Te enamoraré (versión nueva)

Capítulo 25 "Los milagros no existen" (Editado)

Los milagros no existen

Dicen “Con amor todo sabe bien”, pero ¡Dios! Por más que los ame esto no sabe para nada bien. Aun así, como buena hermana mayor sonrío cuando me miran expectantes por mi opinión y alzo mi dedo pulgar.

—¿Está bien?

Sonrío asintiendo aun con la comida en mi boca sin querer tragarla, con solo tenerla ya me estoy muriendo. Ellos sonríen satisfechos y corren felices buscando a mamá, seguramente para que coma también lo que ellos hicieron.

Cruzan la puerta dejándome sola e inmediatamente corro hacia la mesa, tomo servilletas y escupo. Lo boto y casi moribunda cojo un vaso de agua. Lo tomo con desesperación, como si estuviera días sin beber agua, cuando en realidad solo quiero quitar ese horrible sabor de mi boca.

Diría que nunca más probaría algo que ellos hacen, pero no puedo.

Los amo, y eso me ablanda el corazón cuando ellos dicen que quieren que coma lo que hicieron. Así que termino haciéndolo, aunque si me negara estoy segura de que mi madre me obligaría a comer, solo porque ella no quiere sufrir sola.

Escucho sus gritos de alegría acercarse y dejo el vaso como si no hubiese hecho nada. Veo como entran teniendo de ambas manos a mamá.

—Entonces, ¿Abigail les dijo que estaban buenos?

—¡Sí! —chilla Ben emocionado.

Mamá me mira enmarcando una ceja sin creerlo. Me encojo de hombros sonriendo inocentemente a lo que ella niega con la cabeza. Los dos mocosos corren hacia la mesa y traen en una bandeja sus “deliciosas galletas” para ofrecerle a mamá.

Ella sonríe fingidamente y mira las galletas con desconfianza. Una madre conoce a sus hijos, eso incluye sus virtudes y defectos. Así que ella sabía que yo mentí, y que las galletas no saben para nada bien. Puede que yo no sea buena bailando, pero ellos no lo son cocinando. De mis defectos se ríe un poco, pero de sus otros hijos corre y finge que le duele el estómago. Aunque hay días como este que es muy tarde para fingir que está mal y como la madre guerrera que es, tiene que afrontar la comida de sus hijos que seguro luego la tendrán horas en el baño o con dolores.

Sonrío cuando la veo tomar una y disimulando las huele, me da una mirada. Asiento. Así es hermosa madre, incluso están quemadas. Aún no sé cómo paso eso. El horno tiene un tiempo y según eso todos escuchamos cuando debemos apagarlo pero no, mis hermanos ni la hora pusieron bien. Ella acerca lentamente la galleta a su boca.

Los tres la observamos fijamente esperando alguna reacción. Veo como la mastica y la traga para luego sonreír.

—Saben bien —dice finalmente.

—¿Enserio? —pregunta Hailey emocionada.

—Sí, están muy buenas. Ahora vayan a lavarse las manos para que pueda limpiar la cocina y servir la comida.

Ambos asienten felices y corren escaleras arriba para ir al baño. Alguien carraspea y volteo sonriendo inocentemente a mi madre.

—¿Enserio les dijiste que sabían bien?

—Sí...

—¡Abigail Estefanía! —me regaña —¡Hija por dios! ¡¿Qué tenías en la cabeza?!

—No quería romper sus sueños.

—No está bien mentir.

—Bueno, teóricamente no les dije nada. Solo asentí cuando preguntaron.

—Ahora sabes que sigue ¿verdad?

—Sí...

Muchas pastillas, Pedialyte y seguramente un baño con papel.

—Te deseo buena suerte con todas esas galletas que están deliciosas.

Espera ¿Qué?

—¡Pero usted fue la que dijo que estaban deliciosas!

—Pero aquí yo soy la mamá y tú la hija. Además, es más normal que una hermana les rompa sus sueños, no la madre.

—Es injusto.

—Buen provecho, cariño —dice y besa mi mejilla.

Se ríe y sale de la cocina, dejándome con una cocina sucia y unas galletas imposibles de comer. Suspiro y me dejo caer en la silla del comedor. Veo las galletas fijamente, ojalá solo con verlas desaparecieran.

Frunzo el ceño sin querer comerlas. Aprecio mi estómago como para terminar en el hospital, pero ¿qué hago con ellas?

¡Oh! ¡Ya sé!

Sonrío parándome, tomo una funda en la cual meto las galletas y sin que nadie me vea salgo de la casa.

Sé de alguien a quién le habrían gustado probarlas.

***

Tal vez no fue la mejor idea salir de casa sin chompa, sin teléfono y sin permiso. Tarde más de lo que pensaba en salir de los barrios bajos y el cielo ya no es tan claro como hace unas horas. El ambiente empieza a ser escalofriante y no ayuda el descenso de la temperatura que me tiene juntando y frotando las manos.

Las calles están ya un poco oscuras y caminar por ellas no me reconforta. Parece el escenario de una invasión zombi. Exactamente estoy a la espera de que las multitudes lleguen gritando y zombis aparezcan.

O tal vez un asesino en serie.

Sacudo mi cabeza para dejar de pensar eso.

No debo verme débil, en especial, no debo mostrarme como un ratón en este lugar. Así que camino tranquilamente y por un momento creo que todo terminará bien hasta que escucho un chiflido.

Mierda…

He vivido poco pero a mis dieciocho años sé que las personas que chiflan, y más cuando es de noche, no son buenas. O al menos no tienen buenas intenciones y mucho menos en este jodido lugar.

No volteo y finjo que no he oído nada mientras me abrazo más. Continúa chiflando, silbando y gritando cosas obscenas, pero solo mantengo mi paso, al menos hasta que escucho sus pasos acercándose y con disimulo empiezo a caminar más rápido. Sus pasos se transforman en trotes y oficialmente empiezo a correr. ¡A la mierda el disimulo, que él sepa que me está dando miedo!

—¡Hey, hey! ¡Muñeca, espera!

¡Muñeca la de tu mano!

Hago una mueca mientras sigo corriendo. Creí que a unas cuadras se rendiría, pero no es así y continua gritando:

—¡Espera, muñeca! ¡Podemos divertirnos juntos!

¡Diviértete con tu madre! ¡Maldito bastardo pervertido!

Corro más fuerte y me meto a un callejón que creo reconocer como una hueca para salida rápida. Sin embargo, al estar oscuro mi pie tropieza con una caja y termino cayéndome. Muerdo mi labio con fuerza al sentir el dolor extendiéndose en mi rodilla. ¡Mierda! ¡No es solo un jodido raspón!




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