No fue una sola vez, en realidad fueron cientos de veces en las que desee ser la protagonista principal de una historia.
No solo porque me parecía estupendo que ellas se despertaran radiantes y de buen humor. Sino porque todo les salía bien. A mi nada parecía salirme de ese modo, al menos no completamente, eso explicaba porque al darme la vuelta, suelto un aullido al sentir la gasa aplastar mi herida.
Me incorporo de mala gana y adolorida, posterior a ello me sobresalto cuando suena la alarma. Rápidamente la apago y me vuelvo a recostar mirando el techo.
De verdad deseaba dormir como aquellas princesas, levantarse con el primer rayo de sol, como si fuera una planta y esa fuera mi batería. Pero...para mi mala suerte no soy parte de los libros. Y tampoco hago fotosíntesis.
Que desgracia.
Así que, en vez de eso, pongo los ojos en blanco al escuchar como mi madre grita por mi nombre.
Las historias eran una farsa, eso quedaba claro desde que ella se despertaba con el sol. Es decir ¡en la vida real despertarse con el sol era signo de ser muy tarde! Así que, como vida real, este no me da en la cara porque el sol es cuerdo y sabe que todavía no es hora de salir a trabajar, así que todo sigue oscuro, lo que no ayuda cuando cierro los ojos y el sueño me invade.
—¡Abigail! —repite de nuevo.
Suelto un quejido que me sale del corazón y posterior me cubro los ojos con un brazo. Unos minutos, era todo lo que deseaba, pero no era con lo que me conformaría. El sueño era algo engañoso, unas horas eran segundos y unos segundos eran horas. Así que era peligroso.
Estoy cayendo en los brazos de Morfeo cuando escucho la puerta ser abierta y los gritos de mi hermana comienzan. Sí, Hailey cuando quería era un auténtico dolor en el culo.
—¡Abigail! Ya levántate —dice y apuesto todo a que está viéndome con ojos entrecerrados y cruzada de brazos.
—No —bostezo —no quiero Hailey, tengo sueño.
—Abigail Martins —gruñe.
—Bai, bai Hailey…—balbuceo.
No logro cerrar los ojos bien porque de inmediato siento el frío golpear mi cuerpo, y es que la osada se ha atrevido a quitarme las cobijas. Suelto un pequeño grito por su repentina acción, aunque ya la veía venir en algún momento. Me estremezco, estoy empezando a sentir frío, así que como años atrás lo hacía, me encojo en una bolita y abrazo mis piernas tratando de mantener mi calor corporal.
—¿Quieres vivir bajo un puente? —pregunta queriendo hacerme entrar en razón.
Abro un ojo viéndola fijamente y quiero sonreír porque efectivamente esta cruzada de brazos y me mira con ojos entrecerrados. Parpadeo por unos segundos.
Mmm...no creo vivir bajo un puente, tengo una hermana, ella puede mantenerme.
No digo nada y me encojo de hombros haciendo que ella suelte un bufido. Vaya carácter, así envejecerá mucho en pocos años.
—¡No puedo creer que todavía lo consideres! —me reprocha —¡Arriba, arriba!
—Abajo, abajo —sonrío levemente con un ojito abierto y el otro cerrado —Solo un rato más.
—Todavía no entiendo cómo eres la mejor de tu instituto —se queja dejándose caer a los pies de mi cama
—Tal vez sea porque soy muy rápida para comprender un tema —frunzo el ceño sentándome —¿Qué tiene que ver que este durmiendo con eso? Sí, soy perezosa y tengo sueño, cosa que es tu culpa —agrego entrecerrando mis ojos hacia ella —Y me duele la cabeza, cosa que también es tu culpa.
—¡Oh, vamos! Solo es un raspadito.
—Un raspadito que hace horas estaba sangrando.
—Si no hubieras estado pensando en Alan seguro veías el perchero.
—¡No estaba pensando en Alan! —le digo arrojando una almohada a su cabeza, la desgraciada logra evitarla y tiene la osadía de reírse —¡Sabes que soy torpe por naturaleza! Si me lanzas un perchero ¡obviamente no podría esquivarlo!
—Creo que hasta te caíste por resbalar con tu propia baba —se ríe levantándose —Estás muy loquita por Alan, ¿verdad?
—Yo no estoy loca por nadie, la locura ya es parte de mí —digo también levantándome y abriendo la puerta de mi cuarto —Ya me desperté, gracias. Ahora puedes irte. Has cumplido tu misión.
Le señalo la puerta abierta y ella lo único que hace es reírse y dejarse caer en mi cama.
—La gran Abigail Martins enamorada —suspira de manera dramática —Aunque admito que tienes buenos gustos, es guapo.
—Gracias por la aprobación de un sentimiento que es ficticio. Ahora, sal.
—Con gusto, pimienta —dice y se levanta con una media sonrisa.
Entrecierro mis ojos con desconfianza viéndola caminar lentamente hacia mí. Pasa por mi lado y cuando cruza la puerta, se da la vuelta.
—Abi.
—¿Qué?
—¿Ahora lo tengo que llamar Alan o cuñado? —pregunta riéndose y dándome la espalda.
—¡Por su nombre! —grito y ella se ríe más fuerte entrando a su cuarto.
Niego la cabeza y cierro la puerta a mis espaldas, al ver el desorden de mi cama suspiro deseando volver a dormir.
***
—Hola, mamá —es mi saludo al entrar a la cocina.
Ella rueda los ojos y me mira con reproche, así que le sonrío lo más que puedo tratando de parecer inocente. Suspira y niega con la cabeza.
—Buenos días, Abi —dice dándome un abrazo.
Me río al ver que no me corrigió. Nos desapegamos y me siento en una silla esperando que me dé la comida. Me metería a ayudarle, pero ella tiene un lema “mientras yo cocine, solo yo cocino. Cuando tú cocines, yo no me meteré” Esto se debe a que hace años mi hermana decidió ayudarle y terminó arruinando el pavo de navidad y tuvimos que pedir pizza.
Fue una navidad especial.
—¿Ahora si tienes hambre? —pregunta mamá.
Me río y asiento con la cabeza.
—Hoy sí —respondo —Hoy no le regalas mi desayuno a nadie.
La puerta es abierta y la adolescente que fue mi motivo de despertarme a las cinco de la mañana entra a la cocina con una sonrisa.
—Hola mamá ¿qué hay de comer?