Te DecÍa

Capítulo 12

La rutina en la Finca La Cabaña se fue asentando como el polvo después de un día ventoso: una capa fina pero perceptible que marcaba el paso del tiempo de una nueva manera. Valeria ya no era una visitante, ni siquiera una invitada. Era una residente provisional, una aprendiz, una pieza más en el engranaje a veces chirriante de la vida en la estepa. Su piel se había bronceado bajo el sol implacable, sus manos, aunque nunca alcanzarían la aspereza de las de Leo, ya tenían callosidades nuevas y pequeñas cicatrices de alambres y herramientas. Ya no se ponía crema hidratante cada noche, solo una loción espartana para evitar que la piel se agrietara. El espejo del pequeño baño le devolvía la imagen de una mujer más delgada, con el cabello más claro por el sol y recogido de cualquier manera, con una luz en los ojos que no era el brillo del maquillaje, sino una chispa de desafío y propósito.

Una mañana, Leo la encontró en la cocina, estudiando un mapa topográfico desplegado sobre la mesa, con su tablet al lado mostrando datos meteorológicos. "¿Planeando una invasión?", preguntó, sirviéndose café.

"Algo así", respondió ella, sin levantar la vista. "Las previsiones dicen que puede haber una tormenta eléctrica aislada esta tarde en el cuadrante noroeste. La zona del Collado del Suspiro. Hay dos cámaras de fototrampeo allí y el cerramiento para los caballos de la manada B es el más antiguo. Si cae un rayo cerca o hay vientos fuertes..."

Leo se acercó, mirando por encima de su hombro. Su proximidad era algo a lo que Valeria ya se estaba acostumbrando, una calor familiar que no buscaba el contacto pero que tampoco lo rehuía. "Tienes razón", reconoció, señalando un punto en el mapa. "Ese vallado es débil. Y las cámaras son las que nos dieron las imágenes del lobo la primera vez. Sería una pérdida."

"Pensé que podríamos hacer una ruta de inspección temprano", propuso Valeria. "Reforzar lo que podamos del cerramiento, revisar las cámaras, y volver antes de que se ponga feo."

Él la miró, una ceja ligeramente arqueada. "¿'Podríamos'? Suenas como si llevaras años dando órdenes aquí."

Ella sonrió, por fin alzando la vista. "Vicios profesionales. Pero la lógica es sólida, ¿no?"

"Sólida", admitió. "Desayuna rápido. Salimos en veinte minutos."

Era la primera vez que Valeria proponía y planificaba una tarea de campo por iniciativa propia. La sensación de competencia, de ser una parte activa y no solo un par de manos extra, era profundamente gratificante. Mientras empaquetaban herramientas y botellas de agua, Leo comentó, sin mirarla: "Has aprendido rápido a leer la tierra. Y a las nubes."

"Tenía un buen maestro", dijo ella, colgándose la mochila.

"O una alumna que presta atención", replicó él, y en su tono había un destello de orgullo que le calentó más que el sol de la mañana.

El trayecto hasta el Collado del Suspiro fue largo. A medida que ascendían, el viento comenzaba a adquirir un silbido distintivo, el que le daba nombre al lugar. Valeria lo escuchaba, tratando de distinguir melodías en su sonido, como Leo le había contado que hacían los pastores antiguos para predecir el tiempo. El cielo, de un azul intenso, empezaba a engordar en el horizonte con nubes de fondo blanco y cúmulos más oscuros, amenazantes.

Trabajaron con eficiencia. Leo se centró en los postes más débiles del cerramiento, mientras Valeria revisaba las cámaras, cambiando baterías y tarjetas. El silencio entre ellos era cómodo, roto solo por instrucciones concisas o por el sonido de sus herramientas. En un momento, mientras Valeria intentaba ajustar la angulación de una cámara atascada, Leo se acercó.

"Deja, yo puedo", dijo, extendiendo la mano.

"Ya lo tengo", insistió ella, aplicando fuerza de una manera específica. La cámara giró con un chasquido seco, quedando perfectamente alineada. "¿Ves?"

Él retrocedió, una sonrisa juguetona en los labios. "Veo que ya no necesitas que te sostenga la escalera."

"En la escalera no, quizá", bromeó ella, bajando con cuidado. "En otras cosas, todavía."

La mirada se les mantuvo un instante más de lo necesario. El aire, cargado de electricidad estática por la tormenta que se aproximaba, pareció espesarse entre ellos. Desde aquel acuerdo de "cimientos primero", habían mantenido una cuidadosa distancia física, pero la atracción era un río subterráneo, presente en cada mirada robada, en cada roce casual. Valeria desvió la vista primero, sintiendo el rubor en sus mejillas. "Deberíamos terminar."

Sí", dijo él, su voz un poco más grave. "Las nubes no esperan."

Cuando terminaron, el cielo había cambiado dramáticamente. Las nubes oscuras, de un gris pizarra, avanzaban como un ejército sobre el azul. El viento silbaba con fuerza, agitando sus ropas. "Nos hemos entretenido", dijo Leo, observando el cielo. "Tenemos que bajar. No queremos estar en lo alto cuando empiecen los rayos."

Empezaron el descenso a buen paso, pero la tormenta les ganó. Los primeros relámpagos cegadores rasgaron el cielo a lo lejos, seguidos por los truenos sordos que retumbaban en las entrañas de la tierra. Luego, la lluvia. No fue un aguacero, fue un diluvio repentino y violento, cortante como agujas de hielo. En menos de un minuto estaban empapados hasta los huesos.

"¡Por aquí!" gritó Leo contra el viento, agarrando su mano.

La tiró hacia un saliente de roca, una cueva poco profunda formada por la erosión. No era mucho más que un hueco, pero los protegía de la peor lluvia. Se apiñaron en su interior, jadeantes. El espacio era estrecho. Sus cuerpos se tocaban de hombro a cadera, goteando agua en el suelo de tierra. El frío empezó a calar casi de inmediato, y Valeria comenzó a tiritar.

"Joder", resolló Leo, intentando sacudirse el agua del pelo. "Esta sí que no la vi venir con tanta fuerza."

"Yo sí", dijo Valeria, sus dientes castañeteando. "Pero calculé mal el tiempo de vuelta."

"Bueno, al menos las cámaras y el cerramiento están seguros", dijo él, y en su voz había un reconocimiento tácito de que su plan había sido bueno, la ejecución, no tanto.



#4881 en Novela romántica

En el texto hay: amor, romance o

Editado: 30.12.2025

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