Te enamoraré (versión nueva)

Capítulo 28 "Un viernes 30" (Editado)

Un viernes 30

Solo es un mal día.

Sí, solo un maldito día.

Uno en el que quiero hacerme una bolita y desaparecer. En realidad, agradezco que mi madre sea médico y pueda conseguirme justificados para cuando cae el maldito treinta de septiembre. Porque sí, para unos solo es un número más, pero para mí, es un número negativo.

Desearía que este número fuera solo uno más para mí, de verdad, quisiera que jamás este hubiera tenido tanto impacto en mí.

Aprieto la almohada a mi cuerpo y sorbo mi nariz, es ahí cuando me doy cuenta que debo usar papel y me sueno la nariz de forma estruendosa mientras sigo quejándome mentalmente por mi estado patético.

Cooper dijo que soy muy fuerte, pero en realidad, yo me considero una gran cobarde, en especial en esta fecha. Una que para mamá es normal, e incluso Hailey y Ben continúan con su vida. Solo soy yo, la que este día parece un muñeco de trapo y que paraliza todo lo externo, aun cuando el tiempo corre, sino fuera de ese modo, sentiría que moriría.

Dios, me duele la cabeza.

Pego el hielo a mi cabeza mientras ingreso la cuchara al tarro de helado y posterior lo ingiero. El frío contra mi paladar me hace calmarme momentáneamente antes de que de nuevo esté soltando lágrimas y sonándome la nariz.

Dios, soy un desastre de mocos y melancolía.

Para este punto siento que no soy diferente a las personas que ahogan su tristeza con alcohol o comida, ya que objetivamente, yo pertenezco al segundo. Siento que en este momento soy yo y mi helado de chocolate contra el mundo. Bueno, muchos lidiamos con la tristeza de una manera diferente.

Y no los culpo, cada quien hace lo que quiere con su cuerpo, lo maneja como cree que puede hacerlo y yo… bueno yo necesito de un coma diabético para sonreír.

Por suerte mañana es sábado, de lo contrario no sabría como sobreviviría fingiendo que él día de hoy no estuve como un trapo andante. Es más, mi reflejo en el espejo me da la razón de lo terrible que me veo. Ojos irritados, labios resecos y un cabello enredado en un moño mal recogido, que seguro lamentaré cuando deba bañarme. Oh, y mi pijama de oso, sí, con su capucha cubría mi cabeza cuando volvía a lloriquear con sentimiento.

Al menos no está nadie en casa está vez, y agradezco aquello, si estuvieran aquí no podría romperme por completo. Los amo tanto, que odiaría que me vean triste, para ellos soy la Abigail feliz, que un septiembre treinta solo se esfuma y al día siguiente vuelve como si nada.

Pero…si lo admito ante el espejo, o ante la soledad, estoy cansada, muy cansada de este sentimiento.

El timbre suena y aunque quiero quejarme porque estaba en la mejor parte de la película, donde el chico le confesaba a la protagonista que se alejó de ella porque era peligroso estar a su lado y ella empieza a llorar, sí, todo un drama que no sucede en la vida real, pero también quiero agradecer porque estaba dejando de prestar atención a la película y comenzando a sobrepensar.

Dejo el cuaderno de psicología a un lado, porque sí, incluso en época depresiva hacía los deberes de Leah con más ganas que antes. Y es que negativo por negativo daba positivo, sí, positivamente cumplía con más rapidez y sinceridad las actividades que mandaba.

Bajo arrastrando los pies con las pantuflas grandes de osos que suenan cada que doy un paso, pero solo estoy yo en casa y no me importa quién demonios esté afuera, así que salgo con las mismas y abro la puerta para encontrarme con un repartidor y una caja.

—¿Buenos días? —parece desconcertado por mi apariencia, pero profesionalmente se aclara la garganta y vuelve a su expresión de póker —¿usted es la señorita Abigail Martins?

—Eh…¿sí?

Según yo, nadie ha hecho un pedido, y menos yo lo he hecho como para ser el destinatario, pero quién sabe si alguien nos está enviando algo. Aunque lo segundo sigue siendo igual de inquietante.

—Este pedido es para usted —dice entregándome una pequeña caja —firme aquí y aquí.

Hago lo que me dice sin entender y mucho menos leerlo. Seguro debo hacerlo, pero parece tan apurado por irse y yo tengo tanta vergüenza como para preguntar, solo espero no estar hipotecando la casa, o de seguro mamá llegaría a matarme.

Revisa los papeles y me entrega la caja. La tomo y confundida regreso a la sala para dejarme caer en el sofá y observar su exterior. Está forrada con papel comercio, así que, como una niña solo decido romperlo sin mucho sentido y queda en evidencia una pequeña cajita de color tomate.

Oh…

El corazón se me ha acelerado, y me siento tan avergonzada que me tapo el rostro con la capucha de oso, suelto un grito ahogado y después de respirar, le retiro la tapa.

Es un dibujo de la misma flor que Cooper me dio hace unos días en blanco y negro. Parece tan realista que mis dedos recorren sus trazos con incredulidad, y no es todo, cuando alzo el dibujo, una pequeña nota se evidencia en el fondo de la caja.

“No diré siempre, porque el siempre es imposible, pero si sientes que me necesitas, dímelo, y yo estaré para ti. Eres fuerte, pero llorar también requiere de fortaleza”

Busco el remitente en medio de todo el papel destrozado, pese a que sé perfectamente quién lo envió, y cuando lo encuentro, solo puedo sonreír como boba.

Remitente: Alan Cooper

Destinatario: Abigail Martins

Mierda.

Para esto quería saber la dirección exacta de mi casa. Pero, ¿cómo diablos sabe enviar paquetes? Digo, yo no tengo ni idea de cómo enviar una simple carta. Sonrío, maldición, es mi primera sonrisa en el día, y más, en un maldito treinta de septiembre.

***

No pasa nada, no pasa nada

Respira, inhala y exhala, inhala y exhala. Inhala…y exhala.

Me repito todo el camino mientras rezo internamente no toparme con Alan. ¿Soy cobarde? Sí, ¿Paranoica? Sí, ¿Estoy huyendo? ¡Eso es algo obvio!




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