Te encontraré en esta vida o en la otra

Capítulo 8: El pasado nos alcanza 

Griselda Vargas, ya deja de estar en tu alcoba acostada. Es menester que bajes al salón a comer con nosotros.

—Ya bajo, madre. Déjame arreglarme bien el vestido.

Griselda en ese momento se sentía extraña, como si le hubieran puesto una almohada en el rostro que no la dejara respirar. Lo peor del caso era que había tenido una pesadilla o algo así: usaba una indumentaria extraña, la llamaban "Azucena", un hombre quería besarla y no veía ninguna chaperona cerca. ¡Qué horror! Con esos trapos indecentes, sin chaperón, y usando algo cuadrado que parecía sacar fuego. No entendía nada.

Griselda llevaba un vestido amplio de color azul claro con un lazo que amarraba su cabello color caoba. Vivía en el centro de la capital. Su padre, don Ernesto Vargas, era un importante comerciante de la ciudad, y su madre, Leticia Contreras, ama de casa que pertenecía a un selecto grupo de señoras que hacían caridad y asistían los domingos a misa junto a su familia.

La familia estaba en el comedor principal. Su padre lucía barba cerrada y larga, con un pantalón y saco color azul fuerte y una camisa blanca. El señor estaba listo para irse a su oficina, pues era dueño de una fábrica de muebles.

—Hija mía, qué hermosa se ve mi doncella el día de hoy.

—Es usted muy amable, padre. Por cierto, quisiera que me dé permiso de ir a tomar un café con Imelda, mi vecina.

—De paso aprovechas a recoger unas telas en la tienda que se encuentra al lado de la cafetería —intervino su madre—. Lleva a tu chaperona para que te ayude a cargarlas. El chofer estará siempre disponible para traer los materiales. No puedes llegar después de las seis de la tarde, ya que llegará un empresario importante a visitarnos y vendrá con su hijo. Según tengo entendido, tu papá dice que es un joven emprendedor que trabaja junto con su padre.

—Es cierto, Griselda. Es importante que estés aquí, ya que le quiero presentar a mi distinguida familia.

—No se preocupen, padres míos. Aquí estaré un poco antes para arreglarme y estar justo a la hora de la cena, como ustedes lo solicitan.

Se levantó, fue a la cocina a buscar a su chaperona y se fueron juntas al café. Seguramente Imelda ya la estaba esperando ahí con su chaperona. Ambas chaperonas eran primas, por lo que se sentarían en una mesa cercana.

Imelda y Griselda eran amigas desde niñas. Sus madres pertenecían al mismo grupo de señoras católicas.

—Tuve un sueño muy extraño —le confesó Griselda a su amiga mientras removía delicadamente su café—. Estaba en un lugar raro y un joven me besaba. Estábamos en un sitio extraño con muchas luces brillantes. El joven era guapo, no te lo voy a negar.

Imelda se escandalizó ante lo que le contaba su amiga.

—¡Griselda, qué horror! ¿Cómo osas contar tan a la ligera esta historia? No vuelvas a repetirlo, no sea que te tachen de inmoral.

Griselda era una joven muy seria que había estudiado corte y confección, ya que su padre la estaba preparando para ser una mujer dedicada a su futuro marido. Como era hija única, don Ernesto no deseaba casarla con cualquier hombre y esperaba lo mejor para su hija.

—Tienes razón, Imelda. No sé por qué tuve semejante pesadilla —murmuró Griselda, tocándose inconscientemente el cuello, como si buscara algo que no estaba ahí—. Fue tan real... hasta podía sentir el viento y... y ese olor a flores.

—Debe ser por tantas novelas románticas que lees a escondidas —la reprendió Imelda con una sonrisa—. Tu mente está creando fantasías impropias.

—Tal vez tengas razón. Aunque... —Griselda se detuvo—. Había algo más. Ese joven me llamaba por otro nombre. No Griselda, sino... Azucena.

Imelda casi se atraganta con su café.

—¡Por todos los santos, Griselda! Ya basta de esas tonterías. Mejor cuéntame de los invitados que esperan esta noche en tu casa.

Griselda, le dice es cierto los invitados, se me olvidaba, debo apurarme por las telas que mama me pidió, y luego ir a casa a cambiarme para ver a los invitados que no conozco.

Se despidió con un ademán elegante de manos, inclinándose hacia adelante, y se retiró. Le pidió a su cochero que la llevara a los telares que su madre le había encargado. El lugar estaba lleno de automóviles afuera; pareciera que regalaban cosas.

Cuando le pidió a su cochero que se bajara para ayudarla, al momento de descender del carruaje, una señora ya grande de edad se le puso enfrente.

Pasado y presente colapsarán, pero el futuro debes alcanzar —le dijo con voz misteriosa, y le entregó una especie de dije.

Al verlo, Griselda lo tomó con curiosidad. Era similar a algo que había visto en sus sueños. Sin pensarlo, lo abrió.

De repente se halló en 2025, frente a un parque cerca de una plaza.

Por todos los santos donde estoy.




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