No quería forzar nada. Tampoco mostrarse más interesada de lo que debería, pero cuando llegaba a ir a <<la calle de árboles>> junto a Shizune y Arisa, que no era muy a menudo, dado que las últimas semanas habían tenido tanto trabajo que tomaban menos tiempo para almorzar y solían llevar sus propios alimentos, Mio siempre parecía buscar a alguien, estar más atenta que de costumbre a las calles, a las personas, porque en el fondo sí que añoraba volver a ver a su profesor.
Reflexionándolo, se daba cuenta de que, desde sus días de instituto, el profesor Fukuda despertó en ella tiernos sentimientos de admiración y respeto, además de que siempre lo consideró alguien apuesto; pero ese día que se reencontraron le pareció todo eso y mucho más. Lo veía maduro, encantador, educado y por primera vez como un hombre. ¿Pero qué pensaría él de ella? Ya no era una niña, tampoco su estudiante. Ambos habían cambiado y crecido, vivido sus propias experiencias. ¿Aquello le importaría a él? No podía tener la certeza. Tal vez, ya tendría pareja y ella se estaba haciendo falsas ilusiones. Es decir, tenía la edad suficiente para estar nuevamente casado. Su hijo ya habría crecido y lo más seguro es que él sentara cabeza con alguien para rehacer su vida.
Sin poderlo evitarlo, ante lo desalentadora que resultaba dicha idea, soltó un largo suspiro de aflicción que Shizune, su amiga, percibió de inmediato.
—¿Cansada, Mio? —levantó la cabeza de su propia computadora.
—Sí, estoy un poco aburrida. Llevo todo el día registrando datos de clientes —respondió con una verdad a medias.
A sus dos amigas ya les había contado todo lo que respectaba al trato que tenía con su profesor en el instituto y todo lo sucedido en esa fracción de su segundo año. Sobre cómo le explicó lo que no entendía al darse cuenta de que se le dificultaba, de lo apreciado que era entre los estudiantes y lo injusto que fue el que lo hubieran despedido al no adaptarse a los <<estándares requeridos>>. De cómo en cuanto lo vio con su hijo en brazos y supo lo de su esposa esa última vez en el jardín del instituto, la gran admiración que sentía por él, no hizo más que acrecentarse, pues pese a las dificultades que tenía en su vida privada, siempre se condujo con empatía, compromiso y humanidad en su rol profesional.
No obstante, cuando Mio supuso, debía llegar a la parte de su sentir actual, ahora que se reencontraron, se limitó a afirmar que se alegraba de que este estuviera bien, que gozara de buena salud y trabajo.
—¿Y ahora qué le pasa? —preguntó Shizune, sacándola de su ensimismamiento. La chica de anteojos se refería a Arisa que entraba a la oficina ataviada con un elegante abrigo rojo que atraía todas las miradas.
Tanto Mio como Shizune, sabían que Arisa pidió permiso ese día para presentarse más tarde del horario habitual en el que iniciaban su jornada laboral, pero no imaginaban —ni nadie— que llegaría con un arreglo tan esmerado en su persona.
—Están invitadas a mi casa este fin de semana —les dijo en cuanto dejo su bolso en su lugar—. Haré una pequeña reunión con la familia de mi esposo. Vendrán sus padres desde Yamagata. Vamos, será divertido. ¿Qué me dicen?
—Por mí está bien. Buttercup puede estar un rato sin mí —respondió Shizune, refiriéndose a su gato.
—¿Y tú, Mio?
—Claro, cuenta conmigo.
—¡Maravilloso!, Valió la pena la mentirilla piadosa que le dije al jefe de que debía acompañar a mi esposo al médico. La verdad es que llevo toda la mañana buscando guayabas para preparar mañana con yogur. Tienen que probarlas. Las comí una vez que viajé al extranjero y son deliciosas —afirmó—. Les anotaré la dirección y las veo en mi casa el sábado a las dos. Ya saben, chicas, no se les ocurra hacer otros planes.
El día señalado, Mio y Shizune acordaron reunirse cerca de la oficina, para ambas llegar juntas a la casa de su amiga en autobús. Después de haber tocado el timbre, fueron recibidas por la misma Arisa, que, con un vestido fresco acorde a la temporada de verano, las saludó sonriente. Una vez dentro les presentó a sus suegros y cuñados, les ofreció aperitivos que ella misma preparó y luego, continuó moviéndose por todo el espacio como si fuera una reina, sin descuidar jamás la atención de ninguno de sus invitados.
Tanto Mio como Shizune, coincidieron en que se le daba excelente su papel como esposa y cuando se lo comentaron poco después de que concluyera la comida, que fue hasta ahí cuando pudieron hablar plenamente, la joven mujer, satisfecha, dijo orgullosa:
—Es la práctica. Aprovechen su soltería ustedes que pueden y más ahora que no tienen prospectos a la vista —se terminó el resto de su bebida y dejó el vaso vació en la mesita—. ¡Ya sé! Pongamos una buena canción en el estéreo. ¡Muéstrenme sus mejores pasos!
Mio tardó un poco más de la cuenta en levantarse del sofá cuando la canción Flyday Chinatown de Yasuha comenzó a sonar a todo volumen, mientras sus dos amigas se movían al ritmo de la música en el centro de la sala con otros parientes de Arisa animándose a unírseles.
La realidad era que, ante el reciente comentario de Arisa, la imagen de su profesor le volvió a venir a la cabeza. Fue inevitable. Pero su amiga tenía razón. No había nada a la vista. Su encuentro no fue más que una coincidencia. Un lindo momento que le trajo buenos recuerdos y que no llegaría más allá.
Era hora de dejar de alimentar ensoñaciones.