03 | Soy un fantasma
La puerta se abre de golpe, y deja ver a mi madre recién levantada y con una expresión de intriga total. Evalúa con la mirada si estoy bien para recién hablar:
—¿Por qué gritas?
—¿Yo? ¿Gritar? Nunca…
Pero cierro mi boca, porque el pelinegro que está invadiendo mi habitación vigila con atención la escena, pero mi madre ni siquiera dirige su vista a él. Creo que eso no harías si ves a un chico en la habitación de tu hijo a las seis de la mañana.
—No quiero pecar de confiado —dice el chico—, pero necesito saber si tienes algo de comer, tengo hambre.
—No es momento para eso —le contesto, señalándole a mi madre—. Estoy intentando el evitarme un castigo.
Volteo a ver a mi madre de nuevo, ella tiene una ceja alzada.
—Ajá. Rayan, ¿cuántas veces te he dicho que te duermas temprano? A estas horas no sueles ser raro.
La miro sin entender.
—Ella me entiende —dice otra vez el chico—. Eres raro.
—Ya cállate —hablo de mala gana.
—Hijo mío, hijo de mi corazón —interviene mi madre—. De ahora en adelante, quiero ver las luces de tu habitación apagadas antes de las nueve. Piedad conmigo, por favor, ya tengo suficiente con aguantar a tu padre.
Sale y cierra la puerta muy fuerte.
—Entonces, Cameron te dijo que me dejes quedarme en tu casa un par de días, ¿o cómo? Es que tuve un sueño muy extraño, pero prefiero no hablar de eso. De hecho, no fue un sueño extraño, fue una pesadilla que no pienso repetir. Y me gustan tus pantalones.
Me miro los pantalones.
—Es un pantalón de pijama —le digo, sin saber por qué le hago el mínimo caso.
—Tienen estilo, chico. Pero eso no es lo importante, ya puedes decirle a Cam que me saque de aquí, este lugar es más raro que tú.
Vuelve a mirar toda mi habitación, le hago el mínimo caso a eso, porque mi mente no está para que trabaje tanto tan temprano.
—Ya puedes irte, y si tienes hambre, gasta tu dinero en comida, tacaño.
Recuerdo la última vez que mi hermano Jared trajo a una chica a la casa, pasaron toda la noche en constante actividad, tanto así que, a la mañana siguiente mi madre no encontró el pan y su licuadora estaba malograda. Una total barbaridad, su cocina es sagrada, y si alguien se vuelve a acercar a esa cocina, no la cuenta.
—Está bien —acepta el chico, que tiene la mirada perdida en la ventana—. Supongo que Cam no tardará. Confío en que vendrá por mí, no va a dejarme con un desconocido ¿verdad?
En cuestión de segundos, siento un revoltijo en el estómago. Acaba de hablar con tanto sentimiento y tranquilidad, que se me entristece el alma. Creo que él tampoco sabe qué hace aquí.
Pero, ¿cómo llegó hasta aquí?
—Disculpa —digo, sin saber qué más hacer—. No conozco a ningún Cameron, y a tí mucho menos, ¿en serio no te acuerdas qué pasó anoche?
O se hace el inocente, o en serio es inocente.
Él se aleja de la ventana, es entonces que llego a mirarlo bien, no tiene pinta de haber ido a una fiesta anoche. No obstante, puedo considerar que haya sido una fiesta de disfraces, pero todavía estamos en agosto, falta mucho para Halloween. Él tiene la cara casi perfecta, si no fuera por algunos granitos que le sobresalen en la barbilla donde tiene vellos, eso indica que le empezará a crecer la barba muy pronto. Debe tener mi edad.
—Si quieres, solo si quieres, puedo llamar un taxi —ofrezco mi buena voluntad—. Puedes decirle tú mismo tu dirección si eso prefieres, pero en serio necesito que te vayas. Aunque mi madre siempre para loca y seguro pensó que eres un compañero mío, no rescato la posibilidad de que te interrogue hasta tal punto de saber que no sabes nada de mí y…
—¿De verdad no sabes quién soy, ni sabes quién es Cameron? —pregunta y mantiene un semblante triste. En respuesta: niego con la cabeza—. El castigo no es la muerte, el castigo es dejar en vida a quienes sufren por ti. —Lo miro incrédulo, parece que estuviera recitando un poema o algo así. No soy listo, pero sé que eso no anda diciendo la gente normal en un día normal—. Entonces sí pasó. —Dirige su mirada a mí—. Lo siento, no quiero incomodar, pero… Mejor olvídalo.
Lo olvido con todo gusto. El chico hace un movimiento brusco para golpear el suelo con el pie derecho. Si les dijera que mi cabeza es más extraña de lo usual, no me creerían, pero nadie —y apuesto que nadie— cree que el pelinegro que invadía mi habitación, acaba de traspasar el suelo de mi habitación y desaparece por completo. Dejándome como todo un tonto, parado con los ojos en órbita y más blanco que una tiza.
«¿Qué diablos acaba de pasar?»
Necesito tomar aire un par veces antes de salir corriendo y bajar las gradas torpemente y no me doy cuenta que choco a Jared a mitad de camino. Mi hermano protesta, pero no lo escucho bien, porque yo ya estoy en la sala principal, viendo como el chico con superpoderes se apodera de la atención de Kika, mi perrita que lo mira con suma atención y muestra poco a poco los dientes. Él está paralizado, muerto del miedo por los estrépitos ladridos que empiezan a escapar de Kika. Ella lo asusta tanto, que él termina cayendo al piso, desmayado y con una fuerte luz azul emanando de él. Si ya de por sí me llaman raro, esto es mil veces raro. Prefiero despertar si es un maldito sueño, porque no hace ni puta gracia.