Matsumoto, 2008
El primer día de trabajo era tan o incluso más intimidante que el inicio de un nuevo año escolar, en opinión de Mio. Era ahí cuando el resultado de años de estudio se ponía en práctica y se demostraba el potencial propio. Pero no era una emoción aislada lo que experimentaba, sino que había muchas otras que llenaban su corazón en esos momentos: La alegría desbordante de ser parte de un equipo, la gratitud por la oportunidad que se le brindaba y el orgullo por todo su esfuerzo.
Estudió Turismo y, una vez egresada, descubrió dicha propuesta de empleo en un periódico que su padre solía leer y que ella hojeó por pura curiosidad sin esperarse nada, una tarde cuando terminaron de cenar en familia. De inmediato se contactó vía telefónica con la agencia de viajes que ofrecía el puesto, fue citada a entrevista y transcurridos unos días le comunicaron que fue aceptada.
Fue así como se convirtió en una colaboradora en pleno derecho de Sekai T, que era el nombre de la empresa, y a estar sentada junto a la amable chica de gruesos anteojos que fue designada para capacitarla y que le mostraba en la computadora cómo se organizaban los paquetes de viajes.
—Y, por último, el <<Todo incluido>> es con todas las comidas. No lo olvides, el hotel que selecciones siempre debe ser de cinco estrellas, a pie de playa o en el centro. Depende la ciudad de que se trate —le explicaba, moviendo el ratón para hacer que el cursor seleccionara lo que ella deseaba.
—Entendido —Mio anotaba con rapidez en un pequeño cuaderno todos los datos que le proporcionaba.
—Ahora te enseñaré cómo reservar para los vuelos y trenes.
—¿No estás viendo la hora, Shizune? Estamos a diez minutos del almuerzo —dijo la joven mujer que estaba sentada en el escritorio de enfrente y que hasta entonces por la distribución en la oficina les daba la espalda. Sus labios estaban pintados de carmín y, en conjunto con su ropa elegante y peinado recogido, a Mio le pareció muy femenina—. ¿Por qué no se lo explicas cuando volvamos? Por cierto, —se dirigió a Mio y le extendió la mano—, mucho gusto. Mi nombre es Asagiri Arisa.
—Es un placer —la chica se la estrechó.
—Bien, cuando volvamos entonces —concedió la otra—. ¿Trajiste almuerzo, Hasegawa?
—Sí.
—Pues vamos al comedor.
Las tres chicas fueron escaleras arriba hacia donde se encontraba dicha área y una vez tomaron asiento en las sillas de alrededor de una de las mesas, comenzaron a ingerir sus alimentos, mientras Arisa le preguntaba abiertamente sobre su carrera, cómo consiguió el empleo, donde vivía, su edad, si tenía pareja, entre otras cosas que se le iban ocurriendo, que consideraba pertinente saber.
—Tengo veintitrés años —respondió la chica, intentando no olvidar lo demás que aún no respondía—, continuó viviendo con mis padres y no tengo novio. No desde mi tercer año de universidad. ¿Y tú? —se aventuró a preguntarle de vuelta. No lo hizo también con la otra chica, puesto que, cuando la estuvo capacitando, ya habían podido conversar algunas cosas entre ellas, como que la chica de nombre Nagai Shizune, tenía un año más que ella y que vivía en un departamento, muy cerca del río Metoba, junto a su gato Buttercup.
—Tengo veintiocho años y ya estoy casada. Celebramos nuestro matrimonio el pasado otoño —le mostró su mano izquierda, donde reposaba en su dedo corazón la alianza de matrimonio. Era un espectacular anillo de oro—. Si te hubiéramos conocido antes, te habría invitado. Todo fue magnífico.
—Hacía un buen clima en esas fechas, no que ahora no deja de nevar y tengo los pies congelados en mi escritorio aun con el calefactor —agregó Shizune, recordando la celebración—. Nunca vi antes un vestido tan glamoroso.
—¿Qué puedo decir? Todo lo planeamos con mucha anticipación.
—Vaya, felicidades —expresó Mio al escucharlas—. ¿Dónde se conocieron?
—En mi anterior trabajo como diseñadora de experiencias turísticas. Él era el gerente del hotel donde realizamos un evento, de manera que coincidimos. Casi siempre viene a recogerme a la salida, ya lo conocerás.
Así, continuaron conversando acerca de temas triviales relacionados en su mayoría con el trabajo, pues las tres compartían profesión como agentes de viajes, y tal como aseguró Arisa a la semana, su esposo fue a buscarla en su automóvil Honda Inspire. Siguieron los vientos fríos del invierno en ese mes de enero, pero entre más transcurrían las semanas, más indicios se presentaban de que pronto la primavera estaría de vuelta. El sol comenzaba a salir antes y pequeñas mariposas y abejas aparecían en pleno vuelo.
Mio se habituó con rapidez a su nueva jornada. Aquellas dos chicas que la recibieron ese primer día con tanta calidez se convirtieron en sus amigas más cercanas, pero con sus demás compañeros tenía, también, una buena relación y trato. Era responsable en su trabajo. Se había aprendido los paquetes de viaje que se ofrecían, conocía los mejores hoteles a recomendar y redactaba correos a clientes y proveedores con profesionalismo. Para cuando regresaba a su hogar, les contaba a sus padres, animada, cómo estuvo su día y las actividades que realizó. Nunca se le hacía tedioso ni mucho menos rutinario, ya que cada conocimiento adquirido y experiencia por pequeña que fuera eran bien recibidos por ella, que sentía un amor profundo por la carrera que eligió y el ámbito profesional que le ofrecía.