Te encontraré en esta vida o en la otra

Capítulo 4: Quiero verte 

Capítulo 4: Quiero verte

El desayuno me despertó—bueno, el aroma del desayuno. La casa estaba impregnada del olor a huevos revueltos y café de olla, mi tía ya estaba cocinando y nosotras aún con las pijamas puestas. Definitivamente extrañaba mi alarma del celular, pero esto era mucho más civilizado. La habitación de mi prima estaba en el segundo piso, ya que en el primero estaba la sala, cocina y comedor, cabe señalar que la casa tenia ventanales grandes, tanto arriba como abajo.

Cuando tocaron a la puerta resultó ser un mensajero con una carta dirigida para mí. Las dos me miraron expectantes, esperando que leyera la carta en voz alta.

Señorita Griselda

15 Marzo 1925

Le extiendo un cordial saludo y me tomé el atrevimiento de mandarle esta nota para invitarla a tomar un café a las 3 pm. Si no es mucha la incomodidad, agradecería mucho poder verla de nuevo.

Atte

Alfredo Rodríguez

Mi prima lanzó un grito de emoción que probablemente despertó a medio pueblo, y mi tía le dio un codazo, aunque ella también estaba igual de emocionada. Yo por dentro también estaba muy contenta con dicha carta—me alegraba saber que quería verme de nuevo.

"No iré," respondí, a lo que las dos se quedaron con la boca abierta como si hubiera dicho que me iba a hacer monja.

"¿Cómo que no irás?" dijo mi tía.

"No traje ropa, e ir así en fachas... ni hablar."

"¿En qué?" preguntó mi prima. "Desaliñada, prima."

Perfecto, Azucena, ahora además de viajera del tiempo eres creadora de jerga futurista.

Mi tía intervino: "Por eso no te apures, Aurelia tiene muchos vestidos. Mira, ven."

Entramos a otro cuarto que era prácticamente una boutique vintage. Había muchos vestidos hermosos, tanto elegantes como casuales. No tenía idea de qué podría usar para "tomar un café" en 1925—¿existía un código de vestimenta específico para citas cafetaleras de principios de siglo?

Me mostró una falda color hueso con una blusa azul, un saquito y un sombrerito azul a juego. Me lo puse y me quedaba muy bien. Mi prima se puso una falda amarilla con una blusa celeste y un swetersito—ella llevaba una sombrilla que me hizo sentir como si estuviéramos en una película de época.

Llegamos minutos antes de la hora indicada al café, y ahí estaba él con un traje sastre blanco y corbata. Me encantaba esta época y la elegancia de todos—definitivamente los jeans y sneakers no tenían el mismo efecto.

Me saludó dándome un beso en la palma de la mano, y a mi prima le hizo el mismo gesto cortés: "Señoritas," y nos llevó a nuestra mesa.

Mi prima, con tacto diplomático, dijo que se sentaría en otra mesa, a lo que él accedió galantemente e indicó que lo que tomara mi prima corría por su cuenta.

Su voz masculina y su porte seguro me encantaban. Tenía unos ojos azules y su cabello dorado ondulado que, con su tono de piel trigueño, le daban un aire cautivador. Era alto—calculaba que medía entre 1.75 y 1.78—, y yo, que no era tan bajita con mis 1.68, no me sentía pequeña a su lado. Mi prima era más bajita que yo, así que quedaba perfecto para ser la chaperona discreta.

Ahora solo faltaba que no metiera la pata hablando de cosas que no se habían inventado todavía.

Entre contarme de su familia y su vida en la capital, yo solo me limitaba a sonreírle y contarle que mis padres eran comerciantes. Técnicamente no mentía—sí lo eran, pero de computadoras y celulares. Ambos eran ingenieros y pusieron un negocio de reparación y ventas. Claramente no le podía contar esto.

Le dije que también vivíamos en la capital, pero no sabía qué desastre ocasionaría si le contara los detalles. Ni pensar que se topara con la verdadera Griselda—el desastre que se armaría sería épico. Dios, debía regresar a mi tiempo antes de crear un caos temporal que afectara mi futuro.

Pero estar con Alfredo me hacía sentir especial.

Los días pasaron entre la chaperona de mi prima—que ya se había convertido en una experta en hacerse la distraída mientras nos vigilaba—y usando los vestidos de Aurelia. Yo me había acostumbrado sorprendentemente bien a la rutina de 1925: desayunar temprano, ayudar con las labores de la casa, bordar en las tardes (aunque mis puntadas parecían más bien arte abstracto), y esperar las visitas de Alfredo.

Hasta que un día se presentó en casa de mi tía, con su mejor traje y esa sonrisa que ya me tenía completamente conquistada.

"Señora Matilde," le dijo a mi tía con una reverencia formal, "vengo a pedirle permiso para llevar a la señorita Griselda al campo, si no es mucha molestia. Mis intenciones con su sobrina son completamente honorables."

¿Sus intenciones? ¿Ya estábamos hablando de intenciones?

Mi tía lo miró con esa expresión maternal de "más te vale que seas un caballero" y añadió: "La traes puntual a las 5 pm, antes del anochecer."

Mientras yo ahí parada con mi cara dividida entre la vergüenza y la felicidad más absoluta.

El joven aceptó el tiempo otorgado y prometió que me regresaría a la hora indicada, no sin antes decir que pasaría por mí a caballo a las 9:00 am.

Definitivamente no me habían preparado para esto en mi carrera de educación preescolar.

El joven se despidió cortésmente dándole un beso en la palma de la mano a mi tía, agradeciendo el tiempo brindado, y se alejó con esa elegancia que ya me tenía hipnotizada.

Nos quedamos las tres emocionadas. Bueno, ellas emocionadas y yo aterrorizada porque no sabía andar a caballo. ¿En qué momento se suponía que las señoritas de 1925 aprendían equitación? ¿Era cómo manejar bicicleta, pero más alto y con más posibilidades de morir?

Mi tía de inmediato me preguntó: "¿Qué te vas a poner ese día?"

Y yo, con cara incrédula, no tenía ni idea. Porque claro, ¿existía un manual de "Qué ponerse para tu primera cita a caballo en 1925"?




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