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—¿Quién es usted?—contestó con voz temblorosa mientras debajo del frío metal de la mesa jugaba con sus dedos. Y casi podría comprenderla, a nadie le gustaría estar encerrado tanto tiempo.

Parece que por las noches no podía dormir, lo supe desde que ví la alteración de color debajo de sus ojos y su pálido rostro de ese entonces. Tenía la mirada perdida pero quería que el mundo supiera que ella era fuerte pues en ningún momento se mostró débil.

—Soy la persona que llevará a cabo tu juicio—respondí en un tono relajado. Ella sólo mostró un rostro confundido.

—¿Es mi abogado?—negué divertido, lo que al principio no le agradó—. No soy como los demás jueces, me gusta investigar por mi cuenta.

—Sigo sin entender que hace aquí—bajó su mirada lentamente pero rápidamente fijo sus ojos en los míos—. Y si no me contesta voy a ponerme a gritar.

—No, no, calma—alze mis manos en señal de rendición—. Quiero saber de tí, Violeta. ¿Quieres contarme?

—No.

Acercarme a Violeta fue realmente engorroso, cuando creía que al fin conseguiría información de su parte, simplemente decía que me fuera y comenzaba a gritar una gran cantidad de incoherencias.

El día del juicio se acercaba amenazante y yo tampoco lograba recaudar mucha información. Todo lo que tenía me llevaba a la misma dirección: Violeta tenía muy poca comunicación con sus padres. O podía ser que haya desarrollado esquizofrenia... o no.

Sabía que su familia no era sólida. Mentiras por todos lados. Siempre se ha sabido que los padres son uno de los modelos más importantes para los niños y jóvenes que crecen. Crecerán imitando lo que los padres hacen en lugar de lo que dicen.

¿Que sería del futuro de Violeta? ¿Era lo que ella necesitaba? ¿Realmente era feliz?

Preguntas como éstas serían punto de partida en distintas etapas de la vida, pero son difíciles de contestar, y en especial cuando se comienza a desarrollar la personalidad. Violeta al parecer tomo un camino complejo.

Un día antes del juicio estaba dispuesto a hablar con ella, y no dejaría ir tan fácil. Necesitaba pruebas, más información.

—¿Otra vez usted?—me miró sobre su hombro—. Creí que había entendido que no quiero verlo.

—Lo sé, pequeñaja—gruño ante mi sobrenombre, pero yo era mayor a ella, era obvio que podía decirle pequeña—. Mañana es el día de tu juicio.

—No tiene que contarme los días cada vez que viene, señor—entorno sus ojos y se dejo caer en la silla que siempre nos acompañaba—. Sé lo que me espera, maté a Elisabeth y no me arrepiento. En absoluto.

—Creo que me lo has dejado en claro, Vio—siempre intentaba ponerle un sobrenombre que le gustase pero nunca lo conseguí—. Pero si me dices algo hoy, puede que cambie tu sentencia.

—Qué más da—abrió los brazos e hizo un gesto extraño—. Vengan esas preguntas.

—No voy a hacerte preguntas en específico, solo quiero que me hables de ti—frunció los labios y volvió a gruñir—. Muy bien, entonces dime, ¿qué tal tu vida?

—Mi vida no era para nada interesante, ¿otra cosa más?

—¿Qué tal era la relación con tus padres?

Por un momento parecía que de sus ojos iban a salir lagrimas, pero nunca sucedió. Simplemente sacudió la cabeza y suspiró.
—Muy buena.

No tomaba nota de lo que ella me decía como muchas veces se acostumbra, quería ver sus gestos, lo que provocaban mis preguntas en ella. Sabía perfectamente que estaba mintiendo.

—¿Y Elisa?

—Muerta, todos lo saben.

Precisamente por esto me gustaba investigar por mi cuenta, así nadie podía inventar cosas. Pero creo que ya lo he dejado en claro.

—¿Te has sentido triste o enojada?

—Esa pregunta es estúpida, todos pasamos por eso.

—Tienes razón. Me disculpo. Corrijo, ¿cómo te has sentido en los últimos tres meses?

—¿Sabe? Algunas veces, tú solita debes darte la charla motivacional.

Después de esa breve conversación me fuí a mi departamento, mi mente sólo estaba centrada en una cosa. ¿Declararía culpable a aquella chica?