, las mil luces comenzaron a danzar en frente de ella en una coreografía feérica, trazando numerosas espirales a su alrededor, adquiriendo un tono morado de a momentos, rodeando el papel, aún encendido y que no daba señales de apagarse pronto.
Las luces titilantes empezaron a trazar líneas más específicas en frente de la vampira, creando extraños patrones que permanecían intactos en el aire. Al cabo de varios segundos, Hayden se dio cuenta de las formas que estos creaban. Se trataban de las venas y nervios de un cuerpo humano.