Te encontraré bajo los cerezos

VI

Cuando la lucecita del colgante del celular de Mio parpadeó indicando que llegaba un nuevo mensaje, la chica no dudó en detener lo que estaba haciendo para abrirlo y echarle un vistazo. Tal como lo pensó, se trataba de un mensaje de su profesor.

Buenos días. Solo para confirmar, ¿este sábado, verdad?

Hola J Sí, este sábado estaría perfecto.

¿A dónde te gustaría ir?

Vamos al cine. O al zoológico. Estoy indecisa. Dígame usted.

Yo te pregunté a ti. Escoge.

El zoológico suena mejor.

¿Le parece que nos veamos a las 11 am en la estación?

Por supuesto. A esa hora, entonces.

Con el teléfono debajo de su escritorio de trabajo, Mio respondía con sigilo cada uno de los mensajes, entusiasmada. No era que no confiara en sus amigas. Tarde o temprano se los contaría, pero aún no. Es decir, ¿contarles qué? El que estuviera enamorada de su exprofesor seguramente ya lo sospechaban. Pero si no sucedía nada después de esa salida y las cosas no avanzaban a su favor, solo quedaría como una pobre chica ilusionada a la que consolar, por lo que prefería ahorrarse ese episodio. Ya se enterarían un día a través de un comentario casual de que llegaron a salir como amigos, pero que no pasó de ahí. Aunque sí, por el contrario, las cosas le sonreían, entonces, claro que a su debido tiempo les compartiría su romántica historia con todo lujo de detalles y la alegría desbordante que ameritaba.

Para el día acordado, la chica llegó puntual a la estación donde ya la esperaba Tomohisa que vestía pantalón negro y un polo azul.

—Profesor —dijo Mio a modo de saludo—. ¿Cómo está?

—Muy bien, gracias. ¿Y tú?

—También, bien.

—Me alegro, ¿nos vamos?

Abordaron el tren, cuyo trayecto duró poco más de una hora de camino en la que ahora Mio fue la que le preguntó sobre él. De cómo le iban las cosas en su despacho contable, que era lo que más le gustaba, como eran sus compañeros de trabajo. Así fue como descubrió que el padre del profesor Fukuda estudió la misma carrera que él, que era contaduría. Que su negocio en conjunto lo iniciaron en 2006 luego de que hubiera trabajado unos años en una empresa privada, tras haber dejado el instituto donde se conocieron, como le había comentado de forma más escueta previamente. Que se había hecho de una casa el año anterior tras años de vivir de rentas en pequeños departamentos. Que su hijo ya estaba en la primaria.

—¿Extraña la docencia? —le preguntó ella cuando bajaron del tren y abordaban el autobús que los llevaría directamente al zoológico.

—En parte sí. Cuando estaba en la universidad solía darle tutorías a compañeros que necesitaban regularizarse. Eso fue lo que me motivó a ingresar al programa de formación docente una vez finalicé mi carrera. Pero, por otra parte, no, porque mis horarios actuales no se ajustarían para cubrir una jornada escolar completa y porque disfruto el trabajo en el despacho. Al fin y al cabo, emprender ese negocio era mi meta desde hacía mucho. En todo caso, consideraría trabajar en alguna escuela nocturna de clases extraescolares en algún futuro no tan lejano cuando Shohei sea un poco más mayor —se refirió a su hijo, cuyo nombre era aquel—. Durante el tiempo que di clases en el instituto, aunque fue poco, lo recuerdo con cariño, en especial, la clase 2 A en la que fui su profesor responsable —afirmó, mirándola—. Era divertido convivir con ustedes. Escucharlos. De verdad, que espero haber dejado algo positivo, porque ustedes sí que dejaron algo en mí. Me ayudaron mucho en tiempos difíciles. Aún conservo un separador de libros y dos CDs que me regalaron.

—Todos lo echamos mucho de menos cuando ya no continuó con nosotros —comentó Mio, con sinceridad, recordando esos días.

—¿Cómo les fue en tercero?

—Bien, creo yo. Todos los que estuvimos juntos en segundo año nos graduamos. La mayoría fuimos a la universidad.

El autobús se estacionó y los pasajeros descendieron, caminando tan solo unas escasas calles para llegar al zoológico que a esa hora estaba a rebosar de familias, parejas y grupos de amigos. Ambos, Tomohisa y Mio caminaron uno al lado del otro, pero sin tomarse de las manos. De esa forma recorrieron el parque con calma, dándose su tiempo para observar cada hábitat. Encontraron elefantes, jirafas, chimpancés, focas, pandas, entre otras muchas especies a las que Mio les sacó fotografías, puesto que llevó su cámara consigo y aunque no se retrataron juntos, sí que ella le tomó una espontánea cuando él, distraído, veía atento a unas aves exóticas qué entrenadas emprendían el vuelo.

Un mechón de cabello negro le caía en la frente.

Mio desvió la mirada, concentrándose en capturar con la cámara cualquier cosa del lugar en que no pareciese él.

Durante el resto del recorrido visitaron otras zonas y horas más tarde, sentados en una banca bajo la sombra de un frondoso árbol, comieron omurice acompañado de té verde que vendían en el mismo zoológico.

Para cuando estaba por caer la noche, se decantaron por visitar la tienda de recuerdos con la que concluirían el paseo.

—Le llevaré una pluma a mi padre y a mi madre una taza de koala —comentó Mio, tomando esta última para revisarla—. Si le comprara una gorra con una figura de chimpancé me la terminaría aventando. ¿Usted qué llevará, profesor?



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 19.10.2025

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