Te DecÍa

Capítulo 18

La promesa de piedra se convirtió en un talismán cotidiano. Valeria la llevaba siempre consigo, a veces en el bolsillo, a veces en una bolsita de tela colgada al cuello bajo la camisa. Su tacto liso y frío era un ancla, un recordatorio tangible de la solidez que habían jurado construir. La vida en la finca, tras la partida de los voluntarios, se replegó sobre sí misma, volviendo a un ritmo más íntimo pero no menos intenso. El muro, ahora completado, comenzaba su verdadero trabajo. Las lluvias primaverales tardías, aunque escasas, fueron retenidas por la barrera de piedra, formando un estanque cada vez más extenso que reflejaba el cielo como un ojo azul y tranquilo en medio del océano ocre de la estepa. Ya se veían libélulas zumbando sobre la superficie, y las huellas de corzos y jabalíes en el barro de la orilla eran la mejor recompensa.

Sin embargo, la paz del trabajo cumplido duró poco. El verano se instaló con una ferocidad anunciada. El sol, que en primavera era un aliado, se transformó en un enemigo implacable. Cayó como una losa de plomo fundido sobre la tierra, achicharrando la hierba todavía verde, secando los arroyos menores y agrietando el suelo como la piel de un lagarto viejo. El aire vibraba con el calor, espeso y difícil de respirar. Las jornadas de trabajo al aire libre tuvieron que reestructurarse radicalmente: madrugadas aún oscuras para las tareas más duras, largas siestas en la sombra escasa de la casa durante las horas centrales, y trabajo de nuevo al caer la tarde.

Fue durante una de estas madrugadas sofocantes, mientras revisaban los bebederos más alejados, cuando encontraron el primer cadáver. Era un corzo joven, tendido junto a un abrevadero de cemento que estaba prácticamente seco, solo un charco lodoso y verde en el fondo. El animal, esquelético, tenía la cabeza caída sobre el borde, como si en su último esfuerzo por alcanzar una gota inexistente hubiera perdido todas sus fuerzas.

Leo se detuvo en seco. No dijo nada. Se acercó, se arrodilló junto al cuerpo, y pasó una mano por el flanco aún caliente. Su expresión era de una pena tan profunda y silenciosa que a Valeria se le encogió el corazón. No era la pena de quien ve una tragedia natural, sino la de un responsable que siente haber fallado.

“Este bebedero… debí venir ayer”, murmuró, su voz ronca por el polvo y la emoción. “El camión cisterna tuvo una avería, pensé que el agua aguantaría un día más…” Sacudió la cabeza, apretando los puños. “Un error de cálculo. Y él lo pagó.”

Valeria puso una mano en su hombro. “No podías estar en todos lados a la vez, Leo. La sequía es extrema.”

“Pero ese es mi trabajo”, replicó él, alzándose con brusquedad. “Estar. Prever. Este bebedero está en una ruta de paso crucial. Lo sabía. Y aun así, priorice otras cosas.” Su mirada, cargada de una frustración feroz, barrió el paisaje reseco. “El muro sirve para una zona. Pero el verano no perdona en el resto. Todo esto… a veces siento que es como intentar vaciar el océano con un cubo.”

Fue la primera grieta que Valeria vio en su determinación de acero. No era duda sobre su camino, sino el peso abrumador de la responsabilidad, magnificado por la crudeza de la estación. La sequía era un enemigo abstracto pero letal, y luchar contra él día tras día, viendo sus efectos, empezaba a minar incluso su fortaleza legendaria.

El incidente marcó el tono de las semanas siguientes. Leo se volvió más taciturno, más obsesivo con los detalles del suministro de agua, conduciendo la destartalada furgoneta cisterna hasta la extenuación por pistas polvorientas para llenar cada abrevadero, revisando cada bomba solar, cada depósito. Dormía poco y mal. Valeria intentaba aligerar la carga, ocupándose de más tareas domésticas, de la comunicación con las autoridades para pedir ayudas por sequía, de mantener el ánimo. Pero chocaba contra un muro de fatiga y preocupación.

La tensión acumulada estalló una tarde, en la cocina. Valeria había recibido una llamada de su ex socia en Madrid, ofreciéndole participar, de forma remota pero muy bien remunerada, en una campaña internacional para una marca de ropa “sostenible”. Era el tipo de trabajo que antes hubiera abrazado sin dudar. Ahora, le pareció hueco, casi obsceno, mientras fuera la ventana veía a Leo, cubierto de polvo blanco, descargar sacos de pienso suplementario para los caballos, cuya hierba natural se había agostado.

“Es una buena oportunidad, Val”, le decía su ex socia. “Te mantiene en el juego, y el dinero no viene mal, ¿no?”

Valeria, distraída viendo a Leo through la ventana, murmuró algo evasivo y colgó. Cuando él entró, derrengado, y se sirvió un vaso de agua que bebió de un trago, ella comentó: “Era Carla. Me ofrecía un proyecto. Bastante grande.”

Leo dejó el vaso sobre la mesa con un golpe seco. “¿Y vas a aceptar?” Su tono no era de curiosidad, sino de desafío.

“No lo sé. Lo estoy pensando. El dinero podría ser útil para el proyecto, para la cisterna nueva que necesitas, para…”

“No quiero dinero de una campaña de moda sostenible”, la interrumpió, su voz cargada de un desprecio que la hirió. “Esa no es la ayuda que necesito. Necesito manos, no patrocinios con logo.”

“Pero Leo, ¡es dinero real! ¡Podría aliviarte esta carga!” replicó ella, levantando la voz. “No puedes hacerlo todo solo, y rechazar ayuda de cualquier forma que venga es… es terquedad pura.”

“¿Tercería?” Él se volvió, y sus ojos, inyectados en sangre por el cansancio y el polvo, la fulminaron. “¿Tercería es querer mantener limpio lo que hacemos aquí? ¿Es terquedad no querer que el proyecto se convierta en un escaparate para que una marca se lave la imagen? ¡Tú deberías entenderlo mejor que nadie!”

“¡Lo que entiendo es que estás agotado y que no piensas con claridad!” gritó Valeria, la frustración de semanas saliendo a flote. “¡Que tu orgullo te está cegando! Acepté quedarme por esto, por la lucha, pero no para verte destruirte por no aceptar que a veces hace falta transigir!”



#4881 en Novela romántica

En el texto hay: amor, romance o

Editado: 30.12.2025

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