La manija rota
—¡Abigail!
—¿Sí?
Termino de guardar mis cosas en el cancel y me volteo para ver a Hilary con las mejillas rojas y mechones de cabellos salidos de lo que alguna vez, asumo fue una cola recogida.
—¡Qué bueno que te encuentro! ¡Necesito tu ayuda! ¡Por favor, por favor! ¿Puedes hacerlo?
—Mmm ¿claro? —respondo con dudas —¿Tengo que volver a correr en una carrera? Si es así, te digo que el único ejercicio que he practicado en estos años es dormir.
—¡No, no tienes que hacer mucho ejercicio!
Oh, entonces…
—¿Buscar una historieta yaoi en la oficina de algún maestro? De antemano, te informo que si nos atrapan soy pésima para las excusas, y seguro termino soltando algo en medio de mi ataque nervioso.
—No, ¡ni siquiera me gusta leer! Y tampoco sé que es una historieta yaoi.
—En realidad son pocos diálogos, es más imagen que narración… —murmuro recordando y luego sacudo la cabeza —¿Espiar a algún chico? Me niego, soy una papa casada ahora, ¿Secuestrar a alguien? Soy muy torpe y seguro terminaría estorbándote más que ayudándote.
—¿Qué? ¡No! —se ríe, pero yo la miro seria y parece preocuparse un poco —¡Por dios! ¿Con qué clase de gente te juntas, qué te piden favores tan raros? Solo vine a pedirte algo simple.
—¿Qué cosa?
—Soy la semanera de esta semana, ¡por favor, solo por hoy reemplázame! Y cuando te toque, yo hago un día, ¡dos días! ¡No, toda la semana si deseas!
No suena nada mal, pero había un problema.
Niego con la cabeza y veo como su rostro se desanima.
—Hilary, no es que no quiera, pero tengo algo que hacer algunas cosas en la tarde.
—¿Qué cosas?
—No puedo decirte —me remuevo incomoda ante su mirada curiosa —Lo siento.
—¿Y si te reemplazo en lo que debas hacer? —propone.
—No puedes.
—¿Y ahora qué hago? Solo necesito dos horas, mi hermana está en la enfermería y tengo que llevarla a casa, mi madre llegará más tarde, pero no puedo porque ahora me toca limpiar la biblioteca. Por favor, Abi, te lo pagaré. ¿Lo que haces es después de dos horas? ¡Lo haré sin problemas! ¡Por favor! He preguntado a los demás, pero todos están ocupados y no sé que más hacer.
Muerdo mi uña y suspiro. Pensar en la pequeña Isabela enferma me hace sentir remordimiento, y mi trabajo inicia dos horas después. Si ella me reemplaza sin problemas podría ayudarla.
El problema era Maruja.
Aunque si se trata de una pequeña seguro lo acepta.
¡Maldición! Odio este corazón de pollo, ¡algún día lo haré caldo!
—¿Qué tan buena eres con los niños? —le pregunto a lo que sonríe.
—Tan buena como para decirte orgullosamente que estás hablando con la mejor niñera de todas.
***
De verdad, ¡haré un jodido caldo de pollo con este maldito corazón!
Y es que, siempre creí que ser semanero no era tan problemático. Sí, fui la ignorancia hablando, ya que la vicepresidenta no hace ese trabajo y se ve envuelta entre la pila de papeles, pero ahora que estoy haciendo esto…¡quiero eliminarlo!
¡Y poner una multa especial a los compañeros que no asistan!
Porque sí, el compañero de Hilary no ha dejado ver ni sus narices.
Una silla no es tan pesada, pero, repetir esa acción una y otra vez, hace que mi columna las vea como un costal de papas. Y es entonces que empiezo a maldecir de nuevo. Maldigo haber aceptado reemplazar a Hilary, a mi corazón por ablandarse, a mi pereza que me hace dormir y comer, junto a mi poca voluntad de hacer ejercicio, porque me tienen con lengua afuera con este pequeño trabajo.
Oh, y por último, maldigo que mi compañero sea un jodido impuntual.
¿Estoy molesta? ¡Claramente lo estoy! ¡Me siento una mula de carga! ¡¿Cómo se atreven a dejarme sola para limpiar la biblioteca?! ¡Esta podría ser una casa!
Una embrujada, pero eso es lo último que importa.
Aprieto los dientes cuando siento a mis músculos quejarse por subir otra silla en la mesa. Viéndole el lado bueno, seguro sacare músculos, lo malo, es que mañana me dolerá hasta el alma.
La puerta se abre, pero no le tomo importancia porque estoy batallando en subir una silla que no colabora, y todo es peor cuando pierdo fuerza. Cierro los ojos esperando escuchar el golpe seco contra el suelo, pero no pasa, así que los abro y veo al salvador de sillas.
—Así que no te basta con romper muchos corazones, ¿ahora quieres romper sillas? —se burla Cooper —Eso no se hace, Martins.
—¿Qué haces aquí? —pregunto viéndolo poner la silla —Dime que no eres el compañero de Hilary.
¡Si lo es, juro por todo que tomo la silla y le doy con la misma! Porque sí, lo quiero, pero eso no justifica que me dejara con todo el trabajo.
—No, no lo soy, pero oí que estarías por aquí.
—¿Qué? ¿Quién dijo eso?
—Penny, parece que su nuevo es ser prensa rosa. Toda la mañana me estuvo siguiendo para que le diga algo, no entiendo que tienen de importante mis palabras.
—Eres uno de los chicos más guapos del colegio y ahora pareces menos aterrador, ¿qué esperabas? —le pregunto empezando a subir otra silla con su ayuda —Eres tú él que está rompiendo los corazones de muchas, no yo.
—Aunque no lo creas Martins, tienes varios admiradores masculinos.
—Ajá —le doy una sonrisa y me doy la vuelta —Mejor ayúdame con la otra mesa.
—No, enserio, hoy han sido más hostiles de lo habitual. Si las miradas mataran, luego de lo que hice hoy, ya estaría tres metros bajo tierra.
—¿Y qué hiciste?
Tarde me doy cuenta de mis palabras y él me da una sonrisa pícara que hace que mis mejillas se sonrojen, y todo es peor cuando continua:
—No lo que hubiera querido exactamente, pero me gusto.
—Debemos seguir arreglando —murmuro cuando sus manos cogen mi rostro.
—Lo sé, pero quiero hacer algo antes.
Baja su rostro para acercarse al mío, porque bueno, soy aproximadamente siete centímetros más baja que él, y roza su nariz con la mía. Está tentándome, le gusta jugar y ver mis reacciones. Al notarlo, sonrío, mis manos van a su cuello y me alzo en puntillas dándole un corto y casto beso. Se muestra algo sorprendido, pero no dice nada y mi corazón late mientras le sonrío pese a tener mis mejillas sonrojadas.