¡ Te daré una lección !

Capítulo 4

 Livia.

     El primer vaso de champaña se fue como agua en la tierra seca. El segundo ya lo estoy bebiendo más despacio.

     Poco a poco comienzo a recuperarme del estrés que causó el vuelo con mis queridos familiares.

     Aunque, ¿cómo relajarse por completo cuando este “cerdo” está cerca? Todo tan “encantador” que resulta empalagoso. Con esas gafas de montura negra, pretendiendo ser intelectual. Y ahora, relajado, tranquilo, incluso diría que alegre. A diferencia de mí. Sobre todo cuando de vez en cuando se revuelve el cabello negro y sonríe mientras mira su teléfono. Las chicas de los asientos opuestos y la azafata joven ya le han taladrado con la mirada. Solo falta que salten y gimoteen para llamar su atención. La última ya se le ha acercado tres veces, preguntando si desea algo más aparte de café.

     Uf. Me da náuseas tanta cortesía.

     Pero en cambio, me ha empezado a dar hipo...

     Alguien está hablando mal de mí, seguro. ¡Ya sé quién es! ¡Sin duda es Gabriel!

     ¡Basta! ¡Como si no existiera! No volveré a Preston* (Inglaterra) rápidamente. Aunque mi familia entera se ha quedado allí.

    Ahora, te preguntarás con toda lógica, qué hacía yo en un aeropuerto cerca de la capital de Ucrania. Un giro curioso, ¿verdad? Simplemente acepté la invitación de una amiga de la universidad en Preston para pasar el fin de semana. Nos conocimos allí y rápidamente conectamos.

     Ambas teníamos algo en común. Y no hablo solo de los parientes molestos. Su vida tampoco era un lecho de rosas, igual que la mía. Aunque no debemos quejarnos, a muchas personas les va mucho peor. También compartíamos un amor no correspondido que causaba gran sufrimiento.

     En otros aspectos, éramos lo suficientemente diferentes como para complementarnos sin causarnos grandes molestias o desacuerdos en nuestras visiones, metas y sueños para el futuro. Un día nuestros caminos se separaron, pero Polina y yo seguimos siendo las mejores amigas.

     Y hoy, la abracé y crucé la puerta del aeropuerto.

     Incluso planeé mis tan esperadas vacaciones de manera que no tuviera que regresar a casa y enfrentar a los familiares y mi hermana nuevamente.

    Hago el último sorbo de champaña y me doy cuenta de que la porción resultó ser considerable. A lo que se suma que anoche con Polina no bebimos precisamente jugo. Con el estómago vacío y tras un trasfondo festivo... el resultado no es solo hipo...

     Lo peor es que comienzo a congestionar la nariz. Ya saben, esa etapa en la que, después del subidón provocado por el exceso de alcohol, llega el pesimismo extremo. Desde sentirme sola hasta el “¡Todo está perdido!”. Y la cereza del pastel: el desprecio hacia mí misma por mi comportamiento y acciones recientes.

 

     Yannis.

     Dios, ¿qué le pasa ahora a esta rubia?

     Primero, estaba asustada. Luego se relajó... Comenzó a poner los ojos en blanco ante cualquier mujer que pasara cerca de mí, o que estuviera dentro de un radio de diez metros. Luego empezó a mirarme como si no lo notara, lo único que le falta es conocer la cantidad de empastes que tengo. Y para rematar, ahora está lloriqueando.

     No soporto las lágrimas de las mujeres. Con ese cambio emocional, puede volver loco a cualquier hombre. Incluso yo, que apenas la conozco unas horas, estoy dispuesto a pedir un paracaídas y saltar, con tal de no seguir cerca de ella. ¡Un tiburón en el océano parece más segura y razonable!

- ¡Toma! - le extiendo un paquete de pañuelos de papel que siempre llevo conmigo por si acaso.

Lo principal es que, tras mi “gesto”, no piense que ahora estoy obligado a casarme con ella.

- ¡Gracias! - toma el pañuelo, curioso...

     Hipo más lloriqueo, menuda combinación para corazones fuertes.

- Quiero disculparme por mi comportamiento.

     ¿No me equivoqué? ¿Ese sonido lo emitió la rubia?

    ¡Qué champaña tan interesante! Definitivamente tengo que conseguir el nombre y dárselo a mis ex, que primero me atormentaron y luego me hicieron culpable de todos sus problemas. Al parecer, el Mercurio retrógrado y los días críticos les impidieron pensar con claridad. Unas uñas rotas o una depilación dolorosa aumentaron su nerviosismo y yo pagué los platos rotos. ¡Además, se suponía que debía entender todos sus caprichos femeninos y problemas! ¡Ser considerado y cariñoso! Y así seguía la lista con el destacado “¡DEBO!”. ¡No! ¡Basta! ¡Adiós! Dejen ese carácter absurdo para ustedes mismas.

- ¡Está bien! Acepto.

     Miré sospechosamente a la rubia llorosa. A ver qué sigue...




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