Te encontraré bajo los cerezos

I

Matsumoto, 2002

—¡Quién hubiera creído que tan rápido nos convertiríamos en alumnas de segundo año! —soltó Hasegawa Mio, mientras jugueteaba con uno de sus nuevos bolígrafos, pasándolo entre sus dedos.

—Y que nos tocara en la misma clase por, sobre todo. No todos tuvieron esa suerte —comentó su amiga, Otsuka Kiyoko, mirando a sus demás compañeros que se integraban al aula. Luego agregó con solemnidad—: Este año tenemos que hacer algo importante. Unirnos a un club, entrar en la lista de los diez mejores de la clase y conseguirnos un novio —ambas soltaron una risita divertida por lo último que mencionó.

Aquel era el primer día de clases y los ánimos oscilaban entre el nerviosismo inicial y la motivación por empezar el nuevo curso de la mejor manera posible. Para Mio y Kiyoko, no era que el año anterior hubiera sido malo; de hecho, fue en el que ambas se conocieron, se hicieron amigas y, en general, obtuvieron buenas notas en la mayoría de las asignaturas, sin haberse metido jamás en ningún lío que perjudicara su historial académico, pero nada más. Eso era todo. Y, sin embargo, segundo de instituto resultaba como la promesa de un mañana lleno de oportunidades por descubrir.

—Bien, poniendo prioridades, creo que optaré por el club de caligrafía —convino Mio, pensativa.

—Lo cual no te hará avanzar al punto tres, Mio. ¡Ese club está repleto de chicas!

—¿Ahora vamos por puntos?

—No estaría mal. Es un complemento a lo que sugeriste respecto a poner prioridades. Lo que me recuerda, ahora que hablamos de clubs, tengo que contarte una anécdota de lo más divertida. Le ocurrió a mi hermano en el último partido de fútbol que tuvo…

Mio, que estaba sentada en el lugar de enfrente de ella, se giró para escucharla mejor, cuando fueron interrumpidas por la clara voz del profesor, que acababa de entrar al aula.

—Por favor, tomen asiento. Vamos a comenzar.

Al levantar la mirada y observarlo por primera vez, Mio tuvo la misma impresión que el resto de sus compañeros a juzgar por sus expresiones y comentarios de sorpresa. Era muy joven. Parecía estar entre los veintitantos años. Y no solo eso… Poseía una altura destacable, espeso cabello negro y facciones equilibradas. Su vestimenta consistía en un traje oscuro y corbata azul que le daban un aire de sofisticación.

En definitiva, no daba para nada la imagen del maestro convencional.

—¿Es nuevo, no? —preguntó uno de sus compañeros que estaba sentado cerca de Mio.

—Sí, no estaba el año anterior —le respondió otro.

El docente continuó.

—Buenos días. Mi nombre es Fukuda Tomohisa, seré el profesor responsable de la clase 2 A durante este curso. Es un placer conocerlos. Les entregaré unas hojas con el horario. Tomen una y pasen las demás. En un momento les explicaré la manera que tendremos de trabajar.

—Con un rostro así no me costará tanto esforzarme —susurró Kiyoko, pero con un volumen lo suficientemente alto para que Mio la escuchara.

Una vez Mio tomó su propia hoja, se percató de que el profesor tenía la vista fija en el grupo con un gesto que denotaba aprobación. Y en ese mismo instante, el aroma de los cerezos que florecían afuera, signo inequívoco de la radiante primavera, se filtró a través de las ventanas que permanecían abiertas.

De ese modo, formalmente la clase 2 A inició su segundo año escolar.

En las semanas siguientes, tal como lo habían comentado, Mio se unió al club de caligrafía y Kiyoko, por su parte, al de voleibol. Su círculo de amigos se amplió. Empezaron las salidas los viernes después de la escuela, los intercambios de números telefónicos para quienes tenían ya un celular y los cotilleos sobre chicos entre amigas. Solo que, para ese año, uno de los prospectos más populares en dichas confidencias, no era otro que el mismísimo profesor Fukuda.

No obstante, pese a que Mio podía entender por qué despertaba ese sentimiento en muchas de sus compañeras —era atractivo, no lo negaba—, creía que nada se suscitaría más allá de un amor platónico para nadie. Es decir, la forma de conducirse de él era siempre respetuosa y ética. Como profesor responsable de su clase, llegaba puntual en las mañanas para pasar lista y dar los avisos pertinentes. Sin embargo, también era flexible y actuaba como un hermano mayor en ocasiones con ellos sus alumnos, pues en la asignatura de matemáticas II que les impartía, mantenía la clase dinámica y, si reprendía a alguien, lo hacía con humor.

Una vez Inoue, un compañero que nunca tomaba apuntes se pasó la clase dibujando manga, y cuando el profesor descubrió el T-Rex que trazó en una página entera, lo observó con interés, hasta que el chico se percató con un sobresalto de su presencia—además, de un gesto exagerado que provocó risas—, y este le preguntó si el dinosaurio se había comido las palabras o cuál era el motivo por el que no tenía escrito nada, para a continuación, ordenarle que comenzara a tomar nota.

Desde luego, a ella le agradaba el profesor Fukuda como a todo el mundo. O al menos así fue hasta que vinieron los resultados de los exámenes parciales.

<<65 puntos, Hasegawa>>, le dijo cuándo le entregó sus resultados.

—Bueno, lo importante es que no reprobaste. Pero con esto no estás cumpliendo con el punto dos de nuestros propósitos —le recriminó Kiyoko, tratando de aligerar el asunto, cuando ambas tomaban el almuerzo en los jardines del instituto—. Recuerdo que en primero también tuviste dificultades con matemáticas, pero no a este grado.



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 19.10.2025

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