05| Sin duda Dios tiene sus preferidos
—Deberías ser más sociable. Recuerdo que la última vez que me escondí tanto tiempo en un baño, estuve sudando sangre. Jhonas, así se llamaba el fortachón del colegio, me molestaba tanto, que el único que le ponía un pare era Cameron. Sí… como se nota que me escuchas. ¡Deja de temblar! ¡Ya! ¡Para!
—Déjame en paz. Me estresas peor —reniego.
—Pues perdón, señor estresado. No es justo que te escondas en un baño.
—¿Entonces? ¿Qué más puedo hacer?
—No entiendo el por qué te escondes. Y lo único que tienes que hacer, es salir de aquí y… buscarlo, si quieres.
—No es tan fácil —digo con los dientes bien apretados.
—Bien, bien, como digas. Ni siquiera tienes que buscarlo tú, si él te encuentra, es suerte. Ay por favor, ni siquiera estamos seguros si en realidad está aquí.
Es difícil de explicar, pero sé que él está aquí. Sin poder creer nada de lo que me está pasando, me limpio el sudor de mi frente con una mano y me dispongo a salir del baño.
—Me tienes que ayudar —digo, con la voz cansada.
—¿Tengo otra opción?
—Nop.
—Entonces sí. ¿Cómo te ayudo? Pero… Eh… Recuerda que tu también me tienes que ayudar y dijiste claramente después de la escuela.
—No lo habrás tomado tan literal ¿o sí? Es difícil encontrar a alguien.
—Ajá, ¿y tú vas a pedirme que encuentre a ese chico con magia?
—Esto es diferente.
—Eres un egoísta.
—Sólo veo la realidad, y esa realidad es que ninguno de los dos está en posición de reclamar algo. Estamos igual de jodidos en la vida, bueno… yo en la vida, tú en lo que sea después de la muerte.
Me mira incrédulo.
—Eres raro —murmura y arruga la nariz.
—¿Rayan? ¿Eres tú? ¿Estás bien? —La voz de Sergio, el hermano de Susy, hace eco en el baño.
Ay no.
Me aclaro la garganta.
—Sí, sí. No pasa nada.
—¿Seguro? ¿Con quién estás?
Ash.
¿Qué le digo?
—Hablo solo, ya sabes, lo de todos los días.
Sergio debe estar si estoy bien de la cabeza, pero él sabe perfectamente que no lo estoy, y más si soy (o era) amigo de su hermana.
—Está bien —dice Sergio—. El director nos quiere a todos en el auditorio, por cierto.
—Claro, ya voy.
—Ok.
Escucho la puerta cerrarse, siento que por fin puedo respirar bien.
—Necesito ayuda —susurro.
—Necesitamos —aclara el fantasma.
—¿Qué hago?
—Dime, ¿qué probabilidad hay que lo encuentres hoy?
—De un dos por ciento. Es un pueblo pequeño.
—O quien sabe te está gastando una broma.
—Lo dudo, por meses planeó mudarse. Él vive a media hora de aquí.
—Ya veo. Mi pregunta es: ¿Por qué tanto miedo?
—No es miedo, son nervios.
—Ya, entonces por qué.
—Tal vez, porque es el único que me conoce tan bien como Susy, o mucho más.
—Eso es bueno, tienes un amigo.
—Ya tengo suficientes.
—¿Ah sí? ¿Cuántos?
Lo pienso un rato. Está más que claro que, no tengo amigos, son mis hermanos los que tienen amigos de sobra, pero todos me han dicho que también son amigos míos, aunque no sepan ni como me llamo.
—Tengo muchos.
—Ajá, debo decir que te creo, pero es difícil.
—No es tan fácil la situación.
—Sabes, no hay ninguna probabilidad de que lo encuentres hoy. Seguro más tarde te dice para que salgan por un café o a comer.
—Tienes razón, por más que me cueste admitirlo.
Es raro, hablar con alguien que parece real, pero que al parecer de real no tiene nada.
—Ahora, sal de este apestoso lugar.
Abro la puerta y me encuentro con Sergio. ¿No se suponía que se había ido? Él tiene los brazos cruzados, una ceja levanta e interrogándome con la mirada.
—¿Con quién hablabas? —pregunta y mira si detrás de mí sale alguien, efectivamente alguien acaba de salir detrás de mí, pero que Sergio no puede ver.
—Eh… Solo.
—Susy me contó que discutieron. Sin ofender, pero el motivo fue una estupidez.
Me sorprende como cambia de tema.
—Yo no le hice nada, ella empezó.
—¿Y por qué ella empezó?