Un caballero esgrimista
Todo estaba mal.
Literalmente, ¡todo en ese maldito día había estado mal!
Para empezar, ni bien Sofía despertó corrió hacia el retrete a vomitar todo su contenido estomacal, tuvo fiebre y se quedó en casa con reposo después de ser revisada por el médico. Sin embargo, conforme pasaba el día, este no parecía dar signos de mejorar.
Además de la infección estomacal, un virus oportunista estaba en el aire y estar estornudando y produciendo mocos había estado ocupando toda su tarde. ¡Oh, y su periodo! ¡Todavía no se había ido!
Así que sí, si alguien en ese momento le dijera que la vida es bonita, le mandaría a la mierda con todo el papel al que ha recurrido.
Sonó su nariz una vez más mientras maldecía su vida cuando llegó un mensaje. Era del joven secretario de la biblioteca, aquel junior era un estudiante de octavo año que parecía mostrar interés en los libros, pero era muy descuidado.
Y el mensaje solo hizo que eso fuera más evidente.
Junior: Buenas tardes, señorita, siento molestarla en su día de reposo, pero tengo una pequeña duda…
Sofía: ¿Qué sucede?
Junior: ¿La puerta de la biblioteca se cierra? ¡No es que no lo haya hecho! Pero, ¿en caso de no hacerlo? ¿Sería muy grave no hacerlo?
Sofía quiso inhalar y exhalar, pero ni siquiera pudo hacer eso. No se molestó en responder el mensaje, en su lugar se sonó la nariz y se levantó de la cama. Solo tomó una chompa gruesa y una bufanda.
Nadie estaría a estas horas en el colegio, ¿qué importancia tenía su vestimenta? Debía asegurarse de que estuviera la biblioteca cerrada, y es que si algún libro desapareciera o un trofeo, ella sería la responsable de reponerlo. Lo gracioso es que no sería nada barato, los libros nunca han sido baratos, pese a que pocos van a la biblioteca.
Salió de casa y camino hacia el colegio, lo bueno, es que estaba a cinco minutos a pie, pero seguía siendo algo molesto, así que, de forma inevitable maldecía al junior, al mundo y todo lo que se cruzara en su camino.
Y creyó que nada podía ser peor, al menos hasta que al comprobar que estaba mal cerrada la biblioteca, vio a dos jóvenes durmientes acurrucados en el sofá. Lo demás fue contado, pero mientras aquella chica rubia seguía escribiendo el informe, se encontró con que seguía sintiéndose incómoda.
En realidad estaba muy avergonzada, no tuvo el coraje para acercarse a su amiga y ella lo había hecho, habían hecho las pases, pero, ¿realmente ella manejó las cosas bien?
Su propio orgullo estaba herido.
Sí, lo único que quedaba de la que, alguna vez fue la mejor esgrimista era eso, un orgullo barato.
Sintió el líquido caliente por sus mejillas empezar a descender y simplemente dejó que cayeran, ¿qué importaba? No había nadie en ese lugar, nadie se reiría de ella por ser débil. Los minutos pasaron, hasta que la puerta fue golpeada y por ella ingresó ese sujeto, vestido completamente con el traje de esgrima, ni siquiera se había retirado la careta, cómo siempre.
—¿Viniste todo el camino, vestido de ese modo? —le preguntó la rubia incrédula, a lo que el chico solo asintió y una pequeña risa escapó de la chica —Te ves ridículo.
El chico avanzó poco a poco y sacó de su espalda, una taza con agua medicinal caliente, una cobija de Winnie Pooh y un antigripal, lo que hizo sonreír a Sofía.
» Te acepto el agua y la cobija, el medicamento no puedo, mi mejor amiga me acaba de dar uno y lo he tomado, pero gracias… —lo miró y después de dar un sorbo, continuó —No debiste venir, los del club seguro estarán preguntando por ti.
Rápidamente él sacó su libreta y escribió:
—Por ti también.
Sofía hizo una mueca.
—No, seguro estarán aliviados de no verme, puede que incluso piensen que por fin voy a renunciar al esgrima.
—¿Lo harás?
Ella sonrió y dio otro sorbo mirándolo.
—¿Tú lo dejarás?
El chico negó haciendo que ella sonría.
—Suena tonto, caballero esgrimista, pero mientras sigas en el club, creo que puedo soportar todo su veneno.
—No deberías depender de mí.
Sofía sonrió y asintió.
—Lo sé, pero ya lo hago, ¿qué vas a hacer al respecto, esgrimista? —ante la pregunta, él no supo que responder, así que ella sonrió —Solo sigue asistiendo, puedes no hablarme e incluso ignorarme, solo asiste y estaré bien.
Porque los recuerdos que tengo contigo, son suficientes como para sonreír por un largo, largo tiempo…
—No haré eso, y jamás deberías aceptar el trato de alguien así.
—¿De verdad?
—Sí, si actúa así, patéale en las bolas —una carcajada resonó por la biblioteca —Es enserio.
—Bien, bien, lo tomaré en cuenta. Ahora, ¿vas a quedarte ahí? ¿O quieres leer conmigo mi aburrido informe?
El esgrimista caminó hacia ella y tomó asiento a su lado haciendo que ella sonriera. Su cabeza fue apegada al hombro de Sofía haciendo que la careta le rozara la mejilla, pese a ello, estaba tan bien hecha que no dejaba ver a quién se ocultaba bajo el traje. Y a Sofía hace tiempo dejó de importarle eso, era su amigo, tal vez tendría sus motivos para solo mostrarse de ese modo, así que dejó de insistir en saber quién estaba debajo del traje, y valoraba más su compañía.
Cuando terminó tocó suavemente la careta y le dijo:
—Todo listo, mi bello durmiente.
Bajo la careta ella no lo supo, pero las mejillas del joven se tiñeron de carmesí ante la frase dicha con tanto cariño. Y se levantó ayudándola a guardar los papeles. Sofía quiso devolver la cobija, pero él negó y le hizo como una capa para que le cubra desde la cabeza hasta las rodillas.
Esta vez, el calor no fue solo externo, sino que, su corazón también se calentó. La atención, el silencio y la comprensión que recibía de este personaje, le hacía muchas veces latir su corazón, uno que creyó que había muerto hace años.