Te encontraré en esta vida o en la otra

Capítulo 5: Dia de campo 

Capitulo 5: Dia de campo

Durante los días restantes estuve practicando con un caballo de una amiga de mi prima. Ella me enseñó a montarlo, desmontarlo y bajarme con feminidad y gracia. La sola idea de subirme a un caballo me aterraba, y cuando le comenté que no sabía montar, se murió de la risa. Aparentemente, era algo que en ese rancho todas sabían.

Esos dos días de entrenamiento fueron agotadores. Entre subir, bajar y hacer que el caballo me hiciera caso, fue un martirio. El primer día, el maldito caballo que me asignaron no quería obedecerme. Después de varias sesiones, caídas y tropiezos, comprendí que uno debe dominar al caballo y hacerle entender quién manda. ¿Cómo iba a saber eso una chica de ciudad cuya única habilidad era manejar un carro automático? Ni siquiera aprendí a andar en bicicleta, mucho menos sabía de caballos.

Al terminar esa noche, tenía las nalgas adoloridas de tanto golpeteo, y más porque esa montura estaba durísima. Qué dolor. Cuando me bajé del caballo y empecé a caminar, mi prima se echó a reír. En verdad parecía robot como caminaba.

Al segundo día de entrenamiento, mi montada fue más fluida y siento que el caballo se apiadó de mí. Mi prima me comentó que había aprendido rápido y que ya estaba lista para ir con mi galán a la cita.

Mi prima, la amiga que nos prestó el caballo y yo decidimos ir a las afueras del pueblo. Por sugerencia de la amiga, fuimos a un lugar que quería mostrarnos: era el lago donde había sido la fogata. Bajamos de los caballos y nos pusimos a platicar de nuestras vidas.

Parecía que mi prima y ella se entendían muy bien. Por lo que me contaron, eran amigas desde la infancia y siempre se habían apoyado mucho. Lo que me sorprendió fue enterarme de que la amiga estaba próxima a casarse e irse a vivir a la capital, lo cual las entristecía profundamente.

—Es que no es justo, Esperanza —le decía mi prima con los ojos vidriosos—. Después de tantos años juntas, ahora te vas tan lejos.

—Lo sé, Aurelia, pero ya sabes cómo son las cosas. Una mujer debe seguir a su esposo —respondió Esperanza con resignación—. Además, en la capital tendré más oportunidades. Mi prometido dice que allá las mujeres pueden hasta trabajar en oficinas.

Se me hizo un nudo en la garganta. En mi época eso era lo más normal del mundo, pero aquí era toda una novedad.

—¿Y tú, Griselda? —me preguntó Esperanza de repente—. ¿Qué planes tienes? Porque ese muchacho Alfredo se ve muy interesado en ti.

Me quedé helada. ¿Qué podía decirles?

—Pues... yo... —tartamudeé, tocando inconscientemente el dije que colgaba de mi cuello—. La verdad es que no estoy muy segura de lo que quiero. A veces siento como si no perteneciera aquí.

—¿Cómo que no perteneces aquí? —preguntó Aurelia extrañada—. Este es tu pueblo, Griselda. Aquí naciste.

"Mierda", pensé. Casi me delato.

—No, no me refiero a eso —me corregí rápidamente—. Es que... bueno, a veces siento que quiero algo más que casarme y tener hijos. ¿No les parece que las mujeres deberíamos poder elegir nuestro propio camino?

Ambas me miraron como si hubiera dicho una locura.

—Griselda, ¿te sientes bien? —preguntó Aurelia—. Desde que regresaste del pueblo vecino hablas muy raro. Como si fueras otra persona.

El corazón se me aceleró. Tenía que ser más cuidadosa.

—Perdón, es que... he estado pensando mucho últimamente. Tal vez sea por la influencia de Alfredo. Él es de la capital y me cuenta cosas diferentes.

—Ah, eso explica todo —río Esperanza—. Los hombres de ciudad siempre llenan la cabeza de ideas raras a las muchachas del pueblo. Pero dime, ¿qué opinas de él? Se ve que es un buen partido.

Suspiré profundamente. ¿Cómo explicarles que estaba enamorándome de alguien de quien no debería enamorarme, porque yo no era quien él creía que era?

—Es... complicado —murmuré—. Me gusta mucho, demasiado tal vez. Pero siento que hay algo entre nosotros que no está bien. Como si hubiera un obstáculo invisible.

—Ay, Griselda, estás muy filosofa hoy —se río Aurelia—. Los nervios de mañana te tienen así. Ya verás que todo sale perfecto.

Se pusieron a contar anécdotas de su infancia mientras yo me perdía en mis pensamientos. ¿Qué pasaba con la verdadera Griselda? ¿Dónde estaba? ¿Y si aparecía de repente? ¿Cómo explicaría Alfredo que había dos Griseldas?

El lago reflejaba los últimos rayos de sol, creando un espectáculo dorado que me recordó por qué había llegado hasta aquí. Este lugar tenía algo mágico, algo que conectaba tiempos y destinos.

Siguieron contándose anécdotas las amigas, mientras yo seguía cavilando en mis pensamientos propios; el sol se acercaba al ocaso. Era en verdad un espectáculo digno de verse.

—Ya deberíamos regresar —dijo Esperanza cuando el sol comenzó a ocultarse—. Se está haciendo tarde y nuestras familias se preocuparán.

El camino de regreso al pueblo fue silencioso. Los cascos de los caballos resonaban sobre la tierra mientras cada una iba perdida en sus propios pensamientos. Yo no podía dejar de tocar el dije, sintiendo su superficie lisa y misteriosa. Había algo en él que me tranquilizaba y me inquietaba al mismo tiempo.

Al llegar a la casa, mi tía Matilde nos esperaba en la puerta con una sonrisa pícara.

—¿Y bien, Griselda? ¿Lista para mañana? —me preguntó mientras me ayudaba a bajarme del caballo.

—Creo que sí, tía.

—Ese muchacho Alfredo preguntó por ti esta tarde. Vino a confirmar la hora y el lugar. Se ve que está muy emocionado por el paseo.

El estómago se me llenó de mariposas. Alfredo había venido a preguntar por mí... bueno, por Griselda.

—¿Qué le dijiste?

—Que estarías lista a las ocho en punto, por supuesto. Y que tuvieras cuidado, que eres una señorita decente.

Aurelia y yo nos echamos a reír.

—Tía, pareces más nerviosa que yo.

—Es que es la primera vez que sales sola con un pretendiente, mijita. Es normal que me preocupe.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.