El desastre se apellida Martins
Ojos azules y cabello castaño.
Aquella niña que entraba en la pubertad y la miraba con curiosidad, tenía las facciones de su madre. Nadie tendría duda de que conforme creciera, ella sería una tierna muñequita.
“Sí, lo sería…tan solo si no tuviera ese color de ojos” —era lo primero que pensaba Maruja cuando veía a la primera Martins. Eso, junto a su personalidad complaciente y tranquila, le hacían sentirse incómoda de alguna forma a Maruja.
Era como ver una versión femenina de Holden Martins.
Y no era sorpresa que no tuviera buenos sentimientos por él.
No es ético, nada profesional, el favorecer a un alumno sobre otro. Sin embargo, Maruja, una viuda que perdió junto a su marido, su única hija, no pudo evitar encariñarse con la pequeña niña que se reía y le daba abrazos. Su corazón le hizo ver como si fuera su hija, después de todo, tendría la misma edad que su pequeña.
Fue un rompecabezas para ambas. La viuda que perdió a su hija, y la huérfana que buscaba una madre. Nació una calidez reconfortante. Hasta que poco a poco, lo inevitable sucedió. Su pequeña Linda se enamoró, y nada menos que del chico de ojos azules. Alguien indeciso, sumiso y complaciente.
Holden Martins no era malo. No era un coqueto descarado y menos un patán que trataba de ver bajo las faldas de las colegialas. Su único defecto era irónicamente, no querer tener defectos, y hacer todo lo posible para ello. Mostrarse sumiso ante todo, aceptar lo que los demás esperaban de él y ajustarse a eso. Un niño temeroso y necesitado de afecto que lo volvía un cobarde.
Rompió en mil pedazos a su pequeña flor, y para cuando la trajo de regreso…
Los ojos de Belinda brillaban, tenían ese indicativo de enamoramiento y de felicidad absoluta. Sin embargo, Maruja no olvidaba, y cuando creyó que podría hacerlo. El mundo de su pequeña se fue al suelo. El cobarde desapareció y dejó de nuevo que la flor soportara todo.
Y esa niña…era como él.
Igual de sumisa y por ende, igual de cobarde.
Pese a ello, el amor adolescente, es hermoso de visualizar. Al menos, con eso trataba de convencerse luego de mirar a los jóvenes dentro del aula. El chico bromista, la chica avergonzada, sin embargo, esos ojos brillantes y sonrisas bobas…tenían su encanto.
Su comisura se levantó un poco, pero luego se torció cuando vio que Martins acababa de botar la pila de papeles por su nerviosismo y ahora todo era un desastre.
Ah…
El ceño de Maruja se frunció con desagrado no disimulado y decidió irse.
Siempre los desastres en la vida de Maruja se apellidan Martins.
Pero debía admitir que el más tonto y torpe, era esa Martins.