Te encontraré bajo los cerezos

II

Estaba segura de lo que sucedería. El profesor Fukuda le daría una severa reprimenda por su vergonzoso y lamentable puntaje en el pasado examen y porque continuaba sin recomponerse en la materia, lo que resultaba mucho peor.

Habría querido contárselo todo a Kiyoko para que la aconsejara sobre que podría decirle al profesor antes de que este amenazara con llamar a su madre, o aún mejor, que la acompañara hasta allí para que todo fuera más sencillo, pero su amiga estuvo ocupada la última hora trabajando arduamente en concretar el punto tres de la importante lista de propósitos que ambas se impusieron, al ir de la mano de Endo, uno de sus compañeros de clase.

Endo era un chico simpático, con el que desde hacía unas semanas atrás Kiyoko conversaba bastante de una forma especial; evidentemente, no como lo hacían dos amigos. Bastaba con echarles un simple vistazo para notar que ambos sonreían más de la cuenta y que su amiga se la pasaba acomodándose el cabello o agitando las pestañas con coquetería en su presencia. Y, asimismo, también comenzaban a regresar a casa juntos, por lo que Mio, que no quería arruinarles nada, prefirió reservarse para sí aquello que la conflictuaba y afrontarlo sola.

Tenía miedo. Pero incluso con ese sentimiento que la embargaba en conjunto con la incertidumbre, caminaba con paso firme a la sala de profesores. Una vez estuvo en la puerta, se encontró a su maestro que organizaba unos expedientes sentado en la silla de su lugar. Él, al percatarse de su presencia, dejó lo que estaba haciendo para apartarlo a un lado.

—Adelante, Hasegawa. Pasa —le indicó.

Mio tomó aire y se aproximó hacia él, sentándose en la otra silla que le ofreció. Además de ambos, solo estaba una persona más, que era el profesor Watanabe, docente de la materia de inglés, pero que ya estaba recogiendo sus cosas para marcharse.

—Disculpe la demora —se excusó torpemente la chica, cuando el sonido de la puerta corrediza cerrándose a sus espaldas le indicó que se habían quedado solos—, antes pasé a dejar unos libros a mi casillero.

—No te preocupes, suelo quedarme un rato más al concluir las clases. No me gusta llevarme trabajo a casa, prefiero hacer todo lo que puedo aquí.

<<Bueno, al menos nadie tendrá que enterarse de mi bajo desempeño y escuchar el regaño>>, pensó Mio preparada para lo que pensaba se venía.

—Bien, vayamos a lo importante —dijo él, apoyando los codos en sus piernas—. ¿A qué es lo que no le entiendes?

—¿Cómo? —le preguntó Mio, desconcertada.

—Respecto a los ejercicios que hemos visto en clase. Dime qué se te complica y te explico —respondió él, paciente—. No saliste muy bien en el examen parcial y en las tareas que has entregado tampoco. ¿Tienes tu cuaderno para revisarlo?

La chica se había quedado boquiabierta y alguna gesticulación rara debió hacer, puesto que no reaccionó enseguida hasta pasados unos segundos, cuando sacó el cuaderno de su mochila a toda prisa. ¡Ella juraba que se trataba de un regaño! ¡E inclusive, ya se veía sentada al lado de su madre en una oficina gris! En la funesta imagen mental que tenía, el profesor le comunicaba cada uno de sus fallos y la señora Hasegawa le dirigía a ella una expresión de desaprobación.

—Por ejemplo, no entendí esta fórmula que vimos ayer… —empezó Mio, mostrándole.

Él, con bastante calma, le aclaró cómo se realizaba, al igual que cada uno de los ejercicios vistos con anterioridad durante las clases que ella le refirió en sus apuntes, hasta que Mio sintió que todas sus dudas se despejaron y el temor de reprobar desapareció. Cuando terminaron, poco más de una hora después, la chica recogió sus cosas.

—Si te surgen más dudas, levanta la mano y te vuelvo a explicar sin problema en clase. De cualquier forma, intentaré ir un poco más lento.

—Se lo agradezco mucho, profesor —dijo completamente aliviada—. Creía lo peor… como Chiba, Amano y yo somos los tres peores de su clase... —admitió, no sin cierta vergüenza.

—Ya veo por qué tenías esa cara de asustada —soltó una risa ligera—. No, descuida. Contigo no tengo problema. Aunque tus compañeros no se salvaron.

—¿Por qué? —le preguntó sorprendida. Por un instante, supuso que bromeaba.

—Porque veo que, en clase, pese a que te cuesta, pones atención e intentas comprender. También entregas tareas. Chiba no lo hace y casi no entra a mi clase. Y Amano se la pasa jugando. Es por ello que tuve que tomar otras medidas con ellos. Bien, nos vemos mañana. Regresa a casa con cuidado.

—Sí, hasta mañana —se despidió la chica con la mochila en la espalda.

En su camino de vuelta, Mio no podía evitar pensar en que era la única vez en todos sus años escolares que un profesor se fijaba en ella y en las dificultades que presentaba en su materia de esa manera. Que le brindaba más de su tiempo. Que tenía interés en que verdaderamente aprendiera. Pero también, se sintió culpable por su actitud pasada para con él. Ahora aceptaba que su frustración con la materia la había llevado a responsabilizar a otros de una cuestión que era solo de ella. Y que, en efecto, el profesor Fukuda tenía mucha disposición para ayudar a sus alumnos siempre y cuando se comprometieran.

A partir de entonces, Mio comenzó a subir con notoriedad sus notas, pero no se debía solo a la tutoría de aquella tarde, sino a la motivación y confianza que él le dio.



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 19.10.2025

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