Te encontraré bajo los cerezos

IV

Era el turno de Mio para elegir dónde tomarían la comida y la chica sabía con toda certeza a dónde quería que fueran. Se trataba de una cafetería que había descubierto una de las ocasiones que estuvieron en <<la calle de árboles>> (como también le llamaban), en un rincón que parecía escondido, pero también luminoso, donde a un costado crecía un gran árbol de cerezo rosa. Su estilo era clásico, casi como de tiempos de antaño. Dándole un aire de la Era Meiji o Taisho. En ella se servía una amplia variedad de postres de origen en su mayoría extranjero (cuyos nombres las chicas estaban habituándose) que iban desde galletas azucaradas en forma de flor hasta pasteles glaseados con crema de colores suaves.

A esas fechas, ya todas tenían sus preferencias. Shizune se decantaba por un restaurante de allí mismo, donde una mujer de mediana edad, de cabello rizado y trato afable, tenía como especialidad la elaboración de tempura, y que era el favorito de la chica. Arisa seguía optando por Yoshinoya, pero también le había tomado gustado al anpan que vendían en una pequeña panadería de paso. Y claro, estaba, Mio prefería su cafetería rosa.

Era mayo. Recién se cumplían cuatro meses de que la chica llegó a Sekai T y el tiempo parecía haber volado. Tenía dos nuevas buenas amigas y estaba por completo adaptada a su rol como empleada.

Con pasos ligeros, Arisa, Shizune y Mio tomaron asiento en una mesa del fondo, justo al lado de la ventana donde crecía el cerezo. No había mucha gente en el establecimiento, pero tampoco estaba demasiado vacío.

—Y bien, ¿qué van a pedir? —preguntó Shizune, con el menú abierto.

—Strudel de manzana y un té helado —respondió Arisa, con simpleza—. ¿Qué tal tú, Mio?

—Un pastel de frutos rojos y café irlandés. ¿Shizune?

—Ummm, creo que un Tiramisu acompañado de un latte de vainilla.

El mesero llegó a la brevedad a tomarles la orden y las chicas se dispusieron a pedir. En lo que esperaban que sus platos les fueran entregados, conversaron sobre rumores interesantes que se suscitaban en la empresa. Que, si la recepcionista comenzó a salir con el coordinador de eventos. Que si tal ascendió de puesto. Arisa parecía tener todas las premisas habidas y por haber. Pero también estaban las anécdotas graciosas. El mesero le sirvió a cada una lo que solicitaron y ellas comenzaron a degustar sus alimentos, al tiempo que la conversación se encauzaba en esto último.

Arisa les contaba sobre la ocasión en que cierto compañero, había tenido que, literalmente, salvar a unos clientes, puesto que un hotel de Osaka, que se mostraba como de alta categoría era, en realidad, un cubo feúcho con problemas de electricidad y bichos en las paredes y que los clientes, atemorizados llamaron solicitando su ayuda, ya que, temían por su seguridad. A velocidad sobrehumana, dicho compañero habló con sus superiores, hizo llamadas y en menos de dos horas los había sacado de ahí en un transporte que consiguió y reservado habitaciones en otro hotel que sí cumplía con los estándares de calidad.

Mio y Shizune reían con ganas al escucharla. Por supuesto, mucho influía la forma en que Arisa solía contar las anécdotas.

—¿Qué sería de la vida de oficina sin esto? —comentó Arisa, dándole un último mordisco a su strudel y limpiándose las comisuras de los labios con delicadeza. Sin duda, como todas las demás, disfrutaba de esos momentos juntas—. En fin, ¿vamos a pagar la cuenta? —preguntó con la nota en la mano que habían solicitado recién al mesero.

—Sí, si gustan, voy yo. Vi unos macarons en el mostrador cuando entramos y quiero llevarles unos a mis padres —ofreció Mio.

—Oh, si vas a pedirlos, también pídeme unos a mí. Los quiero para mi esposo.

—Claro —dijo la chica, acomedida—. Iré a pagar.

—Aquí tienes, Mio —le indicó Shizune, dándole también su parte.

—No tardo.

La joven se levantó, dirigiéndose al mostrador, y una vez ahí, en lo que llegaba la dependienta que no estaba en su puesto, se acercó a las vitrinas donde tenían expuestos los dulces para decidir cuál llevaría. Cuando, de repente, un hombre que vestía un abrigo color azul entró a la cafetería acompañado del sonido de la campanilla que había en la puerta y que anunció su llegada. Mio apenas lo vio de reojo, hasta que, incorporándose, los ojos de ambos se encontraron, abriéndosele a ella con desmesura a causa de la sorpresa.

Era su maestro de la preparatoria.

—¡Profesor Fukuda! —exclamó.

—¡Hasegawa! —pronunció él con la misma emoción—. Pero sí eres tú. ¡Cuánto has crecido!

—Bueno, usted está casi igual —dijo mirándolo. Y era verdad, quizá, tenía el cabello un poco más largo—. ¿Vive por aquí? Le pregunto por qué vi su apellido en una placa de una oficina una vez y otro día creí verlo pasar, pero no estaba segura de que en verdad fuera usted.

—No realmente, pero el despacho contable que tengo con mi padre sí que está en esta zona. Imagino que a ese te referirás. Y de lo de que me viste, ¿fue en la calle principal?

—Sí, la que está repleta de árboles.

—También te vi. Justo iba regresando en aquella ocasión al despacho con mi padre. Pero, ¿tú qué tal? ¿Cómo has estado?

—Bien, muy bien. Estoy trabajando en una agencia de viajes, ¿no sé si ubica Sekai T? —él asintió—. Bueno, la cuestión es que estudié Turismo y ahora estoy ahí. ¿Y usted? ¿Continuó ejerciendo como docente? —ambos se apartaron de la caja cuando llegó la dependienta y para dejar pasar a otras personas que se formaban con la intención de pagar.



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 19.10.2025

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