Daniel se levantó ese día con una sensación de vacío que no podía explicar. Otra vez había soñado con ese campo de margaritas, y esta vez había escuchado claramente cómo la chica le decía: "Si me alcanzas, te contesto." Sentía que su vida dependía de esa acción, de alcanzarla. Pero justo cuando la había alcanzado y la había tumbado al pasto para darle un beso, despertó con ese dolor punzante en el pecho y esa sensación extraña que lo acompañaba desde hacía días.
Se quedó varios minutos en la cama, mirando el techo, tratando de retener los fragmentos del sueño. La chica era la misma de siempre: cabello color caoba, ojos expresivos, sonrisa que le aceleraba el corazón incluso en sueños. Pero algo había sido diferente esta vez. La había visto más nítida, más real. Como si hubiera estado realmente ahí.
Durante todo el día estuvo pensando en Azucena. Era el único dato concreto que tenía: su nombre. Recordaba perfectamente cómo había sonado cuando se lo dijo en el laboratorio. "Azucena", había repetido mentalmente mil veces desde entonces.
En el trabajo no podía concentrarse. Sus compañeros notaron su distracción.
—¿Qué te pasa, Daniel? —le preguntó su supervisor—. Pareces en las nubes.
—Nada, solo no dormí bien —mintió.
Pero era más que eso. Era como si una parte de él hubiera desaparecido de repente. Como si hubiera perdido algo importante sin saber qué era.
Durante el almuerzo, se quedó en su escritorio revisando su celular. Buscó en sus contactos, en sus redes sociales, cualquier rastro de información sobre ella. Nada. Solo tenía grabada en su memoria su cara, su sonrisa tímida cuando le pidió el estudio, y ese nombre: Azucena.
"A la otra que vaya al laboratorio estaré más pendiente", se dijo. "Si regresa a hacerse el estudio que pidió, no la dejaré ir sin al menos pedirle su número."
Pero en el fondo de su corazón, una vocecita le decía que algo había cambiado. Que tal vez ya era demasiado tarde para algo que ni siquiera sabía que había perdido.
Esa tarde, al regresar a su apartamento, Daniel se dirigió directamente a su computadora. Abrió Instagram y buscó "Suzy", viendo su imagen por millonésima vez. ¿Le pediría solicitud? ¿Le diría "hola, chica de mis sueños"?
Se quedó varios minutos con el cursor sobre el botón de "seguir", debatiéndose internamente. ¿Cómo explicarle que había estado soñando con ella antes de conocerla? ¿Cómo decirle que sentía que la conocía de toda la vida cuando apenas se habían visto una vez en el laboratorio?
"Sonaría como un loco", pensó, alejándose de la computadora.
Pero la tentación era muy fuerte. Cada vez que veía sus fotos, esa sensación de familiaridad se intensificaba. Era como si estuviera viendo a alguien que había sido parte de su vida por mucho tiempo.
Regresó a la pantalla y esta vez se animó a revisar más detenidamente su perfil. Las fotos la mostraban sonriente, natural, exactamente como la recordaba. Había una en particular, una donde estaba en lo que parecía ser un rancho, que le llamó especialmente la atención. Algo en esa imagen le removió algo profundo.
"¿Qué me está pasando?", se preguntó en voz alta.
Finalmente, cerró la laptop sin hacer nada. Tal vez mañana tendría el valor de escribirle, puede ser que ella regrese al laboratorio y tenga una segunda oportunidad.
Se recostó en su sillón favorito de la sala, frustrado. ¿Por qué se sentía tan desesperado por encontrar a una chica que apenas había visto una vez? Era irracional, pero no podía evitarlo.
El sueño de esa noche había sido tan vivido que casi podía oler las margaritas, sentir el viento en su cara mientras corría tras ella. Y esa sensación de pérdida cuando despertó... era como si hubieran estado a punto de encontrarse después de mucho tiempo separados, solo para ser arrancados el uno del otro nuevamente.
"Estoy perdiendo la cabeza", murmuró para sí mismo.
Pero sabía que no pararía de buscarla. Sentía una necesidad urgente de verla y conocerla, aunque desconocía el porqué. Cada vez que veía su foto, regresaba ese vacío que le había dejado su sueño, y ese sueño se volvía más intenso cada noche.
De tanto pensar se quedó dormido en el sillón.
En el sueño estaba caminando por el mismo campo de margaritas, pero ahora Azucena no estaba. Gritó su nombre y no hubo respuesta. Se sentía desesperado. ¿Cómo rayos había desaparecido? ¿Cómo era posible que se hubiera esfumado de un momento a otro?
Subió al caballo de regreso al pueblo. "Quizá me quedé dormido y cuando desperté ella ya se había ido", pensó. Todo era tan extraño.
Al tocar la puerta de lo que creía era su casa, una señora mayor le abrió con expresión preocupada.
—¿Cómo que Griselda ya no está? ¿Dónde la dejaste? ¿Qué hiciste con ella? —le gritaba mientras lo golpeaba en el pecho—. ¡Mi bella sobrina, dónde está!
Él quería decirle que no sabía qué había pasado, que tampoco entendía nada, pero en su desesperación, despertó.
Eran las 5 de la mañana y aún no podía entender qué estaba pasando. Era un sueño totalmente distinto a los anteriores. Más realista, más angustiante. Y ese nombre... Griselda. ¿Por qué en sus sueños ella se llamaba Griselda cuando él sabía que se llamaba Azucena?
Se tocó el pecho donde la señora lo había golpeado en el sueño. Podía jurar que aún sentía el dolor.