Te DecÍa

Capítulo 3

La oscuridad era cálida y densa, poblada por el crepitar de la leña y el tamborileo constante de la lluvia en el tejado. Valeria se ajustó la toalla sobre los hombros, sintiendo la áspera tela de la camiseta de Leo rozar su piel. El silencio entre ellos no era cómodo, pero la urgencia de la discusión parecía haberse disuelto, al menos temporalmente, en la realidad inmediata de la tormenta.

“¿Suelen cortarse así la luz?” preguntó Valeria, más para romper el hechizo del fuego y de su propia vulnerabilidad que por real interés.

Leo se encogió de hombros, su silueta recortada contra las llamas. “Cuando el viento viene del noroeste y golpea los postes de la línea vieja. No pasa a menudo. Tengo un generador, pero para lo esencial. Esto…” señaló el fuego con un leve gesto de la cabeza, “…es más fiable.”

Se alejó de la chimenea y se dirigió a la cocina. Valeria lo oyó abrir cajones, el sonido de una radio de pilas siendo encendida. Salió una música tenue, estática, una voz desdibujada hablando del parte meteorológico. “…precipitaciones intensas… aviso amarillo…”.

“Parece que será para un rato”, anunció él, volviendo a la sala. No se sentó, sino que se quedó de pie, mirando por la ventana al negro absoluto. “No podrá sacar el coche hasta que amaine y se seque un poco el camino. Es peligroso.”

“¿Y si llamo a una grúa?” sugirió Valeria, buscando su bolso. Su móvil, dentro, tenía un cinco por ciento de batería y ninguna barra de cobertura.

“Buena suerte con eso”, dijo él, sin volverse. “La grúa más cercana está a hora y media, y no vendrán hasta que el camino sea transitable. Y eso puede ser mañana.” Finalmente, se giró. Sus ojos la escrutaron en la penumbra. “Tiene dos opciones. Puedo llevarla al pueblo en la furgoneta, pero el riachuelo del camino bajo suele desbordarse con estas lluvias. Cruzarlo ahora sería una temeridad. O puede esperar aquí.”

“Aquí”, repitió Valeria. La palabra resonó en la habitación, cargada de implicaciones. ¿Dormir aquí? En esta casa, con este hombre que la ponía tan incómoda. La idea le parecía imposible. Pero la alternativa, un viaje arriesgado con un virtual desconocido a través de un riachuelo desbordado, era peor.

“Tengo un sofá cama en el estudio”, dijo él, como si hubiera leído su mente. “No es el Ritz, pero está limpio. O puede usar mi habitación y yo me quedo aquí.” La oferta era práctica, desprovista de cualquier insinuación.

Valeria miró el sofá donde estaba sentada. Luego a él. Su orgullo, su imagen, todo lo que representaba, se rebelaba contra la idea de aceptar hospitalidad de alguien que tan claramente la despreciaba. Pero la fatiga, el frío residual y el sentido común más básico pesaban más. “No puedo echarlo de su habitación. El sofá cama estará bien. Solo… hasta que pare la lluvia.”

Asintió, sin hacer más comentarios. “Entonces voy a prepararlo. ¿Tiene hambre?”

La pregunta, tan mundana, la tomó por sorpresa. Se dio cuenta de que, en efecto, no había comido desde el desayuno. “Un poco, sí.”

“Solo puedo ofrecerle una tortilla o algo de lata. No es mi día de mercado.”

“Una tortilla está bien. Gracias.” Las palabras “gracias” le salieron automáticamente, parte de su protocolo social, pero esta vez sintió que las decía en serio.

Mientras él desaparecía por el pasillo, Valeria se acercó a la ventana. Su propio reflejo, pálido y desdibujado, se superponía al negro exterior. Más allá, en un relámpago distante, vislumbró por una fracción de segundo la silueta de un granero y la línea serrada de la estepa. Un mundo completamente ajeno. Se sentía como una intrusa, no solo en esta casa, sino en esta forma de vida. Las palabras de Leo resonaban: “Vino a solucionar un problema, a tachar una tarea de su lista.” ¿Era eso lo que estaba haciendo ahora? ¿Añadiendo “sobrevivir a una tormenta en el campo” a su lista de experiencias vitrinables?

Sacudió la cabeza. No. Esto no era vitrinable. Esto era desagradable, incómodo y crudo. No había ángulo bonito.

Unos minutos después, Leo regresó. “Ya está listo. Y la cena en cinco.” La siguió por un corto pasillo hasta una habitación pequeña, atestada de estanterías repletas de libros científicos, informes encuadernados, muestras de rocas y plumas. Había un escritorio caótico con un ordenador antiguo y un sofá que ahora estaba desplegado, con unas sábanas limpias pero gastadas y una manta gruesa de lana.

“El baño es el de antes. Toallas limpias en el armario. Si necesita algo…” hizo una pausa, como si la frase le resultara extraña en este contexto, “…grite.”

Valeria asintió. “Gracias. De verdad.”

Él la miró un segundo más largo de lo necesario, como si buscara el sarcasmo en sus palabras. Al no encontrarlo, asintió también y se retiró, cerrando la puerta sin llegar a hacerlo del todo.

La cena fue un ejercicio de silencios incómodos. Se sentaron a la mesa de la cocina bajo la tenue luz de una lámpara de gas. La tortilla era simple, con patatas y cebolla, pero estaba deliciosa. Comieron acompañados solo por el sonido de los cubiertos y la lluvia, que había amainado a un persistente tamborileo. Valeria intentó hacer conversación, preguntando por el proyecto de rewilding, por las especies que había. Leo respondió con brevedad, técnico, como si diera un informe. Habló de los caballos losinos, de la ganadería extensiva como herramienta de mantenimiento del paisaje, de los problemas con la caza furtiva.

“Es una lucha constante”, dijo, al final, mirando el fondo de su vaso de agua. “Contra la despoblación, contra la desmemoria, contra la idea de que esto es un desierto que hay que llenar con algo ‘útil’.”

“¿Y por qué lo hace?” preguntó Valeria, sinceramente intrigada. “Podría trabajar en una ONG, en una universidad, en cualquier sitio con… más comodidades.”

Él alzó la vista hacia ella. La luz de la lámpara acentuaba las sombras bajo sus ojos, las líneas de cansancio y determinación en su rostro. “Porque aquí es donde duele. Donde la herida es visible. Y porque mi padre, y su padre, cuidaron esta tierra. No para explotarla hasta dejarla exhausta, sino para convivir con ella. Yo solo intento dar un paso atrás, dejar que se recupere del último siglo de maltrato.” Hizo una pausa. “Es un legado. Y una deuda.”



#4881 en Novela romántica

En el texto hay: amor, romance o

Editado: 30.12.2025

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